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Sánchez y los límites de la política virtual
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Sánchez y los límites de la política virtual

Cada vez es más difícil separar la realidad de la ficción, lo que hace que la conversación pública gire en torno a juicios de valor construidos a partir de meros apriorismos ideológicos que no se corresponden con los hechos

Foto:  El presidente Pedro Sánchez, en su reunión con todos los miembros del Gobierno en Quintos de Mora. (EFE/Moncloa)
El presidente Pedro Sánchez, en su reunión con todos los miembros del Gobierno en Quintos de Mora. (EFE/Moncloa)
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"Administre la justicia con sentimentalismo y no obtendrá más que desorden", le dijo el profesor Lightcap (Ronald Colman) a Leopold Dilg (Cary Grant) en El asunto del día, una película de 1942 que retrata dos formas de entender la justicia. Mientras Cary Grant defiende una justicia de rostro humano que sepa diferenciar la verdad y la mentira y no caiga en la aplicación mecánica de la ley a partir de supuestas evidencias —"aquí se fabrican los hechos como si fueran bizcochos"—, le recrimina al futuro juez del Tribunal Supremo de EEUU, este le responde de forma contundente: "Si los sentimientos influyeran en la justicia, la mitad del país estaría en la cárcel. Hechos, señorita Shelley, hechos", le replica el juez en la misma conversación a la antigua novia de Cary Grant, acusado injustamente de provocar un incendio que presuntamente mata a un empleado. Presuntamente, porque estaba más vivo que nunca.

A la política española le empieza a suceder algo parecido. Cada vez es más difícil separar la realidad de la ficción, lo que hace que la conversación pública gire en torno a juicios de valor —en la mayoría de los casos por meros apriorismos ideológicos o, simplemente, por razones de antipatía personal— que no se corresponden con los hechos.

Todo es una presunción de veracidad debido, precisamente, a que los hechos se presentan de forma torpe y difusa, lo que provoca un desbarajuste permanente. Se pactan acuerdos, como recientemente ha sucedido entre el PSOE, Junts y ERC, que ni los propios firmantes creen que se vayan a cumplir, lo que a la postre convierte la política en una realidad virtual. Pura propaganda. Otros sí se cumplen, como los indultos o la amnistía, pero como ya existe una consideración previa sobre el resto de acuerdos, da igual lo que se diga y mucho menos lo que se haga. El filósofo Manuel Cruz ha llegado a la conclusión de que la falsedad es una forma de ignorancia que desconoce su propia condición.

La causa de este desbarajuste se encuentra, como es conocido, en la obsesión por el relato, que es lo que ha envilecido la política, lo que unido al déficit de evaluación de las políticas públicas a posteriori (incluso ex ante) acaba por construir un metaverso al que cada cual accede con sus propias gafas. Así es como se ha creado un ecosistema virtual del que nadie quiere salir porque es más confortable refutar las ideas del contrario que reformular las propias, lo que en la práctica es el fin de la política entendida en su sentido más clásico: la aspiración a participar del poder en aras de lograr determinados objetivos dentro de una misma comunidad a partir de una realidad común. Si no existe ese acervo básico sobre el que ponerse de acuerdo, es imposible encontrar soluciones compartidas y, por lo tanto, no hay política.

Universos paralelos

Ese modelo de hacer política le fue útil al presidente del Gobierno en la pasada legislatura porque sirvió para la creación de dos universos paralelos sin que entre ellos existiera interconexión alguna. La razón es muy simple. La política de bloques es más eficaz cuando se proyecta desde el poder, ya que existe la posibilidad de recompensar a quienes forman parte de ese metaverso propio e incomunicado respecto del que disfruta el adversario. Distinto es para el partido que está en la oposición, ya que, por coherencia, no dispone de esa capacidad redistributiva que todo poder incorpora, lo que le obliga a hacer todo tipo de piruetas ideológicas y explica los continuos cambios de estrategia.

Esa comunión de intereses alrededor del poder es lo que explica que, contra todo pronóstico, Pedro Sánchez lograra culminar la legislatura, mientras que el PP tuvo que cambiar de líder en medio del partido. El poder, ya se sabe, es el mejor pegamento en política, lo que explica, incluso, que el PSOE haya logrado un hito histórico: convertir al partido situado a su izquierda, en sus diferentes denominaciones, en un socio estratégico. Desde 1921, que es cuando se creó el PCE, no sucedía algo parecido. Hoy, de hecho, Sumar es un mero apéndice del PSOE y sus dirigentes saben mejor que nadie que la plataforma de Yolanda Díaz seguirá unida mientras forme parte del poder, de lo contrario, tenderá a fracturarse, ya que lo que une es formar parte de la gobernabilidad del país. Lo que desgasta es la oposición, que decía el clásico.

Bien distinto es el caso de Podemos que, como todo el mundo sabe, se ha reinventado en el viejo PCE de toda la vida que recela de los socialistas. En esa transformación hacia el pasado, como es obvio, pesan sobremanera las rencillas personales y un sectarismo más propio del periodo de entreguerras, pero en todo caso lo que queda claro es que se le ha abierto un boquete a Sánchez con el que no contaba, aunque se podía suponer dada la escasa mano izquierda de Yolanda Díaz con sus antiguos camaradas.

La tentación de Sánchez puede ser acercarse a Podemos para garantizarse su apoyo, pero le provocará fricciones con Díaz

Ahora, por lo tanto, la situación es distinta. La tentación de Sánchez puede ser acercarse a Podemos —mediante una relación bilateral— para garantizarse su exigua mayoría parlamentaria, pero hay pocas dudas de que eso le provocará fricciones con su vicepresidenta segunda, que, como diría Díaz Ayuso, no quiere dar "ni agua" a los acólitos de Pablo Iglesias. Esta es, sin duda, una de las razones que explican que esta legislatura vaya a ser muy distinta a la anterior.

Un simple rescoldo

La segunda razón es la propia relación con los independentistas. La concesión de los indultos y los cambios legales sobre la sedición y la malversación allanaron la gobernabilidad a Sánchez, pero a diferencia de ERC, que es a quien más le interesaban esas reformas del código penal, Junts no es un partido convencional, es un simple rescoldo, más o menos organizado, del procés, lo que le hace imprevisible. Desde luego, no es heredero de CiU sino que su esencia se fundamenta en la construcción de una realidad virtual. Precisamente, para sobrevivir, aunque en el fondo exista un absoluto vacío ideológico. Se trata, por lo tanto, de un socio que difícilmente podrá aguantar una legislatura, aunque haya amnistía por medio.

El mundo avanza aunque el sistema político español crea lo contrario. Y hasta los hutíes se han metido en la agenda política

La tercera razón por la que esta legislatura es distinta tiene que ver con algo mucho más prosaico. Tanto la pandemia —que eliminó las reglas fiscales y lanzó los fondos europeos— como la hiperinflación —que aumentó de forma extraordinaria la recaudación— dieron margen de maniobra al Gobierno para mantener unido el bloque mayoritario, pero la nueva realidad, y en este caso no es nada virtual, es muy distinta. El capital político se irá agotando a medida que hay poco que ofrecer a los socios, lo que irá provocando un progresivo desgaste.

Entre otras razones, porque, al contrario que en la anterior legislatura, ha emergido una competencia interna en el independentismo. Aunque siempre la hubo, ERC y Junts luchan por el mismo espacio de poder, pero ahora los de Puigdemont (frente a lo que pasó en la anterior legislatura) tienen algo que decir, lo que les da una ventaja competitiva, mientras que Sumar y Podemos ya han materializado su divorcio.

Esto hace que la única salida para Sánchez, agotado ya el comodín de Vox para ganar elecciones en un contexto en el que la extrema derecha se ha ido consolidando en Europa, sea crear, al menos, un clima político razonable para alcanzar acuerdos con el Partido Popular, algo que hoy por hoy se antoja imposible. Tan imposible, habría que decir, como necesarios en la medida que castigar a este país a una legislatura de puro trámite, evitando enviar leyes al Congreso para que no sean rechazadas, sería un suicidio colectivo. El mundo avanza, aunque el sistema político español crea lo contrario. Y hasta los hutíes se han metido en la agenda política.

"Administre la justicia con sentimentalismo y no obtendrá más que desorden", le dijo el profesor Lightcap (Ronald Colman) a Leopold Dilg (Cary Grant) en El asunto del día, una película de 1942 que retrata dos formas de entender la justicia. Mientras Cary Grant defiende una justicia de rostro humano que sepa diferenciar la verdad y la mentira y no caiga en la aplicación mecánica de la ley a partir de supuestas evidencias —"aquí se fabrican los hechos como si fueran bizcochos"—, le recrimina al futuro juez del Tribunal Supremo de EEUU, este le responde de forma contundente: "Si los sentimientos influyeran en la justicia, la mitad del país estaría en la cárcel. Hechos, señorita Shelley, hechos", le replica el juez en la misma conversación a la antigua novia de Cary Grant, acusado injustamente de provocar un incendio que presuntamente mata a un empleado. Presuntamente, porque estaba más vivo que nunca.

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