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La gran estafa electoral que se avecina

La campaña electoral produce efectos tóxicos. Los programas electorales se presentan sin una evaluación de los costes. Y la realidad es que muchas de las propuestas estrella son papel mojado

Foto: Mariano Rajoy. (Reuters)
Mariano Rajoy. (Reuters)

Cuando le preguntaron a Harold Macmillan por lo que más temía de su trabajo, el exprimer ministro británico dijo son sorna: 'Los acontecimientos, muchacho, los acontecimientos ('Events, dear boy, events')”. Era una forma amable de describir la miseria de la política cuando se pierde la iniciativa.

Macmillan, a quien apodaban 'Supermac', era profundamente conservador, pero en la España de hoy sería un revolucionario. Su fuerte personalidad -se hizo keynesiano para combatir la Gran Depresión- le valió una larga y lúcida carrera política de medio siglo de poder templado.

El propio J. F. Kennedy se rindió a su forma de hacer política y reconoció que sin la sensatez de Macmillan la carrera nuclear no se hubiera frenado. Lo importante, decía el antiguo estudiante del elitista Eton College, era resolver los problemas con soluciones viables y realistas. Y fiel a ese principio, viajó a Moscú y se entrevistó con Kruschev en plena guerra fría contra la opinión de su partido, todavía atrapado por la política de aislamiento de Churchill. Pero gracias a esa intrépida estrategia, rescató al moribundo Partido Conservador de su marasmo cuando nadie daba un penique por él tras el fiasco de la guerra del canal de Suez. Aquella contienda que arruinó al iluso de Anthony Eden, fatalmente convencido de que el imperio británico era aún el de la reina Victoria.

Macmillan tuvo que dimitir tras saltar el caso Profumo, un oscuro pasaje en el que se vio involucrado su ministro de la Guerra. John Profumo era amante de una prostituta que también mantenía relaciones sexuales con el agregado naval soviético en Londres. Meses después, en un gesto político hoy inaudito, presentó su renuncia pese a que fue ajeno a todo el 'affaire'.

La mentira obscena se ha instalado en la vida política. Partidos como Podemos o el PSOE se llenan la boca con la convocatoria de primarias pero es pura filfa

Suya es la expresión "vientos de cambio", pronunciada en 1960 durante un histórico discurso en Sudáfrica en el que admitió el derecho de los pueblos africanos a convertirse en naciones libres. “Vientos de cambio soplan en este continente, y tanto si nos gusta como si no, el crecimiento de la conciencia nacional es un hecho. Debemos aceptarlo, y nuestras políticas nacionales deben tenerlo en cuenta”. Desde entonces, la palabra 'cambio' se ha asociado en el lenguaje político a transformaciones no cosméticas. No hay partido -de derechas o de izquierdas- que no hable del cambio en periodo electoral, aunque casi siempre en vano. Algo que explica, en palabras de María Zambrano, el laberinto de perplejidad y asombro en que viven muchos ciudadanos.

Sin duda, porque la mentira obscena se ha instalado en la vida política, que habla de regeneración democrática, pero en la práctica es papel mojado. Partidos como Podemos o el PSOE se llenan la boca con la convocatoria de elecciones primarias, pero en realidad es pura filfa. Los primeros de la lista electoral -tal vez por eso lo llaman primarias- son los que Sánchez e Iglesias imponen sin pudor y sin escrúpulos. Y cuando hay que apartar a un disidente, se le condena a la muerte civil, como sucedió en Madrid.

En posesión de la verdad

Y qué decir del PP. Un partido de corte falangista en la toma de decisiones en que el líder propone y también dispone, lo que convierte a la democracia interna en pura pantomima. Y cuyo comportamiento hace bueno aquello que decía Benjamín Franklin: “La mayoría de los hombres, lo mismo que la mayoría de las sectas religiosas, se creen en posesión de la verdad pura, y piensan que todos los que difieren de ellos están en el error”.

Los líderes políticos, en lugar de trabajar en sus despachos, deambulan por los platós como almas en pena diciendo cosas que no van a cumplir

El caso de Ciudadanos es el más singular de todos porque se trata del único partido occidental que renuncia de forma preventiva a formar parte de un Gobierno (salvo que gane las elecciones), lo que convierte al partido de Rivera en un animoso ’think tank’ -juega a la influencia y no a mancharse con el poder- que tarde o temprano se despertará bruscamente de su sueño. Hacer política es ensuciarse con el polvo del camino, que diría Conde-Pumpido y sugeriría el lúcido Macmillan.

Así es como la precampaña electoral avanza entre farsa y farsa. Probablemente porque la política se ha convertido en algo parecido a un producto de entretenimiento alimentado por las televisiones. La política es hoy una realidad virtual que se retroalimenta de sus propias polémicas, como recordaba este sábado en este periódico Ignacio Varela, pero vacía de contenido y de insustancial vuelo gallináceo. Los líderes políticos, en lugar de trabajar en sus despachos con sus colaboradores, son hoy pobrecitos habladores que deambulan por los platós como almas en pena diciendo cosas que no van a cumplir.

La fantasía política se ha traslado con especial crudeza a los programas electorales de los partidos políticos, convertidos en muchas ocasiones en papel mojado antes de nacer por ausencia de realismo. Todos saben que muchas de esas propuestas nacen muertas, pero aun así se prometen rebajas imposibles de IVA (del 21% al 18%); complementos salariales garantizados por el Estado para compensar los bajos sueldos; rentas básicas para cientos de miles de familias que no disfrutan las que hoy conceden las distintas administraciones; rebajas de cotizaciones sociales, y, por supuesto, recortes de impuestos en todos y cada uno de los tramos del IRPF. Además de duplicar la inversión pública en I+D+i (unos 6.000 millones de euros), hacer llegar la banda ancha a todos los hogares españoles antes de 2020 o la creación de parques tecnológicos y ciudades del conocimiento que serán la envidia de Silicon Valley. Incluso se habla de aumentar hasta 26 semanas los permisos de maternidad/paternidad o de universalizar la educación entre cero y 18 años.

Memoria económica

Nadie en su sano juicio diría que esas propuestas -unas más y otras menos- son razonables y hasta necesarias. El problema es que no hay motivos para creer en ellas porque no están avaladas en ningún caso por una memoria económica explicativa que evalúe su coste o su financiación. Tampoco aparecen los plazos concretos para su puesta en marcha o los cambios legislativos que hay que hacer antes de ver publicadas las leyes en el BOE. Al fin y al cabo, muchas de esas propuestas tienen sus límites en directivas comunitarias o en acuerdos internacionales.

Se prometen rebajas imposibles de IVA, rentas básicas para cientos de miles de familias, rebajas de cotizaciones y, por supuesto, recortes de impuestos

La rebaja del IVA, por ejemplo, depende de la UE, y el margen de maniobra presupuestario es mínimo, como bien saben los griegos. Entre otras cosas porque, en contra de lo que dice el Gobierno, España es un país parcialmente intervenido, y el MoU pactado con Bruselas obliga todavía a mucho.

No estaría de más, por lo tanto, que ahora que se habla de regeneración democrática una ley obligara a los partidos a publicar el coste estimado de sus programas electorales, y que, en paralelo, un organismo independiente (por ejemplo, la autoridad fiscal) evaluara su aplicación concreta, como ya están haciendo muchas instituciones privadas en países con mayor presencia (y mayores recursos) de la sociedad civil. Desde luego sería más eficaz que esa estulticia que hicieron algunos partidos en su día: llevar el programa electoral ante un notario.

En países más avanzados en términos de calidad democrática, como Holanda, ya se hacen este tipo de evaluaciones con carácter previo, y así se evitaría que un partido gane las elecciones con un programa electoral más falso que un euro de madera. Se evitarían, de esta manera, frustraciones colectivas y bochornosos espectáculos como que un partido gane las elecciones diciendo que bajará los impuestos y lo primero que haga sea subirlos.

Cuando le preguntaron a Harold Macmillan por lo que más temía de su trabajo, el exprimer ministro británico dijo son sorna: 'Los acontecimientos, muchacho, los acontecimientos ('Events, dear boy, events')”. Era una forma amable de describir la miseria de la política cuando se pierde la iniciativa.

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