Mientras Tanto
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El pequeño Robespierre se pone farruco
Podemos, que es un partido metafórico, ha sido capaz de hacer creer que ha logrado los resultados electorales que no ha tenido. Pese a ello, el pequeño Robespierre da lecciones de democracia
La creación de una realidad virtual es una vieja aspiración de ciertos sistemas políticos un tanto viciados. Tal vez por eso, Pio Baroja, que era un nihilista y sospechaba de casi todo -se definía en 1904 como un liberal radical, individualista y anarquista-, sostenía que la democracia era la palabra más insulsa que se había inventado. Y ponía un ejemplo. “Es como la pirueta del cómico de mi pueblo; la mayoría no sabemos lo que es democracia ni lo que significa, y, sin embargo, nos sugestiona y nos hace efecto”.
Esta visión un tanto arcaica de la democracia -que corresponde a un tiempo oscuro- ha resucitado en los últimos días de la mano de ciertos dirigentes políticos, cuya lectura de lo que ha pasado en las últimas elecciones convierte al cómico del pueblo de Baroja en un fino analista de la actualidad.
Probablemente, porque se ha hecho realidad aquello que decía el sociólogo Robert K. Merton (padre del Nobel de Economía), quien popularizó la expresión “profecía autocumplida”. Detrás de esta idea había una convicción. En determinadas ocasiones, nuestras propias predicciones -aunque no estén avaladas ni por el razonamiento ni por el sentido común más elemental- tienden a dar apariencia de realidad. Lo que en castellano castizo siempre se ha llamado comulgar con ruedas de molino.
Y eso es, precisamente, lo que ha hecho el pequeño Robespierre y su grupo de acólitos, hacer creer a la opinión pública (con notable éxito) que los resultados electorales del 24-M (otra cosa son las consecuencias políticas) lohan convertido en el líder de Occidente más importante desde 1945. Vamos, que a su lado Adenauer, Churchill o Willy Brandt eran unos advenedizos. La altanería y bravuconería del pequeño Robespierre ha llegado al extremo de sugerir que su “victoria” se estudiará en los libros de texto, como una especie de libro rojo de Mao pero escrito con insolencia, desparpajo y ciertas dosis de populismo latinoamericano de su idolatrado padre Laclau.
Pablo Iglesias ha hecho creer a la opinión pública que el 24-M lo ha convertido en el líder de Occidente más importante desde 1945
El escrutinio no dice precisamente eso. Incluso, revela lo contrario. La marca Podemos, como se sabe, no se presentó a las elecciones municipales. Pero sí lo hizo en las autonómicas, donde sus candidatos estaban avalados por el logotipo del partido. Es decir, que no había ni trampa ni cartón, como sí sucedía en el caso de las municipales, donde una amalgama de agrupaciones locales (legítimamente) dio la cara en nombre del pequeño Robespierre, colocado al frente de una especie de partido-movimiento sin parangón en Europa, donde cada formación se presenta con sus siglas para no engañar al electorado tratando de capitalizar resultados ajenos. Tácticamente está bien visto, pero un indudablefraude en términos democráticos.
Ni más ni menos
Pues bien, en las elecciones autonómicas la marca Podemos ha obtenido como media, ni más ni menos, que un 13,52% de los votos (han leído bien). O lo que es lo mismo: 1,78 millones de papeletas sobre un censo electoral de 18,92 millones de posibles electores. Por lo tanto, apenas el 9,44%.
¿Mucho o poco? Habrá quien piense que son muchos votos. Otros creerán lo contrario, pero parece obvio que no trata de unos resultados tan extraordinarios (alrededor de un 25% más que IU o el PCE en su media histórica) a la luz de dos hechos incuestionables y difícilmente repetibles.
Podemos (y en mucha menor medida Ciudadanos) ha sido el único partido que ha contado (un hecho insólito en las democracias avanzadas) con dos televisiones (La Sexta y Cuatro) a su servicio. Y hoy, también parece evidente, la mayoría de la población sigue conformando su opinión a través de determinadas televisiones, que han convertido la política en un espectáculo como el fútbol o los toros, con pizarras incluidas.
En las autonómicas Podemos ha obtenido un 13,52% de los votos. 1,78 millones de papeletas sobre un censo de 18,92 millones de posibles electores
Ningún otro partido, igualmente, se ha podido beneficiar del desgaste político que han sufrido las dos fuerzas mayoritarias, PP y PSOE, por errores propios a causa de cómo han gestionado la peor crisis económica desde el Plan de Estabilización. Un partido como Syriza, al que se suele poner como ejemplo, obtuvo en 2009 el 4,6% de los votos, pero en 2015 alcanzó el 36,4% del respaldo popular. Eso sí es un resultado espectacular que haría levitar al pequeño Robespierre. Incluso Los Verdes alemanes entraron con más fuerza en el parlamento.
Se dirá que las elecciones autonómicas se han celebrado sólo en 13 comunidades y no en las 17. Y es verdad. Pero incluyendo a Andalucía (con un enorme peso en términos de población y con elecciones todavía calientes), el resultado no difiere mucho.
Las candidaturas presentadas bajo la marca de Podemos han obtenido de media un 13,62% de los votos emitidos. Ni más ni menos. Incluso, si se extrapolan los resultados del País Vasco, Galicia y Cataluña, donde tampoco se celebraron autonómicas, la conclusión no es muy distinta.
En ninguno de esos tres territorios Podemos, que se presentaba como una alternativa de Gobierno, ha doblado el brazo a los partidos hegemónicos: PP, PSOE, PNV, CiU o incluso Bildu. Por lo tanto, las encuestas han patinado.
Probablemente, porque también han caído en el mismo error de las profecías autocumplidas al construir una realidad inventada. La mayoría de los trabajos demoscópicos dibujaba un escenario político anclado sobre cuatro pilares con una capacidad de resistencia similar. Nada más lejos de la realidad. Podemos está muy lejos de los dos grandes partidos y Ciudadanos -guste o no- todavía más. Ni sumando los votos de uno y otro, alcanzan al PP o al PSOE.
Esperanza Aguirre y el golf
Los casos de Madrid y Barcelona son singulares. El éxito sin paliativos de Carmena o Colau tiene más que ver con la personalidad de las candidatasque con un respaldo mayoritario a la candidatura de Podemos, que ha obtenido en la Comunidad casi la mitad de los votos que enelayuntamiento.
MientrasEsperanza Aguirremejoraba su hándicap jugando al golf, la jueza se batía el cobre contra la Dictadura. O mientras que el PSOE y el PP miraban a la luna de Valencia cuando se desahuciaba a miles de familias, la Colau peleaba por derechos fundamentales Es decir, donde ha ido Podemoscon su marca, el partido del aprendiz de brujoha sufrido. Y no parece razonable pensar que Podemos pueda lograr en las elecciones generales el 31,85% de los votos, que es lo que obtuvo Ahora Madrid el 24-M.
¿Por qué entonces el pequeño Robespierre aparece como el gran triunfador de estas elecciones cuando ha obtenido unos resultados discretos habida cuenta de unas circunstancias históricas que no se volverán a repetir:televisiones a su servicio: crisis económica, agotamiento del aparato institucional y corrupción en el mismo espacio mismo tiempo? Pues seguramente por lo que hace algún tiempo contaba en este periódico José Antonio Zarzalejos cuando hablaba del lingüista George Lakoff, autor de una sugerente teoría sobre el pensamiento metafórico.
Lakoff sostiene que a través de la metáfora somos capaces de construir conceptos que influyen en nuestra manera de razonar. Y si alguien es capaz de etiquetar a sus adversarios políticos adjudicándoles categorías morales (la casta) tiene mucho ganado. Vamos, una especie de realidad virtual capaz de hacer verosímil lo que no lo es.
Esta estrategia, junto a un imponente maniqueísmo que consiste en crear falsos antagonismo (ellos o nosotros), es lo que explica el éxito mediático del pequeño Robespierre, a quien incluso -tras haber sido convenientemente blanqueado desde la paginas del El País como un partido socialdemócrata de corte clásico que ya ha hecho su Bad Godesberg a la manera del SPD alemán para facilitar los acuerdoscon el PSOE-se le perdona que vaya a pactar con quienes hasta hace pocas semanas aparecían, en su leguaje metafórico, como “lo peor de los peor”, que diría Fernández Ordoñez cuando hablaba de la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM).
Sin duda que los avatares que conforman la realidad virtual que ha construido el pequeño Robespierre -con un éxito mediático indudabley evidenteiinfluencia política- tiene mucho que ver con ello. Acabará, sin embargo, engullido por su propia alegoría.
La creación de una realidad virtual es una vieja aspiración de ciertos sistemas políticos un tanto viciados. Tal vez por eso, Pio Baroja, que era un nihilista y sospechaba de casi todo -se definía en 1904 como un liberal radical, individualista y anarquista-, sostenía que la democracia era la palabra más insulsa que se había inventado. Y ponía un ejemplo. “Es como la pirueta del cómico de mi pueblo; la mayoría no sabemos lo que es democracia ni lo que significa, y, sin embargo, nos sugestiona y nos hace efecto”.