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El Confidencial, la caída de Rubiales y el silencio de los otros
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Javier Caraballo

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El Confidencial, la caída de Rubiales y el silencio de los otros

Lo desolador de todo esto es que haya tenido que ocurrir este espectáculo de la final de la Selección femenina de España para que muchos hayan reparado en que al fútbol español no lo puede representar un tipo como ese

Foto: Luis Rubiales durante la recepción de Pedro Sánchez a la Selección. (Reuters/Juan Medina)
Luis Rubiales durante la recepción de Pedro Sánchez a la Selección. (Reuters/Juan Medina)
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La caída de ese tipo, Rubiales, nos compromete a todos. Y caerá, por mucho que los estertores le hagan seguir caminando unos días más. A pesar de esa rueda de prensa que nos ha sobresaltado, como esos velatorios en los que el muerto se incorpora de un respingo en el ataúd. Cuando todos esperaban su despedida, Rubiales se ha revuelto, y ni dimite ni da la guerra por perdida. Pero nada de todo este estruendo nos debe apartar de cuanto sucede, de la verdadera trascendencia de lo que está pasando. Es más, para explicarnos este último gesto chulesco y desafiante de Luis Rubiales, es conveniente repasar la negligencia silente con la que tantos han asistido a todos los escándalos que le preceden. Por eso, si acaban echándolo, como sucederá, por este último episodio, lo que tenemos que pensar es que también nos retrata, de forma que somos nosotros los que quedamos mal.

Esa es la paradoja que presenta este caso, que el final de un individuo como Luis Rubiales sea este, porque hace mucho tiempo que tendría que haberse ido. Ha caído por el síndrome de Al Capone, que lo trincaron por una tontería con el fisco después de haber disimulado y burlado decenas de crímenes, dicen que cerca del centenar, de todo aquel que se interponía en su camino. Extorsionaba, traficaba y asesinaba, pero entró en el trullo porque se le olvidó pagar unos impuestos.

Foto: Luis Rubiales en su visita a la Moncloa tras ganar el Mundial. (Reuters/Juan Medina)

Ese síndrome, en todo caso, no se circunscribe a la mafia, aunque siempre nos venga a la memoria el caso de Capone, al que llamaban Scarface ('cara cortada'), de la misma forma que aquí podríamos llamar a Rubiales cabeza pelada, si en el periodismo deportivo se utilizaran los motes. El problema, en todo caso, prescindiendo de la mafia y de Capone, que no es el caso, es que hay muchos tipos cortados por la misma tijera que llegan a acumular tanto poder, se sienten tan invencibles, que esa es la adrenalina que los lleva a cometer el peor de sus errores, el más tonto o el menos importante.

Se miran al espejo, reconocen allí delante el careto del puto amo, intocable, y, cuando están en el palco de un estadio de fútbol, después de haber ganado la final de un Mundial, con las cámaras de todo el mundo retransmitiendo el evento, alzan los brazos, con los puños cerrados, y luego se agarran la bragueta. ¿Por qué? Por mis huevos. Porque eso es lo que piensan cuando se ven en la cima del mundo.

Foto: El presidente de la RFEF, Luis Rubiales, durante una visita a Pedro Sánchez. (EFE/Pool/Fernando Calvo)

Lo desolador de todo esto es que haya tenido que ocurrir este espectáculo de la final de la Selección femenina de España para que muchos hayan reparado en que al fútbol español no lo puede representar un tipo como ese. Sobre todo el Gobierno de Pedro Sánchez, con toda su estela de ministros y ministras. Es ahora cuando, por ejemplo, le hemos podido oír al propio presidente decir que lo que ha hecho Rubiales es “inaceptable”, y que ni siquiera es suficiente que pida perdón, como ha hecho. Y es ahora, también, cuando la vicepresidenta Yolanda Díaz exigió que Rubiales presentara su dimisión, porque lo sucedido le parecen “hechos gravísimos que denigran al deporte español”.

De Pedro Sánchez y Yolanda Díaz hacia abajo, incluyendo a la oposición del Partido Popular, todos se han pronunciado con términos parecidos. Con lo cual, la pregunta que surge de forma inmediata es, oiga, ¿y entonces les pareció que todo era normal cuando se supo que este mismo tipo, Luis Rubiales, contrató a unos detectives para espiar al presidente del sindicato de futbolistas (AFE), David Aganzo, porque quería controlar el sindicato? ¿Y también les parecían un asunto menor las revelaciones de las grabaciones que hacía, y guardaba, con todos aquellos miembros del Gobierno con los que trataba, como presidente de la Real Federación Española de Fútbol?

Es increíble cómo en ese momento ninguno de ellos pensó, como ahora, que se trataba de hechos inaceptables. Podrían haber dicho eso, al menos eso, pero nada. Callaron como también lo hicieron cuando se conocieron los detalles delirantes de su relación empresarial con el exfutbolista del Barcelona Gerard Piqué, cuando aún estaba en activo. Se dieron a conocer públicamente las comisiones millonarias que se embolsaban y nada, a nadie le pareció que unos hechos así eran “gravísimos” y que denigraban la imagen del futbol español.

Foto: Rubiales junto a la mujer que le acompañó en Nueva York. (EC)

Cada uno de los escándalos anteriores se publicó en este periódico, en El Confidencial, en muchas ocasiones en medio del silencio, no solo de ministros y ministras, sino de otros muchos que miraban para otro lado porque no les parecía algo significativo en un tipo que, sin comisiones extraordinarias, ya tiene unos ingresos anuales de casi un millón de euros, más de 2.000 euros al día. Con lo cual, lo que compromete el criterio de esta sociedad es que aquí se puede hacer de todo, o de casi todo, menos besar a una mujer en los labios sin su consentimiento. Es la escala de valores, el orden de prioridad de los asuntos públicos que nos parecen graves, lo que se viene abajo con este último escándalo de Luis Rubiales.

La corrupción política se disculpa más que estos escándalos que siempre serán más relevantes por el mero hecho de serlo. Para que nadie se lleve a engaño, en modo alguno se pretende justificar aquí el beso en los labios que Luis Rubiales le dio a una de nuestras mejores jugadoras, Jennifer Hermoso. Como mínimo, está fuera de lugar, es impresentable, condenable y reprobable. Más allá, si ha sido un caso de abuso sexual, o de acoso, que lo diga la propia protagonista, o sus compañeras, porque no creo que nadie de los que califican lo sucedido como un caso de violencia de género tengan la más remota idea de cuál es la relación de Rubiales con esa mujer y el resto de la Selección. Yo tampoco, por eso me limito a reseñar la zafiedad chulesca del personaje, que lo invalida para representar nada.

Es la escala de valores, el orden de prioridad de los asuntos públicos que nos parecen graves, lo que se viene abajo con este último escándalo

Hasta para aplicar los protocolos de la Federación de Fútbol y lo dispuesto en la Ley del Deporte sobre violencia sexual es necesario contar con el testimonio de la afectada, para que sea ella la que diga ante un tribunal, llegado el caso, si se consideró forzada por el tipo. En todo caso, lo que es muy probable que suceda es que Luis Rubiales acabe fuera de la Federación, por mucho que se resista, después de que la Federación Internacional de Fútbol (FIFA), el Consejo de Deportes y la inmensa mayoría de los presidentes de fútbol se hayan pronunciado en su contra. La cifra de adversarios públicos seguirá creciendo, ya lo veremos.

La sensación arrolladora con la que Rubiales se palpaba la entrepierna en el palco, al lado de la reina Letizia y la infanta Sofía, es la que le llevó a grabar a los ministros, a espiar al sindicato, a firmar contratos con Piqué y a despreciar a los periodistas que denunciaban sus andanzas. Ahora, todo eso se viene abajo por besar en los labios a una jugadora. Justicia poética, podría decirse, y nos alegramos, pero conviene que todo esto nos sirva también para mirar nuestra escala de valores en responsabilidad pública.

Y, si a alguien le quedaba alguna duda, que vea reflejada la responsabilidad de su silencio durante tanto tiempo en esta última bravata de Luis Rubiales cuando se ha revuelto, haciéndose la víctima “de un asesinato social”. El muerto más rico del cementerio social, o sea.

La caída de ese tipo, Rubiales, nos compromete a todos. Y caerá, por mucho que los estertores le hagan seguir caminando unos días más. A pesar de esa rueda de prensa que nos ha sobresaltado, como esos velatorios en los que el muerto se incorpora de un respingo en el ataúd. Cuando todos esperaban su despedida, Rubiales se ha revuelto, y ni dimite ni da la guerra por perdida. Pero nada de todo este estruendo nos debe apartar de cuanto sucede, de la verdadera trascendencia de lo que está pasando. Es más, para explicarnos este último gesto chulesco y desafiante de Luis Rubiales, es conveniente repasar la negligencia silente con la que tantos han asistido a todos los escándalos que le preceden. Por eso, si acaban echándolo, como sucederá, por este último episodio, lo que tenemos que pensar es que también nos retrata, de forma que somos nosotros los que quedamos mal.

Luis Rubiales
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