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Pablo Iglesias: 'España soy yo'

El victimismo es parte esencial de los partidos populistas. Y los ataques de Iglesias a la prensa forman parte de una estrategia destinada a aparecer como víctimas del sistema

Foto: El líder de Podemos, Pablo Iglesias, y el secretario de Organización, Pablo Echenique, durante la clausura de la Fiesta de la Primavera este domingo. (EFE)
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, y el secretario de Organización, Pablo Echenique, durante la clausura de la Fiesta de la Primavera este domingo. (EFE)

No estará de más repescar un desgarrador libro de Arthur Koestler, probablemente uno de los intelectuales más honestos que haya dado Europa en la segunda mitad del siglo XX. Su alegato más atormentado contra el estalinismo lo escribió en 1940, en el cénit del comunismo soviético. En 'El cero y el infinito', Arthur Koestler, un antiguo comunista, desnuda la farsa de los juicios de Stalin para liquidar a los viejos camaradas de la revolución. Para ello, fabrica un relato demoledor sobre los mecanismos de destrucción de la personalidad utilizados por el estalinismo.

La técnica es sutil. Comienza con la descalificación pública del enemigo mediante falsas acusaciones aireadas de forma conveniente (ahora se haría a través de las redes sociales). Pasado el tiempo, la presión social es tan fuerte que la delación -ahora muchos lo llaman activismo en forma de escrache- se convierte en un arma del pueblo contra quienes cuestionan al Número Uno. El envilecimiento público del disidente llega a tales extremos que, al final, la víctima se convierte en su propio verdugo.

- “Cuando le preguntaron si se confesaba culpable, cuenta el ‘renegado’ Koestler en su obra maestra, “el acusado Rubashov contestó: ‘Sí’, con voz clara. A la otra pregunta del fiscal acerca de si el acusado había obrado como agente de la contrarrevolución, contestó otra vez: 'Sí', en voz muy baja...”.

Criticar el legítimo enfrentamiento con Errejón es lo mismo que embestir contra el líder, convertido en el tótem inaccesible que defiende a la tribu

Antes del interrogatorio se había producido un hecho singular. “Habiéndose preguntado”, decía el narrador de Koestler, “si deseaba un abogado para su defensa, el acusado contestó que renunciaba a ese derecho”.

La autoinculpación formaba parte del proceso, y eso es lo que, de alguna manera, Pablo Iglesias y sus conmilitones procuran cuando cualquier ciudadano cuestiona su estrategia política. Criticar el legítimo enfrentamiento con Errejón es lo mismo que embestir contra el líder, convertido en el tótem inaccesible que defiende a la tribu ante las inclemencias del exterior. Atacarle a él -al sumo sacerdote- es lo mismo que agredir al conjunto de la organización, y de ahí que cualquier argumento que no coincida con el pensamiento dominante es interpretado como una descalificación del proyecto global.

España soy yo

Este tipo de comportamientos son habituales en los sistemas totalitarios. El dictador Franco -como otros tiranos- confundía su persona con el Estado, y cuando muchos ciudadanos reclamaban en las calles más libertad y democracia, la respuesta era siempre la misma: quieren atacar a España.

La historia está lleno de majaderos así, pero había razones para pensar que en pleno siglo XXI la nueva política, al menos en el caso de Podemos, entendería que la libertad forma parte del progreso humano. De hecho, no se entiende la democracia sin libertad. Claro está, salvo que estemos ante un moderno Savonarola, aquel fraile dominico célebre por encender hogueras contra la vanidad de los díscolos y que acabó siendo, paradojas de la vida, ejecutado por la Inquisición.

Keynes, poco sospechoso de querer lo peor para los trabajadores, ya advirtió en 1925, con ocasión de su primer y único viaje a la Rusia leninista, que había nacido una nueva religión. “Como otras nuevas religiones”, sostenía, “el leninismo obtiene su poder no de la multitud sino de una pequeña minoría de conversos entusiastas, quienes tienen la fuerza de 100 indiferentes gracias al fervor y la intolerancia”.

Pablo Iglesias ha entrado en esa dinámica. Probablemente, como un mecanismo de defensa. Si hasta hace bien poco cuestionar en público su estrategia y su praxis era profundamente reaccionario (pocos eran los que se atrevían a hacerlo para no ser considerados de la casta), hoy el desgaste lógico de la acción política hace que cada vez más analistas lo cuestionen. Lo natural en un sistema de opinión pública, que es la esencia de la democracia.

El victimismo forma parte esencial de la estrategia del populismo, y ante unas inminentes elecciones, solo cabe agarrarse a una idea elemental pero útil

Cualquier político lo entendería, pero Pablo Iglesias y sus conmilitones no pueden hacerlo por una razón sencilla. El victimismo forma parte esencial de la estrategia del populismo, y ante unas inminentes elecciones, solo cabe agarrarse a una idea elemental pero útil en términos electorales. El sistema -que diría Mario Conde- se levanta cada mañana con una obsesión: liquidar a Podemos y a lo que representa. Al fin y al cabo, como diría Keynes, ese pequeño grupo dirigente es la verdad revelada. "¡Tiembla la Casa Blanca!", que decía un pretencioso periodista de provincias cada vez que publicaba un artículo en un diario de tercera.

Es decir, su ataque a la libertad de prensa no solo forma parte de su ideología, sino que hay que incardinarla en un movimiento meramente instrumental destinado a hacer creer a la opinión pública que ellos son las víctimas del sistema. Por eso, en las próximas semanas, Podemos se sentirá perseguido, difamado y hasta vilipendiado por no haber querido apoyar el programa PSOE-Ciudadanos. Podemos contra todos. Eso es lo que dirá el mesías.

Pero también dirá que los poderosos quieren acabar con ellos y con la gente; que los periodistas están vendidos a los editores por un puñado de monedas para trepar en la escala social; que hay una conjura planetaria contra ellos y que el mundo se revuelve contra tanta paz y tanto amor que destila Podemos, que diría el pequeño Robespierre. Al fin y al cabo, no hay más verdad que la suya. Y la suya es una religión en la que no caben sectas, salvo la de sus acólitos. Ni siquiera la de Errejón.

No estará de más repescar un desgarrador libro de Arthur Koestler, probablemente uno de los intelectuales más honestos que haya dado Europa en la segunda mitad del siglo XX. Su alegato más atormentado contra el estalinismo lo escribió en 1940, en el cénit del comunismo soviético. En 'El cero y el infinito', Arthur Koestler, un antiguo comunista, desnuda la farsa de los juicios de Stalin para liquidar a los viejos camaradas de la revolución. Para ello, fabrica un relato demoledor sobre los mecanismos de destrucción de la personalidad utilizados por el estalinismo.

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