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Qatar y Melilla, la misma hipocresía
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Javier Caraballo

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Qatar y Melilla, la misma hipocresía

Aspiremos al menos a no engañarnos, a reconocer nuestras miserias, a no caer en la demagogia que tapa la realidad

Foto: El presidente de la FIFA, Gianni Infantino, en una rueda de prensa en Qatar defendiendo el Mundial que se celebra en ese país. (Reuters/Matthew Childs)
El presidente de la FIFA, Gianni Infantino, en una rueda de prensa en Qatar defendiendo el Mundial que se celebra en ese país. (Reuters/Matthew Childs)
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Resolvámoslo antes de que empiece todo: admitamos que ninguno de nosotros va a dejar de ver el Mundial de Fútbol para rendirle homenaje a los miles de esclavos muertos en la construcción de los estadios. Hago ese ejercicio y te invito a que repitas lo mismo, que lo pienses mientras la televisión muestra las zonas ajardinadas de ese país, las delicias de los estadios con aire acondicionado, el skyline de los rascacielos de Doha dorados por el sol en el atardecer. Quizá algún comentario antes del partido, pero nada más, ni las mujeres reprimidas ni los homosexuales ahorcados.

Veremos el mundial, sí, porque, además, esta vez ni siquiera nos han planteado que secundemos algún gesto simbólico como apagar las televisiones durante la inauguración o cuando empiece a jugar la selección nacional. Las conciencias se alivian sabiendo que Shakira, la de las vuvuzelas de Sudáfrica, el Mundial que ganamos, no ha querido asistir; igual que Chanel, la de Eurovisión, la que canta la canción de la selección española, que tampoco ha querido ir a Qatar. Pero sí ha grabado la canción: "Toke, toke, toke, toke, todo el mundo loco para que esto rebote", canta ella, y parece que nos está mirando a todos, a esta hipocresía general de celebrar un mundial en una dictadura islámica que blanquea sonrisas en el palco y recluta aficionados para que aplaudan en las gradas.

Foto: El emir de Qatar, Tamim bin Hamad Al Thani. (Reuters)

Si hasta hemos olvidado que hace solo unos años se acusaba a Qatar de financiar el terrorismo, por qué le vamos a dar la espalda ahora al único Mundial de Fútbol de la historia que se celebra cuando quieren los organizadores, al final de un año, al principio de la Navidad, en plena temporada de las Ligas de Fútbol de toda Europa. El dinero tapa al dinero. "Toke, toke, toke, toke. Yo estoy al mando, papi, no te equivoques". Pues eso, no nos equivoquemos, que aquí manda quien manda. Está bien saberlo, reconocerlo, y, por lo menos, no engañarnos cuando la pantalla de la televisión se encienda y veamos nuestro rostro reflejado en el cristal. Como un espejo impertinente.

Lo de los esclavos muertos no es un juego de palabras macabro, ninguna exageración inventada, es el cálculo de la Fundación para la Democracia Internacional, en su informe Detrás de la pasión, que comienza así: "Más de 7.000 trabajadores de la construcción han muerto en Qatar desde que fue elegida sede para el Mundial 2022. Casi todos inmigrantes provenientes principalmente de Nepal, India, Pakistán, Bangladesh y Sri Lanka que trabajaban generando la lujosa infraestructura para el evento: rutas, vías de ferrocarril, estadios, hoteles, centros de convenciones, entre otros. Se han perdido, en promedio, 12 vidas por semana desde el 2010".

Tampoco es exagerada la represión salvaje de las mujeres, que nada pueden hacer, ni estudiar, ni salir a la calle, ni amar, ni vivir, en fin, sin el consentimiento del hombre. Ellos tienen la tutela de sus vidas y de su honra. A veces, lo hemos visto publicado, el caso de alguna mujer qatarí a la que acusan de infidelidad, la azotan y la encarcelan, por haber denunciado que han sido violadas en la calle. Es como la horca que espera a los homosexuales.

Foto: Protesta de Amnistía Internacional por la vulneración de derechos humanos en Qatar. (EFE/Rodrigo Jiménez)

La Federación Internacional de Fútbol, la FIFA, siempre podrá justificarse diciendo que no está en este mundo para velar por los Derechos Humanos, sino para hacer negocio del deporte que más millones de seguidores acumula en el planeta. ¿No se celebró acaso otro Mundial en Rusia? ¿Y los Juegos Olímpicos de China? Como tenemos experiencia acumulada, hasta podemos imaginar al emir de Qatar, rodeado de sus sonrientes esposas, asegurar solemnemente que nadie vulnera allí los derechos humanos. Ya lo hizo, de hecho, la dictadura argentina en el Mundial que también ellos organizaron hace casi medio siglo, en 1978: "Los argentinos somos derechos y humanos", que fue el eslogan que diseñó la dictadura para exhibirlo en todas las retransmisiones.

Seamos sinceros y vamos a repetirlo, al menos yo lo hago, lo confieso, no voy a dejar de ver el Mundial de Fútbol por los asesinatos, por la explotación, por la represión, por la dictadura, por el cinismo salvaje de la dictadura de Qatar. La única duda que puede hacerse al respecto es para qué sirve, entonces, este reconocimiento, si en nada va a contribuir a cambiar las cosas. Es verdad, pero también esto último lo tenemos asumido porque convivimos a diario con esa hipocresía. Ahí abajo, en la frontera de Ceuta y Melilla, tenemos almacenado el cinismo con el que convivimos los españoles, los europeos, cuando repetimos que siempre defendemos los derechos humanos. ¿Siempre? No, claro, siempre que se produzcan en Europa, que es muy distinto.

Todavía está pendiente la comparecencia del ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, para que informe en el Congreso de los Diputados de la tragedia ocurrida en la frontera de Melilla el 24 de junio pasado. Lo importante, como ya reseñamos aquí, no son las decenas de muertos de aquel día, cuando intentaron entrar en España de forma violenta, con palos, hierros y piedras, como un ejército de hambrientos desarrapados. No, lo relevante desde el punto de vista político es si alguno de los migrantes se desplomó muerto en suelo español, que es lo que siempre ha negado este Gobierno.

Foto: La valla que separa Melilla de Marruecos. (EFE/María Traspaderne) Opinión
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Con lo cual, digamos como entonces, aspiremos al menos a no engañarnos, a reconocer nuestras miserias, a no caer en la demagogia que tapa la realidad. Aspiremos a un mínimo de humanidad y de conciencia. Y ya que la Unión Europea financia a Marruecos para que haga ese trabajo, que también le exija, al menos, el respeto mínimo de los seres humanos que quieren cruzar la frontera. Que no los traten y los abatan como animales.

Si nadie imagina en Europa que la Policía disuelva una manifestación violenta con el resultado de medio centenar de muertos, que tampoco se permita en las fronteras. No podemos permitir, ni defender, una política de puertas abiertas en las fronteras, pero sí debemos exigir una política sincera. No hagamos como el ministro Marlaska, o como este Gobierno, cuando se enorgullece de haber implantado una política de inmigración distinta. No hagamos como ese presidente de la Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, que encima pretende que se le reconozca el mérito de trabajar por la igualdad de hombres y mujeres en esos países árabes con los que él alcanza acuerdos. Empecemos por el reconocimiento que escuece, por la conciencia, admitamos que ninguno de nosotros va a dejar de ver el Mundial de Fútbol que ha edificado en Qatar el mayor rascacielos de mentiras y billetes.

Resolvámoslo antes de que empiece todo: admitamos que ninguno de nosotros va a dejar de ver el Mundial de Fútbol para rendirle homenaje a los miles de esclavos muertos en la construcción de los estadios. Hago ese ejercicio y te invito a que repitas lo mismo, que lo pienses mientras la televisión muestra las zonas ajardinadas de ese país, las delicias de los estadios con aire acondicionado, el skyline de los rascacielos de Doha dorados por el sol en el atardecer. Quizá algún comentario antes del partido, pero nada más, ni las mujeres reprimidas ni los homosexuales ahorcados.

Mundial de Qatar 2022 Melilla Derechos humanos
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