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El caldo de cultivo que incendia a las clases medias
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Carlos Sánchez

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El caldo de cultivo que incendia a las clases medias

El malestar cotiza al alza. El sistema económico ya no es capaz de garantizar el nivel de rentas que hoy reclaman muchos ciudadanos. Es una crisis estructural, no coyuntural

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El historiador Arnold J. Toynbee, que algo sabía del auge y caída de las civilizaciones, escribió en un resumen del año que hizo para el Royal Institute of International Affairs: "En 1931, los hombres y mujeres del mundo debatían abiertamente y planteaban seriamente la posibilidad de que el sistema social occidental se derrumbase y dejase de funcionar". En paralelo, el 22 de junio de aquel año, Keynes, durante una conferencia en Chicago, sostenía: "Me dicen que en Moscú consideran que esta es la última y definitiva crisis del capitalismo y que nuestro ordenamiento social no resistirá". No más optimista fue Montagu Norman, probablemente uno de los mejores banqueros centrales de la historia, quien proclamó desde el Banco de Inglaterra, donde reinó entre 1920 y 1944 (los años que dieron forma al resto del siglo XX): "A no ser que se tomen medidas drásticas para salvarlo, el sistema capitalista se hundirá en el término de un año en todo el mundo civilizado". Y añadió: "me gustaría que esta predicción se tuviera en cuenta en el futuro".

Toynbee, Keynes y Norman tenían muchas razones para estar preocupados en aquel 1931; y, de hecho, el futuro que adivinaban como una calamidad no pudo ser más sombrío. Como muchos economistas han acreditado, lo que realmente acabó con la Gran Depresión no fueron solo las políticas keynesianas de la era Roosevelt, sino la guerra.

La capacidad de resistencia de las sociedades ricas ante dificultades sobrevenidas es hoy mucho menor

Lo contó hace algún tiempo Liaquat Ahamed en 'Los señores de las finanzas', probablemente el mejor libro que se ha escrito sobre cómo se enfrentaron los gobernadores de los bancos centrales al periodo de entreguerras y que es un monumento a la memoria de aquellos años. Su tesis, como la de muchos otros historiadores, es que por entonces se creó un campo de cultivo propicio en el que floreció la polarización política más extrema; y aunque sería estúpido hacer cualquier comparación con la situación actual, no es menos cierto que el mundo vive hoy situaciones impensables hace pocos años. Ni siquiera hace falta recordar acontecimientos recientes.

Es verdad que lo que ha cambiado respecto de aquel periodo sombrío no es solo el brutal aumento de los niveles de vida registrados en Europa en las últimas ocho décadas, sino también la fortaleza de las instituciones o el progreso cultural y educativo de las clases medias, pero precisamente por eso la capacidad de resistencia de la sociedad ante dificultades sobrevenidas es hoy mucho menor que en el pasado.

Una competencia desigual

Los ciudadanos exigen prestaciones públicas y mecanismos de protección social que hoy las administraciones no pueden satisfacer. Ya sea por escasez de recursos en un contexto en el que los sistemas fiscales están al límite (unos más que otros), por la propia ineficiencia de los poderes públicos o, por supuesto, porque el sistema económico no da más de sí ante la competencia desigual de países con costes más bajos que horadan el tejido productivo en sociedades que antes protegían su sistema económico, y que hoy, a consecuencia de desregulaciones extremas, están a la intemperie por la globalización o por los avances técnicos, que expulsan del mercado de trabajo a profesiones que antes se consideraban inexpugnables.

Esta realidad, a la postre, es la que ha generado una profunda desafección. No hacia la política entendida como el espacio público en el que se ventila el conflicto social, y ahí está la enorme participación popular en las elecciones de EEUU o incluso la activa participación de millones y millones de ciudadanos en redes sociales altamente politizadas, sino hacia los partidos que se consideran centrales en el sistema político, a quienes se ve como culpables.

¿Alguien piensa que se van a recuperar en 2021 los 67.857 millones perdidos en ingresos turísticos?

El hecho de que existan condiciones objetivas para que la verborrea política pueda sacar tajada en democracias parlamentarias no es un asunto menor. Es, en realidad, el núcleo del problema. Y por eso sorprende que el sistema político, digamos 'convencional', se fije más en las consecuencias que en las causas que explican el desasosiego, y que, desde luego en el caso español, comenzará a cristalizar en los próximos meses, cuando buena parte de las clases medias empobrecidas por la pandemia observen que las incertidumbres, lejos de despejarse, seguirán ahí.

Entre otras razones, por la enorme exposición de la economía española a sectores que tienen que ver con la movilidad (turismo, hostelería, transporte, comercio…). O por el hecho de que tenderán a desaparecer muchos de los instrumentos legales que hoy han encapsulado la economía, como la prohibición de despedir en las empresas acogidas a un ERTE (salvo que devuelvan las cotizaciones no pagadas) o la congelación de las quiebras hasta nueva orden. ¿Alguien piensa que se van a recuperar en 2021 los 67.857 millones de euros perdidos hasta noviembre en ingresos turísticos?

Material inflamable

La existencia de ese caldo de cultivo –favorecido porque esta crisis golpea con especial dureza a las rentas bajas precarizadas, como ha puesto de relieve Eurostat– no es intrascendente en términos políticos. Al contrario. Máxime cuando la pandemia económica, ahora agravada por las últimas restricciones y por el efecto económico de las bajas temperaturas y las nevadas, ha ensanchado los niveles de desigualdad de forma significativa a consecuencia del desempleo. Tanto la desigualdad interna, es decir, la que existe en cada país en función de su sistema económico y social, como la externa, aquella que influye en los flujos migratorios al ensancharse la distancia entre las economías avanzadas y el resto.

Como ha puesto de relieve el Fondo Monetario Internacional (FMI), mientras que las economías avanzadas han podido desplegar el equivalente al 20% del PIB en estímulos fiscales, en los países de bajos ingresos apenas se ha alcanzado el equivalente al 2% del PIB, lo que obviamente ensancha la brecha entre ricos y pobres, con las consecuencias que ello tiene desde todos los puntos de vista. Y sería ridículo ignorar que los fenómenos migratorios son el material inflamable con el que suelen jugar los distintos populismos para polarizar. No es irrelevante que el último viaje que ha hecho Trump como presidente haya sido, precisamente, a la frontera con México para fotografiarse junto al muro.

Bipartidismo imperfecto

Y es en este contexto en el que las tensiones sociales -al calor de una recuperación que será incierta- vuelven a aparecer en el horizonte inmediato. Pero con una particularidad. La anterior crisis –que dio un zarpazo al bipartidismo imperfecto que había reinado en España desde 1977– está demasiado cerca de la actual, y eso solo puede avivar el conflicto en un país que corre el riesgo de que otras 750.000 personas traspasen este año el umbral de la pobreza, como han estimado algunos servicios de estudios.

Keynes: "Sin duda, Lenin tenía razón. No hay modo más sutil y seguro de subvertir las bases de la sociedad que corromper su moneda"

Es decir, existen condiciones objetivas que hoy por hoy los poderes públicos, con políticas continuistas que no van al fondo del problema, tienen muchas dificultades para encauzar. Probablemente, porque no se trata solo de meter más dinero para reforzar eso que se ha llamado capitalismo clientelar, aunque también haya que hacerlo en un contexto como el actual en aras de resolver las necesidades más urgentes, sino de atacar los problemas de fondo. Precisamente, aquellos que explican tanto desasosiego: bajos salarios, precariedad laboral o presión sobre pequeñas empresas y autónomos incapaces de competir con grandes corporaciones o fondos de capital riesgo que aprovechan mejor un capitalismo que es eminentemente financiero y que ha tendido en las últimas décadas a desfiscalizar las rentas del capital frente a las del trabajo.

Si tras la revolución conservadora de los años 80, el sistema económico fue capaz de reinventarse, generando aciertos, pero también nuevos desequilibrios que entonces, en medio de la estanflación, no podían adivinarse con claridad, no hay razones para pensar que hoy no pueda hacerlo mediante políticas fiscales y regulatorias más eficientes. Incluso cuestionando algunos de los paradigmas que hoy son hegemónicos, como las ventajas de una globalización ciertamente desequilibrada o el papel del Estado como proveedor de servicios públicos.

Keynes, con su proverbial capacidad de predicción, lo dijo sin tapujos: "Sin duda, Lenin tenía razón. No hay modo más sutil y seguro de subvertir las bases de la sociedad que corromper su moneda". O, lo que es lo mismo, no hay mayor error que dejar intacto un sistema económico que a partir de los años 80, con la ruptura de consensos básicos, comenzó a degradarse y que hoy es insuficiente para garantizar el bienestar.

El historiador Arnold J. Toynbee, que algo sabía del auge y caída de las civilizaciones, escribió en un resumen del año que hizo para el Royal Institute of International Affairs: "En 1931, los hombres y mujeres del mundo debatían abiertamente y planteaban seriamente la posibilidad de que el sistema social occidental se derrumbase y dejase de funcionar". En paralelo, el 22 de junio de aquel año, Keynes, durante una conferencia en Chicago, sostenía: "Me dicen que en Moscú consideran que esta es la última y definitiva crisis del capitalismo y que nuestro ordenamiento social no resistirá". No más optimista fue Montagu Norman, probablemente uno de los mejores banqueros centrales de la historia, quien proclamó desde el Banco de Inglaterra, donde reinó entre 1920 y 1944 (los años que dieron forma al resto del siglo XX): "A no ser que se tomen medidas drásticas para salvarlo, el sistema capitalista se hundirá en el término de un año en todo el mundo civilizado". Y añadió: "me gustaría que esta predicción se tuviera en cuenta en el futuro".

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