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Tres escenarios, una hipótesis y una conjetura
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Tres escenarios, una hipótesis y una conjetura

La suerte está echada. O no. Todos los escenarios muestran las dificultades para formar Gobierno si no hay mayoría absoluta. Pero hay soluciones. Europa muestra el camino de los acuerdos transversales

Foto: Un hombre escoge papeletas en el colegio electoral el pasado 28 de mayo. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
Un hombre escoge papeletas en el colegio electoral el pasado 28 de mayo. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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Los bancos centrales suelen utilizar tres escenarios cuando elaboran sus proyecciones macroeconómicas. El primer escenario es el más favorable, es decir, cuando se cumplen todos los supuestos o, incluso, mejoran respecto a lo previsto inicialmente; el segundo escenario es el central, aquel que se considera más probable, y, por último, un tercero que suelen denominar adverso, que se produce cuando los riesgos son al alza y las elevadas incertidumbres se traducen en la llegada de cisnes negros que por su propia naturaleza son imprevisibles.

Para llegar a sus conclusiones, los economistas utilizan hipótesis de trabajo —los llamados supuestos— que sirven como base para justificar los distintos escenarios, por ejemplo, el precio del petróleo, el tipo de cambio o el nivel de tipos interés. En política, por ejemplo, los resultados dependen del nivel de participación, de la previsible capacidad de arrastre del candidato o, incluso, de las condiciones meteorológicas. Los datos no son observables, sino que son hipótesis.

Foto: Preparativos para las elecciones en un colegio de Bilbao. (EFE/Luis Tejido)

La tercera herramienta de análisis son las conjeturas en el sentido que le da el diccionario de la real academia: juicio que se forma de algo por indicios u observaciones.

Es evidente que cuando se hacen proyecciones es mejor dejar las conjeturas a un lado si se hacen a la luz de criterios científicos, pero es obvio que las hay. Al fin y al cabo, cualquier proyección tiene un sesgo de origen que es inherente no solo a las personas, sino a los modelos utilizados para obtener los resultados que se buscan. De ahí que la ley, en aras de mejorar la gobernanza económica, obliga a identificar a posteriori los sesgos que introduce cada proyección, y que se traducen en un error de previsión. En mayo de 2018 —por imposición de la Unión Europea— el BOE publicó un real decreto destinado a que los pronósticos no estén sesgados, lo que obliga a realizar análisis de sensibilidad para estimar los posibles efectos de un error. Este análisis ex post, desde luego, suele pasar inadvertido. Y menos en el mundo del análisis político, donde los errores de previsión se olvidan de inmediato.

El parlamento ha tendido a fragmentarse, lo que no es ni bueno ni malo, depende de la capacidad de los partidos para construir alianzas

La política, es evidente, no es una ciencia exacta, ni siquiera lo es la economía, pero hay pocas dudas de que al menos hay tres escenarios posibles después del 23-J. También una hipótesis y, cómo no, una conjetura, que en la mayoría de las ocasiones se representan a través de la cocina que hacen las casas de demoscopia, que es donde se cuecen los resultados. En ocasiones, con un interés espurio.

Mayoría suficiente

La hipótesis más favorable —en términos de país— pasa porque el Gobierno que salga de las urnas, independientemente de quién sea, obtenga la mayoría suficiente para ser estable. No ha sido el caso en los últimos años. Desde 2015 se han celebrado cuatro elecciones generales y ninguna mayoría absoluta. Por el contrario, el parlamento ha tendido a fragmentarse, lo que en sí mismo no es ni bueno ni malo, sino que depende de la capacidad de los partidos para construir alianzas. No en vano, desde aquel año ningún partido ha obtenido más de 137 diputados sobre un total de 350 escaños, lo que da idea de la inestabilidad en que se ha movido la política española en los últimos años comparándola con los tiempos precedentes.

El segundo escenario, el central, es el más probable. Ningún partido obtiene mayoría absoluta y el ganador está obligado a pactar con partidos minoritarios: Vox y Sumar. La clave, en este caso, es conocer si la suma alcanza los 176 diputados, que es la mayoría absoluta. Sánchez y Díaz ya han anunciado que repetirán la coalición, pero la cohabitación entre Feijóo y Abascal es un misterio. Lo último que quiere el líder del PP —no solo él, sino también el círculo más próximo a Aznar y otros exdirigentes del partido— es meter en el Gobierno a Vox, y para ello se miran en el espejo de lo que han sido las relaciones entre el PSOE y Unidas Podemos, con continuas polémicas que han oscurecido la acción gubernamental. Probablemente, porque en la izquierda —en particular el Podemos de Pablo Iglesias— no había una cultura del pacto que en la derecha está todavía por descubrir.

Nada menos que 1,63 millones de residentes en España podrán votar por primera vez en unas elecciones generales por cumplir 18 años

Tampoco la había en la Alemania de los años 70, pero el canciller Willy Brandt tuvo una idea original. El Partido Liberal había votado sistemáticamente desde los años cuarenta con la CDU, por lo que cuando en 1969 se aliaron socialdemócratas y liberales rompiendo un pacto histórico, lo que hicieron fue hacer crisis periódicas para que la sociedad alemana comprendiera que los liberales no eran un mero apéndice. Por eso, acordaron fingir —fue también el comienzo de la ostpolitik (la apertura hacia el este)— una crisis cada seis meses para que los electores pudieran visualizar las dos identidades.

Aquella Europa era muy distinta de la actual, pero la cultura del todavía pacto existe. En nueve países de la UE gobierna el centroderecha en coalición, en algunos casos integrando a la extrema derecha en la acción gubernamental. En otros seis países gobiernan partidos de centro y en tres (Polonia, Hungría e Italia) la derecha pura y dura. En tres hay gobiernos de gran coalición (Bulgaria, Dinamarca y Rumania) y en cuatro, de centroizquierda. Hasta la disolución de las Cortes, España era el único país con un Gobierno de izquierdas. Es decir, existe una amplia panoplia de posibilidades que los partidos explotan a través de todo tipo de cruces ideológicos.

Crisis traumática

El tercer escenario es el más adverso. Ningún partido alcanza una mayoría suficiente y reaparece el fantasma de la repetición electoral porque nadie acepta la abstención para que gobierne el partido con más diputados. España ya conoce este escenario, del que salió con una crisis traumática en el partido socialista de la que todavía no se ha recuperado porque ha dejado muchas cicatrices.

¿La causa del bloqueo? El bipartidismo ha sido sustituido por un bibloquismo que impide soluciones transversales. En la política española se ha asentado la idea de que solo se puede gobernar con mayoría absoluta, lo que no parece muy razonable cuando la ley electoral es proporcional, salvo los ajustes —desde luego importantes— que introduce la regla D'hondt.

Entre las hipótesis más relevantes para identificar el escenario central —el más probable— se encuentra la capacidad de movilización de unos y de otros. En las locales y autonómicas se acreditó que las derechas estaban más movilizadas, lo que en buena medida explica la derrota de la izquierda, en particular por la deserción en el mundo de Sumar.

Adolfo Suárez, que no obtuvo ninguna mayoría absoluta, nunca hubiera podido guiar la Transición en apenas tres años

Sánchez disolvió las Cortes, precisamente, para que a la vista de los presumibles pactos entre el PP y Vox la izquierda que se quedó en casa salga a las urnas. Los resultados dirán si la estrategia del presidente del Gobierno da los resultados buscados. El objetivo, a priori, es alcanzar los 10,5 millones de votos que lograron el PSOE y el mundo de Podemos en noviembre de 2019. Una cifra, por cierto, muy parecida a los 10,3 millones que obtuvieron el PP, Vox y Ciudadanos hace cuatro años. La diferencia estriba en que habrá más concentración de voto en torno al partido de Feijóo tras la desaparición de Cs, por lo que se beneficiará de multitud de restos. Y, por supuesto, del trasvase que se haya podido producir de izquierda a derecha, o viceversa.

Nuevos votantes

Otro factor puede ser relevante, aunque se le presta poca atención. Nada menos que 1,63 millones de residentes en España podrán votar por primera vez en unas elecciones generales por haber cumplido 18 años desde la anterior votación. El censo, en concreto, ha escalado hasta los 37,46 millones, es decir, casi medio millón más que hace cuatro años. La cifra es relevante porque la edad es un condicionante claro en la toma de decisiones. No se vota lo mismo con 70 años que con 18.

La conjetura más probable, si se puede hablar en estos términos, es que con alrededor de 10-11 millones de votos cada bloque —dependerá de la participación— el resultado estará afectado por al menos dos factores. El primero, la distancia que haya entre el primer partido y el segundo. Cuanto más grande sea la diferencia, habrá más diputados en favor del primero. En las elecciones de 2019 el PSOE sacó 8 puntos al PP; pero entonces la derecha tenía tres jugadores y ahora solo dos.

Con menos votos, de hecho, se pueden obtener más escaños, o viceversa

En la misma línea, es clave quién quede tercero o cuarto, no en el conjunto del Estado, sino en determinadas circunscripciones en las que los partidos mayoritarios no se llevan todos los restos, ya que se disputan cinco o seis diputados. Con menos votos, de hecho, se pueden obtener más escaños, o viceversa.

Lo significativo es que en ningún escenario se contempla la posibilidad de que se pueda gobernar sin alcanzar la mayoría absoluta, lo cual no deja de sorprender en un sistema parlamentario de carácter cuasi proporcional y no mayoritario, en el que el ganador se lo lleva todo. Adolfo Suárez, que no obtuvo ninguna mayoría absoluta, sin embargo, nunca hubiera podido guiar la Transición en apenas tres años, y que incluyó la derogación de cientos de leyes de la dictadura, los pactos de la Moncloa y la Constitución. Más con menos, que diría el clásico. Eran otros tiempos.

Los bancos centrales suelen utilizar tres escenarios cuando elaboran sus proyecciones macroeconómicas. El primer escenario es el más favorable, es decir, cuando se cumplen todos los supuestos o, incluso, mejoran respecto a lo previsto inicialmente; el segundo escenario es el central, aquel que se considera más probable, y, por último, un tercero que suelen denominar adverso, que se produce cuando los riesgos son al alza y las elevadas incertidumbres se traducen en la llegada de cisnes negros que por su propia naturaleza son imprevisibles.

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