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La mentira prospectiva y el santuario post-etarra
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Javier Caraballo

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La mentira prospectiva y el santuario post-etarra

Son conscientes del desprecio, del atropello a las víctimas de esa banda asesina, pero una vez más, anteponen la continuidad del despacho a la honestidad con sus propios principios y trayectorias

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Jesús Hellín)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Jesús Hellín)
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La última revuelta del Congreso de los Diputados tiene la insólita característica de ser común a todos, como una golfada por unanimidad. O como aquel juego infantil con el que las abuelas le enseñaban a sus nietos los dedos de la mano, este puso un huevo, este lo coció… y este picarillo gordo, se lo comió. Entre todos componen el esperpento al que hemos asistido, a partir de que El Confidencial desveló lo que estaba ocurriendo. Un error gravísimo de la oposición de derechas por su negligencia, una afrenta abominable del grupo vasco que negocia a favor de asesinos y una frivolidad intolerable del presidente del Gobierno, que pacta su continuidad a cambio de reducciones de penas. Entre todos ellos, Yolanda Díaz.

En este esperpento completo conviene destacar también la actuación de la vicepresidenta y líder de Sumar, que ha sido quien ha actuado de ‘gancho’ para que el acuerdo de socialistas y radicales vascos pudiera colar, un 31 de julio, sin estridencias, nada que pudiera sacar a los diputados de la oposición de su estado de letargo y bostezos. En ese ambiente, la relevancia de Yolanda Díaz proviene de su carácter yoísta. Como ya analizamos en alguna ocasión, es imposible encontrar un discurso de Yolanda Díaz en el que no incluya varias veces la invocación de su protagonismo; Yolanda Díaz, múltiplo de sí misma, como dijimos, tras un discurso plagado de “yo pienso”, “yo he conseguido”, “yo he decidido” … Si han sido, como sabemos, los diputados de Sumar los que han presentado la enmienda que exonera a casi medio centenar de asesinos de ETA de cumplir íntegras sus condenas en España, por qué está tan callada la vicepresidenta, sin reivindicar su autoría.

El silencio de la vicepresidenta es un silencio consciente de la frivolidad que se está cometiendo; un silencio idéntico al del resto de ministros y ministras, empezando por Fernando Grande-Marlaska, que tanto luchó, y tanto padeció, contra la banda terrorista ETA. Son conscientes del desprecio, de la sinrazón, del atropello a las víctimas de esa banda asesina, pero una vez más, como tantas otras veces en esta legislatura, anteponen la continuidad del despacho a la honestidad con sus propios principios y trayectorias. Quiere decirse, en definitiva, que cuando hablamos de frivolidad y de indecencia política, nos referimos a que este no es un debate sobre la conveniencia, o no, de aplicar en España la directiva europea para que los años de cárcel cumplidos en un país de la Unión Europea cuenten como tales para calcular el final de la pena de los presos que estén en esa situación.

No, este no es un debate técnico, ni jurídico ni penal, porque nada de eso se ha valorado. Y tampoco es un debate político, como se merece un país como el nuestro, que tanto ha sufrido el terrorismo, y que hace años que suscribió un pacto antiterrorista para que los principales partidos políticos fueran de la mano frente a quienes tanta sangre ha derramado. En ese caso, un Gobierno decente hubiera convocado ese pacto antiterrorista para valorar si ha llegado el momento, o no, de aplicar la normativa europea, una vez que hace una década que la democracia española derrotó a la banda terrorista. Y vamos a repetirlo: derrotada, a ver si se entera Díaz Ayuso. Que ahí siguen los miserables que defendían y protegían a los asesinos, los que comparten sus delirios totalitarios, pero nadie tiene derecho a quitarle a la sociedad española el mérito de haber derrotado a ETA. También eso es preservar la dignidad de las víctimas. A ver si se entera la presidenta de Madrid alguna vez, y tantos otros, empeñados como ella en una oposición buldócer.

Foto: La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. (EFE/Fernando Alvarado) Opinión
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Tampoco es un debate jurídico, porque en ese caso se tendría que haber valorado desde el punto de vista penal si conviene ‘aliviar’ la pena impuesta a esos asesinos -de cientos de años y de millones de euros, que jamás cumplirán- a cambio de nada. Es decir, como ya marca la legislación española, la obtención de medidas de gracia para los etarras tiene que estar vinculada al arrepentimiento y a la colaboración con la Justicia sobre los crímenes de ETA que aún no se han esclarecido. Parece obvio que pensemos que, de igual forma, toda decisión que conlleve una rebaja del cumplimiento de cárcel para esos tipos sanguinarios debería reunir el requisito mínimo indispensable del perdón y la colaboración.

Se calla porque se miente, esa es la única explicación. La trasposición de la directiva europea sobre unificación de penas jamás ha interesado para el debate político ni para el debate penal. El único objetivo del Gobierno, y el de sus socios parlamentarios, no estaba en el respeto a la memoria de las víctimas de ETA, ni en la grandeza de la unidad de los demócratas ante los asesinos. La única motivación para ceder ante los diputados de Bildu ha sido la continuidad de la legislatura. Y esa es una vergüenza que se oculta con silencio. La existencia de ETA, en las décadas en las que tanto horror provocó entre nosotros, no podría explicarse sin la existencia de sucesivos ‘santuarios’, los espacios de impunidad que han ido encontrando para burlar a las fuerzas de seguridad del Estado.

El espacio de impunidad que encuentra ahora la ETA derrotada es la frivolidad política de la que se benefician los asesinos condenados

Durante muchos años, el santuario estaba, literalmente, en las propias iglesias vascas, donde los asesinos encontraban refugio y aliento para seguir con sus propósitos macabros. Como dijo aquí el coronel de la Guardia Civil, Manuel Corbí, “lo de la Iglesia vasca en aquellos años de ETA no tiene perdón de Dios”. Los etarras también encontraron refugio en el sur de Francia, el santuario francés, al que se fugaban para eludir la acción policial española. Aquí mataban y allí se escondían, protegidos por la frivolidad política francesa que consideraba aquella masacre como un problema interno de España, en el que no tenía que actuar. Años más tarde, encontraron la misma facilidad en Venezuela.

Lo que nadie hubiera previsto es este final, que llegara un gobierno como el de Pedro Sánchez, que ha naturalizado la mentira y el engaño para conseguir sus objetivos de pervivencia. Una mentira prospectiva, podría decirse utilizando el mismo argot que el Gobierno en el ‘caso Begoña’’, porque no se sabe dónde empieza el engaño y la falsedad y donde termina. El espacio de impunidad que encuentra ahora la ETA derrotada es la frivolidad política de la que se benefician los asesinos condenados –“nuestros presos”, como dice Otegi-. Lo que les permite volver entre vítores a los pueblos vascos en los que asesinaban a concejales, militares, guardias civiles, empresarios… La mentira prospectiva del Gobierno es el santuario post-etarra. Es normal que callen y, en su lugar, aviven la polémica que les ha facilitado los bostezos indolentes de la oposición.

La última revuelta del Congreso de los Diputados tiene la insólita característica de ser común a todos, como una golfada por unanimidad. O como aquel juego infantil con el que las abuelas le enseñaban a sus nietos los dedos de la mano, este puso un huevo, este lo coció… y este picarillo gordo, se lo comió. Entre todos componen el esperpento al que hemos asistido, a partir de que El Confidencial desveló lo que estaba ocurriendo. Un error gravísimo de la oposición de derechas por su negligencia, una afrenta abominable del grupo vasco que negocia a favor de asesinos y una frivolidad intolerable del presidente del Gobierno, que pacta su continuidad a cambio de reducciones de penas. Entre todos ellos, Yolanda Díaz.

Pedro Sánchez Terrorismo ETA (banda terrorista)