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La deslealtad de Pablo Iglesias y el ejemplo de Macario
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La deslealtad de Pablo Iglesias y el ejemplo de Macario

Iglesias debería fijarse en tres sindicalistas que lucharon contra el franquismo. Tranquilino, Arcadio y Macario eran pura disciplina y lealtad. El único objetivo era liquidar la dictadura

Foto: Fotografía facilitada por Moncloa del vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Derechos Sociales y para la Agenda 2030, Pablo Iglesias. (EFE)
Fotografía facilitada por Moncloa del vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Derechos Sociales y para la Agenda 2030, Pablo Iglesias. (EFE)

A la inmensa mayoría de los españoles no les sonará de nada Tranquilino, Arcadio y Macario. Incluso, creerán que son nombres ficticios o pseudónimos de personajes de algún tebeo de la posguerra. Pero para algunos, desgraciadamente cada vez menos, Tranquilino Sánchez, Arcadio González y Macario Barjas representan lo mejor de la lucha contra el franquismo.

Todavía hoy se les recuerda recorriendo los tajos de la construcción de Madrid llamando a la huelga porque un compañero había muerto bajo el andamio o peleando con el capataz para mejorar la vida de albañiles mal pagados que se jugaban la vida ante la falta seguridad en el trabajo. Pedro Patiño, un camarada suyo, fue asesinado en 1971 en esas crueles circunstancias.

Lo que les unía era acabar con el franquismo para que la democracia mejorara las condiciones de vida y trabajo en los tajos y suburbios de Madrid

Con el tiempo, Tranquilino, Arcadio y Macario —carpintero y gran orador— se convirtieron en un mito y no había reivindicación obrera en la que los tres dirigentes de CCOO no estuviera en la vanguardia. El periodista Rodolfo Serrano llegó a escribir que la policía creía que eran hermanos. No lo eran. Lo que les unía era acabar con el franquismo para que la democracia mejorara las condiciones de vida y trabajo en los tajos y suburbios de Madrid.

Nunca cambiaron de estatus de vida ni de barrio (Macario tiene una calle en Vallecas), y siempre fueron fieles a sus ideas. Sin quiebros mágicos para ganar cuota de poder o dinero. Pero, sobre todo, tenían un sentido de la disciplina que solo conocen quienes han vivido en la clandestinidad: llegar a la hora en punto a la cita pactada, ni cinco minutos antes, ni cinco minutos de después de la quedada, o no llamar la atención de forma frívola e innecesaria para demostrar que tenían más arrojo que nadie.

Esa disciplina es la que los llevó a identificar con precisión cuál era el objetivo: acabar con la dictadura. De ahí vienen los célebres 'compañeros de viaje' de la Transición.

Acelerar el cambio

Había que leer bien el momento político en aras de lograr ese objetivo estratégico, lo que exigía nuevas alianzas más allá de las que surgieran en los tajos, incluso aquellas que se hacían contra natura. Se trataba, en definitiva, de acelerar el cambio político. Ese era el único objetivo, como hoy es la lucha contra el Covid-19.

Justo lo contrario de lo que está haciendo Pablo Iglesias desde que la crisis del coronavirus ha asaltado de forma feroz nuestras vidas. El líder de Unidas Podemos, parece buscar un perfil político propio dentro del Ejecutivo, lo cual sería razonable en un tiempo político 'normal', pero este no lo es. Y por eso es completamente incomprensible que quiera desmarcase del Ejecutivo cuando el Gobierno central, precisamente, ha asumido todos los poderes, incluidos los de las comunidades autónomas, y está obligado a transmitir la misma unidad que se reclama a los ciudadanos, que sufren una limitación muy seria de algunos de sus derechos fundamentales para hacer eficaz el combate contra la pandemia.

Una calamidad

Lo de menos es, incluso, la irresponsable e insolidaria decisión de saltarse la cuarentena. Allá Iglesias con su conciencia. Lo verdaderamente relevante es esa estrategia desleal de querer adelantarse a los acontecimientos marcando distancias con Sánchez y así evitar que le salpique la calamidad económica que se avecina.

Nadie obligó a Iglesias a pactar un Ejecutivo de coalición. Es como si pretendiera no mancharse en esta tragedia y pasado el tiempo decir: ya lo avisé

Es decir, ponerse a salvo cuando los primeros indicadores económicos, el dos de abril se conocerán los datos de afiliación a la Seguridad Social, empiecen a cuantificar los daños sociales y económicos del coronavirus, que serán devastadores.

Ese 'sálvese quien pueda' en unos momentos clave en la vida de España, es lo que realmente explica esa posición insolidaria con un Ejecutivo que ha cometido muchos y gravísimos errores (la manifestación del 8-M, el ninguneo de las cifras en los primeros días de la pandemia, la no implicación de las fuerzas armadas mucho antes…), pero que es su Gobierno.

Nadie obligó a Iglesias a pactar un Ejecutivo de coalición. Es como si pretendiera no mancharse en esta tragedia y pasado el tiempo decir: ya avisé yo de que ese no era el camino.

En términos políticos, eso se llama deslealtad. Todo el Gobierno, y no solo por razones constitucionales, es corresponsable de las decisiones que se tomen, ya que el consejo de ministros es un órgano colegiado. Y si no fuera así no se estaría hablando de política. Se estaría hablando de un consejo de administración en el que cada bando quiere sacar la mayor rentabilidad posible.

En evidente que Iglesias y el resto de ministros de Unidas Podemos tienen perfecto derecho a discrepar dentro del Consejo de Ministros y dar batallas por sus ideas. De hecho, algunas propuestas, como pagar directamente los salarios de los trabajadores con riesgo de despido, son algo más que razonables. Pero en estos tiempos, querer marcar perfil propio es una irresponsabilidad que nunca se le hubiera ocurrido a Clement Atlee en el gobierno de concertación de Churchill tras estallar la guerra mundial.

Sangre, sudor…

El líder laborista siempre fue fiel al primer ministro conservador en unos tiempos trágicos para su país. Precisamente, en aquellos terribles momentos en los que Churchill pronunció su célebre discurso: "Yo no tengo nada que ofrecer sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor". No hace falta recordar que Atlee ganó las primeras elecciones generales tras la guerra, al propio Churchill, y fue el gran impulsor del Estado de bienestar tras poner en marcha desde el Ministerio de Trabajo el famoso informe Beveridge.

Atlee fue leal y ganó al propio Churchill las primeras elecciones tras la guerra, siendo, además, el gran impulsor del Estado de bienestar

Y es que la lealtad tiene recompensa. Y si no la tiene, da igual. Como decía el exprimer ministro sueco Göran Persson en unos momentos muy difíciles para su país, "tenía dos caminos. Hacer lo que debía y no ser reelegido o no hacer nada y, seguramente, tampoco volvería a ser primer ministro, con lo que, además, perjudicaba a mi país con mi inacción". Optó por lo primero.

Hacer de Salvini en una situación como esta es, por lo tanto, una temeridad que, necesariamente, recuerda a lo que pasó durante la guerra civil, cuando una parte de la izquierda quiso hacer la revolución en medio de la contienda. Al final ni hubo revolución ni se ganó la guerra. Y la lucha contra el coronavirus es, como ha dicho Merkel, una guerra en la que el campo de batalla está en nuestras casas. No en el consejo de ministros.

A la inmensa mayoría de los españoles no les sonará de nada Tranquilino, Arcadio y Macario. Incluso, creerán que son nombres ficticios o pseudónimos de personajes de algún tebeo de la posguerra. Pero para algunos, desgraciadamente cada vez menos, Tranquilino Sánchez, Arcadio González y Macario Barjas representan lo mejor de la lucha contra el franquismo.

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