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¿Hay que echar a Felipe González?
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Javier Caraballo

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¿Hay que echar a Felipe González?

Esa es la única duda que deben estar planteándose en el interior del partido porque lo que se está viviendo en el Partido Socialista es una etapa única en democracia

Foto: El expresidente del Gobierno Felipe González. (EFE/João Relvas)
El expresidente del Gobierno Felipe González. (EFE/João Relvas)
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Felipe González ya ha reunido todos los motivos para que el PSOE lo expulse y, orgánicamente, ya no tiene ninguna conexión con la dirección del partido ni peso específico en las agrupaciones. Pero ¿hay que echar a Felipe González del PSOE? Esa es la única duda que deben estar planteándose en el interior del partido, porque lo que se está viviendo en el Partido Socialista es una etapa única en democracia, solo equiparable a la ruptura que se produjo en el paso de la dictadura a la democracia, del PSOE de Rodolfo Llopis al PSOE de Felipe González.

Ese es el momento; nada tiene que ver este Partido Socialista con el que representan sus antiguos dirigentes, los que hicieron la Transición y lo convirtieron en un partido de gobierno. Solo existe aquella secuencia histórica de desconexión comparable a esta, y el paso definitivo se producirá el día en el que Felipe González, y con él Alfonso Guerra, salgan del partido. A los dos líderes de la ventana del hotel Palace, en la que Alfonso Guerra alzaba el puño de Felipe González en la histórica victoria de octubre de 1982, le seguirán otros muchos, acaso un ciento, de dirigentes y altos cargos de aquella etapa que se dará, definitivamente, por cerrada. Lo que venga después es imposible de vaticinar, aunque la historia reciente de Francia y de Italia demuestra que hay caminos que conducen inexorablemente a la desaparición. Primero se pierde un proyecto político de masas y más tarde lo que se pierde es el partido; fin de la historia.

El único aval, en sentido contrario, que puede presentar Pedro Sánchez se refiere a las famosas elecciones primarias de 2017 en las que le ganó la secretaría general del PSOE a Susana Díaz, entonces presidenta de la Junta de Andalucía y líder aclamada por todos, dentro y fuera del partido. A excepción del pequeño núcleo que respaldaba a Sánchez, con el epicentro en la localidad sevillana de Dos Hermanas, todo el aparato del partido apoyaba a la presidenta andaluza, la que mejor simbolizaba la continuidad del proyecto socialdemócrata que habían representado sus antecesores. Pedro Sánchez apostó por la ruptura, un giro a la izquierda para recuperar el partido, mortecino desde el desastre completo que supuso la última legislatura de Rodríguez Zapatero.

Objetivamente, lo que podemos constatar hoy es que Pedro Sánchez tenía razón y que, gracias a ese giro hacia la izquierda, el Partido Socialista logró detener, bloquear y anular la espectacular subida de Podemos, la única amenaza real que han tenido los socialistas a su incontestable hegemonía electoral en la izquierda. Pedro Sánchez recuperó al PSOE como partido de gobierno, pero, en vez de devolverlo de nuevo a la centralidad mayoritaria del centro izquierda, puso en práctica una arriesgada estrategia de alianzas con partidos independentistas, sin reparos morales ni constitucionales. Los famosos ‘cambios de opinión’ se convirtieron en el lema de una plataforma política con un solo principio: el mantenimiento del poder. En ese tránsito es en el que se produce la ruptura interna. Para los fieles a Pedro Sánchez se trata de la aplicación de una “socialdemocracia radical”, que siempre ha sido la más efectiva para el socialismo; para los antiguos dirigentes, el PSOE que conocíamos ha desaparecido porque “se ha dejado secuestrar por la ultraizquierda y por el nacionalismo”.

Los famosos 'cambios de opinión' se convirtieron en el lema de una plataforma política con un solo principio: el mantenimiento del poder

Los socialistas como Felipe González, aunque no hubieran apoyado internamente a Pedro Sánchez, y aun cuando no compartiesen su reinterpretación de la socialdemocracia, han mantenido su apoyo en estos años. Unas de las primeras declaraciones, en este sentido, de Felipe González están fechadas en 2015, cuando Pedro Sánchez gana por primera vez las primarias del PSOE frente a Eduardo Madina. “En las primarias no le voté a él, pero estoy a su disposición, es mi secretario general y le voy a apoyar en todo lo que pueda. Eso es lo que pido como cultura de partido". Ese apoyo se mantiene hasta hace muy poco: en el 2021, cuando Pedro Sánchez ya había pactado con Podemos y mantenía una mayoría parlamentaria con el apoyo de independentistas vascos y catalanes.

Felipe González repetía lo mismo: “Sabes que no interfiero, estoy disponible. Mi lealtad es con un proyecto que yo encabecé hace 23 años y que ahora representas tú", como le dijo a Pedro Sánchez en el último congreso federal del PSOE. Nada de eso existe ya. La única consideración política que le merece a Felipe González esta etapa de Pedro Sánchez como líder socialista es que “el PSOE ha dejado de existir como proyecto autónomo”, que “ha renunciado a tener un proyecto de país” para ofrecérselo a los españoles, porque el único interés es el de retener el poder, aunque no se pueda gobernar, e “impedir que puedan gobernar otros”. Todo lo anterior lo expresó en la entrevista que le concedió a Juan Luis Cebrián, otro famoso disidente al que ya han expulsado de su agrupación, la ‘agrupación socialista de El País’, como se conoció a ese periódico durante toda la década de González en el Gobierno.

Foto: El expresidente Felipe González. (EFE/Isaac Esquivel)

La salida de Cebrián podría considerarse, incluso, tan significativa como la que supuso, hace un año, la de Nicolás Redondo Terreros. Ahora queda del todo despejada la duda sobre qué tipo de crisis interna está afectando al Partido Socialista, y nada tiene que ver con las anteriores durante todo el periodo democrático, como aquella entre renovadores y guerristas, cuando la pelea entre Felipe González y Alfonso Guerra, y mucho menos con otros enfrentamientos posteriores como el de Almunia contra Josep Borrell o el de José Bono contra Rodríguez Zapatero.

El PSOE está viviendo una crisis sistémica, equivalente solo a aquella otra, cuando los socialistas de la clandestinidad en la dictadura rompieron con los del exilio. Felipe González amortizó a Rodolfo Llopis y construyó un partido nuevo, con raíces históricas, pero un marco ideológico renovado, desprendido del marxismo, y abierto a la socialdemocracia. Ahora es Felipe González el que está en el papel de Llopis, al que consideran ideológicamente desfasado, y, por esa razón, le recuerdan los artículos que se publicaban en su época en El Socialista para hacerle ver a los socialistas del exilio que habían perdido toda conexión con la militancia socialista, que reclamaba “una renovación profunda y radical del proyecto político y estratégico del partido” (Los enfoques de la praxis, Alfonso Guerra, 1972). Felipe González se ha mantenido nueve años de ‘soldado militante’, como reclama la 'cultura de partido', fiel, disciplinado y prudente. Pero eso ya se acabó. La etapa que viene ahora se contiene en una sola pregunta: ¿hay que echarlo del partido?

Felipe González ya ha reunido todos los motivos para que el PSOE lo expulse y, orgánicamente, ya no tiene ninguna conexión con la dirección del partido ni peso específico en las agrupaciones. Pero ¿hay que echar a Felipe González del PSOE? Esa es la única duda que deben estar planteándose en el interior del partido, porque lo que se está viviendo en el Partido Socialista es una etapa única en democracia, solo equiparable a la ruptura que se produjo en el paso de la dictadura a la democracia, del PSOE de Rodolfo Llopis al PSOE de Felipe González.

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