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La dolorosa impotencia de Europa y su fallida diplomacia preventiva
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Carlos Sánchez

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La dolorosa impotencia de Europa y su fallida diplomacia preventiva

Europa es hoy un fantasma que recorre Oriente Medio. Sin influencia política, se ha limitado a firmar acuerdos comerciales sin introducir cláusulas de disuasión. Hay un nuevo equilibrio en la región que ningunea sus intereses

Foto: Von der Leyen y Metsola, en Israel. (Europa Press/Bea Bar)
Von der Leyen y Metsola, en Israel. (Europa Press/Bea Bar)
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¿Pinta algo Europa en Oriente Medio? La pregunta tiene infinitas respuestas, pero es probable que la más certera, desde luego la más visual, se diera esta semana en las playas de Rota. El pasado martes, 66 años después de la firma de los Tratados de Roma, la Unión Europea celebró su primer ejercicio militar no teórico al margen de la OTAN.

Como ha contado Politico, la publicación que mejor conoce las tripas de Bruselas, fuerzas armadas aéreas, terrestres y marítimas de nueve países de la UE desembarcaron en una de las playas de la ciudad gaditana para rescatar a un aliado europeo ficticio llamado Seglia, cuyo Gobierno había pedido ayuda para hacer frente a un problema de seguridad provocado por un grupo extremista violento. Durante los ejercicios, las tropas españolas se defendieron de las fuerzas enemigas.

Foto: Pedro Sánchez, con Charles Michel y Ursula von der Leyen, en la cumbre de Granada. (EFE/Miguel Ángel Molina)

Los distintos ejércitos atacantes, y aquí está la singularidad, ni hablan el mismo idioma ni utilizan los mismos equipos militares ni cuentan a día de hoy con un mando político unificado, lo que refleja con nitidez las dificultades de Europa para avanzar en una posición común, a veces, ni siquiera, propia. Haciendo buena la célebre frase de Kissinger: cuando tengo que llamar a Europa, no sé a quién hacerlo. ¿A París, a Berlín, a Bruselas? No, Europa no pinta nada.

La razón es muy evidente y no merece ninguna explicación. La disuasión militar o política, que forma parte de las señas de identidad de las relaciones internacionales, guste o no, ha estado ausente de la política exterior y de seguridad de Europa durante casi siete décadas, lo que explica en parte su progresiva irrelevancia geopolítica.

La disuasión militar o política han estado ausentes de la política exterior y de seguridad de Europa durante casi siete décadas

Lo curioso es que, al mismo tiempo, Europa es la región que más recursos ha puesto sobre la mesa en ayuda al desarrollo en el planeta y quien más ha contribuido al ensanchamiento de la globalización, lo que ha tenido un coste elevado para su estructura productiva interna. El peso de las economías emergentes ha pasado del 40% en los primeros años 90 al 60% actual, lo que refleja un cambio radical hoy todavía difícil de evaluar.

El euro pierde el paso

Es cierto que también se ha beneficiado de la expansión del comercio, pero el saldo ha sido desequilibrado. Solo hay que tener en cuenta, por ejemplo, que, según un trabajo reciente publicado en ICE, una de las revistas de mayor prestigio del país, la participación del euro en las transacciones de divisas realizadas en el conjunto del planeta ha caído casi siete puntos desde 2001 (hasta el 30,5% sumando todas las operaciones de compraventa). La presencia del dólar, por el contrario, se ha mantenido estable, mientras que el yuan chino ha ganado lo perdido por Europa, pese a que el viejo continente exporta casi un 50% más que EEUU y cerca de China.

Esto puede explicar, en parte, el declive de la influencia política de Europa en el conjunto del planeta, en particular en las zonas calientes, pese a la potencia económica que representa. Probablemente, por la ausencia de una acción diplomática que haya trabajado en paralelo para apuntalar, y en algunos casos alentar, sistemas democráticos sin necesidad de intervención militar, como pretendían los neocon durante los tiempos del segundo de los Bush. Es decir, se ha vaciado de contenido político la acción exterior, lo que en definitiva ha fortalecido los sistemas autocráticos, que a menudo, incluso, se han presentado como más eficientes.

El extremo de su ausencia de autonomía estratégica ha sido su elevada dependencia de las cadenas globales de valor, lo que a la postre ha debilitado su posición política para negociar con terceros y ha hecho a Europa más vulnerable. Por ejemplo, casi el 80% de los proveedores de las empresas europeas que utilizan semiconductores tienen su sede fuera de la Unión Europea. Como consecuencia de ello, la presión diplomática en favor de la democracia, que forma parte de las relaciones internacionales, ha sido ínfima. Es la alta dependencia del exterior lo que ha debilitado la capacidad de influencia de Europa.

Europa es el mayor contribuyente de ayuda al desarrollo en África, pero China y Rusia, pese a ello, tienen más influencia en la región

El caso más evidente es el de China, que ha aprovechado las inversiones europeas y norteamericanas sin que haya dado ningún paso hacia la democracia. Es más, ni siquiera se han incluido cláusulas sociales en multitud de convenios bilaterales, lo que hubiera permitido otro modelo de globalización. Desde luego, menos asimétrico que el actual, basado en la dependencia de mano de obra barata.

Europa, igualmente, es el mayor contribuyente de ayuda al desarrollo en África, pero China y Rusia, pese a ello, tienen más influencia. La oferta de Europa, de hecho, ha sido más propia de una ONG, sin duda necesaria, que de un continente que debe decir algo en la geopolítica internacional, habida cuenta de que la integración económica del planeta no ha dejado de crecer desde los años 80 y 90 tras el abatimiento de las políticas arancelarias proteccionistas. Por el contrario, la oferta económica de China y Rusia ha tenido un atractivo generalizado para eso que se ha venido en denominar sur global.

Beneficios asimétricos

Tampoco en Oriente Medio la posición de Europa se ha dejado notar pese a que, gracias a la Política Europea de Vecindad, países como Israel, Egipto, Jordania, Líbano, Marruecos, la Autoridad Palestina o Túnez cuentan con régimen preferencial asimétrico que beneficia al arco mediterráneo en detrimento de la UE.

De poco o de nada ha servido ese trato preferente para influir en la región. Precisamente, porque ha mirado para otro lado cuando había que presionar a los Estados para cumplir con el derecho internacional, en el caso de Israel por su política de asentamientos o su posición sobre Jerusalén este. Y cuando no lo ha hecho, ha pensado que bastaba con la política de sanciones, que se han demostrado claramente insuficientes en muchas ocasiones, y en otras, incluso, contraproducentes, como ha sucedido con Rusia o Irán, que han encontrado la vía de salvación en la creación de un nuevo orden regional que paradójicamente compite con la propia Europa.

Bruselas debe recordar el coste de credibilidad que le supuso apoyar las invasiones de Afganistán e Irak por hacer seguidismo de Washington

Este es, de hecho, el dramático dilema que envuelve hoy a la política del continente. Si no muestra suficiente empeño en defender los intereses de los palestinos, que no es incompatible con que Israel obtenga las necesarias garantías de seguridad, se irá alejando de los países emergentes y del sur global, lo que a la postre es la peor noticia para Ucrania, que es la principal herida que permanece abierta en Europa. Entre otras razones porque, con razón, se le puede acusar de tener un doble rasero con Kiev y Gaza en materia de crímenes de guerra.

Bruselas solo tiene que recordar el coste de credibilidad en la región que le supuso apoyar las invasiones de Afganistán e Irak por hacer seguidismo ciego de Washington, lo que finalmente ha acabado por expulsar a ambos de la zona y envalentonado, por el contrario, a Irán, el principal ganador de lo que está ocurriendo. El viejo eje del mal de los tiempos de George W. Bush se ha transformado hoy en algo más compacto y con mayor capacidad de respuesta. Ni siquiera EEUU tiene hoy una influencia determinante sobre Tel Aviv, como se ha visto con la política de asentamientos ilegales. Como sostiene el último de los editoriales principales de Haaretz, también en tiempos de guerra se pone a prueba la democracia.

¿Prestigio diplomático?

Los errores se pagan, como ha admitido el propio Biden, y son el origen de un mundo crecientemente multipolar, y en el que el prestigio diplomático de Europa ha sido liquidado por incomparecencia al articular su política exterior en torno a la economía y no a la geopolítica, que va mucho más allá que unos acuerdos comerciales. Y lo que no es menos relevante, al pensar que los acuerdos de Abraham podían resolver el problema acercando a Israel y algunos países árabes, pero ninguneando a los palestinos. Una política de apaciguamiento que se ha demostrado inútil tras la brutalidad de los terroristas de Hamás.

Como ha escrito recientemente el ex primer ministro sueco, Carl Bildt, las dos décadas de progreso diplomático posteriores a la guerra de Yom Kippur fueron seguidas por tres décadas de retroceso. Las fuerzas que se oponían a la reconciliación y a un compromiso pacífico ganaron ventaja en ambas partes. Los fundamentalistas palestinos de Hamás y otras organizaciones afines se han fortalecido, mientras que los fanáticos israelíes, representados por Netanyahu, cuestionado durante meses por una buena parte de la población israelí por sus ataques a la separación de poderes, han ampliado sus asentamientos en Cisjordania (que EEUU ya no considera ilegales) en tierras ocupadas que estaban llamadas a convertirse en el territorio de un futuro Estado palestino.

Foto: Von der Leyen y Netanyahu. (EFE/Gobierno israelí)
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En el otro lado, la progresiva sustitución de la OLP de Arafat, que cuando se firmaron los Acuerdos de Oslo seguía siendo una organización terrorista para buena parte del planeta, por Hamás, el instrumento fanático de Irán, que ha conseguido unir a chiíes y suníes, a costa de los propios palestinos, hace inviable cualquier solución mientras prioricen la recuperación de las tierras anteriores a 1948 a la prosperidad de su propio pueblo. Y, sobre todo, mientras no renuncien a echar a los israelíes al mar.

Juntos, los fanáticos de uno y otro lado, aunque evidentemente con dimensiones muy distintas, han destruido el puente que construyeron los Acuerdos de Oslo hace justamente ahora 30 años. Y la impotencia de Europa no es más que la expresión de tanta complacencia política en aras de obtener resultados comerciales. Ahora, con la región en llamas, Europa no tiene ni paz en Palestina ni influencia alguna sobre la Israel de Netanyahu, muy distinta a la de Isaac Rabin y Shimon Peres.

¿Pinta algo Europa en Oriente Medio? La pregunta tiene infinitas respuestas, pero es probable que la más certera, desde luego la más visual, se diera esta semana en las playas de Rota. El pasado martes, 66 años después de la firma de los Tratados de Roma, la Unión Europea celebró su primer ejercicio militar no teórico al margen de la OTAN.

Conflicto árabe-israelí Benjamin Netanyahu Palestina
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