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Carlos Sánchez

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Ucrania ya ha perdido la guerra

Continuar con la justa guerra de liberación no es incompatible con buscar soluciones políticas que impidan que Ucrania sea un estado fallido. Buscar una salida no significa que Putin gane ni el triunfo de una política de apaciguamiento

Foto: Von der Leyen y Zelenski, en una visita en Kiev. (EFE/Sergey Dolzhenko)
Von der Leyen y Zelenski, en una visita en Kiev. (EFE/Sergey Dolzhenko)
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El Cambridge Dictionary define el término protectorado, una figura histórica en el derecho internacional, como aquella situación en la que un territorio ejerce la soberanía parcial de un estado sobre el territorio de otro. El protectorado, como se sabe, ha sido tradicionalmente un instrumento de dominación de las grandes potencias sobre determinados territorios por razones estratégicas, militares o económicas. Normalmente, aprovechando la debilidad de la arquitectura institucional de ese territorio.

Los protectorados de Hong Kong o de Marruecos son algunos de los más conocidos. Y aunque hoy es una figura jurídica en desuso hay razones para pensar que muchos territorios son de facto un protectorado de las grandes potencias. Es probable que este sea el caso de Ucrania, aunque no tenga ese aire colonial que históricamente ha revestido a los protectorados.

Ucrania, tras dos años de la guerra y después de la repugnante invasión de Rusia, es hoy un Estado a merced de las grandes potencias occidentales. Obviamente, porque ha sido la única manera de defenderse del imperialismo ruso, aunque en realidad también tiene algo de autodefensa occidental en la medida que las aspiraciones expansionistas de Putin puede que no se quieran parar en Ucrania. Hay razones para pensar, sin embargo, que más allá de lo que sucede con el devenir de la guerra —hoy Rusia controla alrededor de una quinta parte de su territorio— Ucrania es hoy un estado inviable sin ayuda extranjera, y lo que es más significativo, lo seguirá siendo a medio y largo plazo.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha calculado que solo este año Ucrania necesitará 42.000 millones de dólares de financiación adicional a lo entregado hasta ahora. Esto representa alrededor de la cuarta parte de su PIB en 2022 (unos 160.000 millones de dólares), lo que da idea de su dependencia de recursos externos.

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Igualmente, el Instituto de Economía de Kiel, uno de los organismos económicos más solventes en cuanto a análisis macroeconómico, estimó a mediados del año pasado que las aportaciones comprometidas de los socios internacionales sumaban alrededor de 170.000 millones de euros (una cantidad superior al PIB) incluyendo ayuda humanitaria, militar y económica para equilibrar su devastada balanza de pagos. Se estima que alrededor de la mitad de los fondos asignados son ayudas financieras, otro 40% es ayuda militar y el resto es asistencia humanitaria.

Negociaciones

Recientemente, la Unión Europea, tras unas arduas negociaciones con Hungría, aprobó un paquete de 50.000 millones de euros adicionales entre 2024 y 2027, de los que 33.000 millones serán en préstamos y 17.000 millones en subvenciones. La propia UE ha estimado que los compromisos europeos con Ucrania ascienden a más de 138.000 millones de euros, aunque el Instituto de Kiel lo eleva a 144.000 millones de euros hasta el mes de enero pasado. Ahora bien, una cosa es comprometer y otra ejecutar, y, según sus cálculos, solo se han asignado 77.000 millones para fines específicos, es decir algo más de la mitad.

Hay razones para pensar que muchos territorios son de facto un protectorado de las grandes potencias. Es probable que sea el caso de Ucrania

La Cámara de Representantes de EEUU, por su parte, tras aprobarlo el Senado, donde hay mayoría demócrata, aún discute la concesión de un paquete de ayudas por valor de 88.500 millones de dólares, cuyo desembolso dependerá de las negociaciones con los republicanos que se oponen. En particular, Donald Trump, con serias probabilidades de volver a la Casa Blanca. Cabe recordar que EEUU, hasta el momento, ha asignado alrededor de 43.000 millones de euros en ayuda militar desde febrero de 2022, lo que equivale a unos 2.000 millones de euros al mes.

Ni que decir tiene que no son las únicas ayudas. La lista de países donantes también incluye al Reino Unido, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, China, Noruega, Japón, Suiza, Corea del Sur, Taiwán, India y Turquía. Ucrania ha recibido de ellos 23.000 millones de euros adicionales en ayuda internacional. Por su parte, las organizaciones financieras internacionales han aportado por el momento casi 13.000 millones de euros más.

Según Cristoph Trebesch, director del Centro de Investigación sobre Finanzas Internacionales y Macroeconomía del Instituto de Kiel, "Europa tendrá que al menos duplicar sus actuales esfuerzos de apoyo militar en caso de que no haya más apoyo de EEUU". Por el momento, dos pequeños países, Estonia y Dinamarca —ver aquí el ranking— son quienes más han contribuido en relación a su PIB per cápita, mientras que los países del sur, España incluida, son los menos generosos.

La globalización está tocada, pero es Putin quien más la aprovecha estableciendo múltiples acuerdos con gobiernos no siempre canallas

Es probable que la causa tenga que ver con el alejamiento del conflicto tras el impacto inicial, lo que hace que buena parte de la opinión pública no se vea tan concernida por lo que sucede en Ucrania como en los países del centro y norte de Europa, en particular los más cercanos a Kiev. A partir de estos datos, hay razones para pensar que Ucrania es un estado inviable sin ayuda exterior, y de ahí que se pueda hablar del nacimiento de un nuevo protectorado en el corazón de Europa. No en vano, se ha estimado que el coste de la reconstrucción puede acercarse ya al medio billón de euros.

La idea que recorre las cancillerías occidentales es utilizar los fondos rusos bloqueados en los países ricos (se estima que unos 300.000 millones de dólares) para financiar la reconstrucción de Ucrania. Sin embargo, como ha revelado el FMI, eso dependerá de los países que custodian esos recursos, aunque no es fácil una solución global debido a que previamente hay que encontrar suficientes argumentos legales para evitar riesgos potenciales en forma de litigios internacionales. Entre otras razones, porque muchos de esos fondos son de ciudadanos rusos sin relación directa con el Estado ni con su presidente, lo que en palabras del FMI puede llevar a riesgos en el sistema monetario internacional. Sería la primera vez, desde luego con esta importancia, en que un estado se apodera de activos de un banco central de otro país con el que nadie está formalmente en guerra.

El fracaso de las sanciones

La incesante política de ayudas a Ucrania por parte de los gobiernos occidentales tiene que ver con la falsa creencia —solo hay que ver los resultados macroeconómicos de unos y de otros— de que las sanciones iban a hacer colapsar la economía de Rusia, pero lo cierto es que, por todo tipo de razones, esa estrategia, y hay que decirlo así de claro, ha fracasado. Como otras muchas sanciones que no han servido de nada. La globalización está tocada, pero, paradójicamente, es Putin quien más la aprovecha estableciendo múltiples acuerdos con gobiernos —no siempre canallas— saboteando la política de sanciones.

Europa sigue pensando que es el centro del mundo, pero la realidad es que las nuevas alianzas geopolíticas han restado su capacidad de influencia en el planeta. Rusia hace negocios con medio mundo (dos tercios de los países del globo no han impuesto ninguna sanción) y Putin se mueve como pez en el agua por numerosas capitales de manera presencial: Ni siquiera se ha materializado la contraofensiva militar ucraniana.

El tiempo se acaba y una guerra olvidada que compite con otros conflictos es el peor de los escenarios posibles

Este escenario es el que genera dudas sobre el futuro de Ucrania como país soberano. es verdad que nadie puede saber si una política de ayudas a Ucrania más decidida por parte de Occidente hubiera podido cambiar el signo de la guerra, pero dos años después nada indica una derrota a corto plazo de Putin entendida como el abandono del territorio que ha conquistado.

Es probable que por una razón de peso. Washington no quiere ver derrotada a Ucrania, pero tampoco quiere comprobar la humillación de Rusia por las consecuencias que podría tener para la paz mundial, y de ahí que haya optado por una guerra larga en las que formalmente no haya ni vencedores ni vencidos (aunque en el fondo sí los haya). Es decir, una especie de hibernación del conflicto para mantenerlo dentro de sus fronteras actuales a la luz de una verdad que no necesita ninguna explicación. Todas las grandes potencias son hoy potencias nucleares, por lo que la lógica de la destrucción mutua está asegurada, y de ahí que el teatro de operaciones se haya trasladado a la geopolítica, como en la guerra fría, y, en particular a la economía.

Esto hace que el frente económico vaya a desplazar al militar en cuanto atención de la opinión pública al conflicto. O dicho de otra manera, parece inevitable que la economía entre en escena en la medida que con presupuestos ajustados cualquier ayuda adicional puede verse como un gasto inútil ante la incapacidad de Ucrania de recuperar su territorio.

No es apaciguamiento

Entre otras razones, porque el país sufre hoy una crisis mucho menos evidente, pero de vital importancia, como es la demográfica, que hay que unir a la integridad de su territorio o a su situación económica. La catástrofe demográfica le ha hecho perder más de ocho millones de habitantes desde 2022 y nada menos que 15 millones desde su independencia, hace poco más de 30 años. Muchos de los ucranianos ya instalados en los países vecinos nunca volverán a su país. Entre otros motivos, porque muchas de sus residencias han sido ocupadas por los rusos.

No es un asunto irrelevante en la medida en que el desinterés por la política internacional es una de las señas de identidad de los nuevos populismos revestidos del viejo nacionalismo autárquico, lo que explica que esta realidad esté siendo ya una de las fortalezas de Trump para volver a la Casa Blanca.

"El desinterés por la política internacional es una de las señas de identidad de los nuevos populismos revestidos del viejo nacionalismo"

Hay razones para creer que algo de lo mismo puede suceder en Europa a medida que el conflicto se vaya haciendo crónico. Y no hace falta recordar que detrás del aumento del gasto militar en Europa está, precisamente, Ucrania, lo que en la práctica supone poder destinar menos recursos a otras partidas sociales que hoy están insuficientemente dotadas. Cabe preguntarse, por lo tanto, sobre cuánto tiempo podrán mantener los líderes europeos su respaldo económico Ucrania. La ira de los agricultores europeos por las exportaciones ucranianas de grano (Kiev no está sometida a ninguna restricción en sus exportaciones) ha sido el primer aviso.

Es por eso por lo que parece claro que deben ser los ucranianos quienes decidan qué hacer con su futuro. El tiempo se acaba. Y una guerra olvidada que compite con otros conflictos, y en la que la resistencia dependa exclusivamente de la ayuda extranjera es el peor de los escenarios posibles. Continuar con la justa guerra de liberación, de hecho, no es incompatible con buscar soluciones políticas que impidan que Ucrania sea un estado fallido. Como alguien ha dicho, buscar una salida no significa que Putin gane ni el triunfo de una política de apaciguamiento que Europa sabe mejor que nadie que fue un fracaso. Significa, simplemente, garantizar la soberanía de Ucrania como país. Y hoy no la tiene.

El Cambridge Dictionary define el término protectorado, una figura histórica en el derecho internacional, como aquella situación en la que un territorio ejerce la soberanía parcial de un estado sobre el territorio de otro. El protectorado, como se sabe, ha sido tradicionalmente un instrumento de dominación de las grandes potencias sobre determinados territorios por razones estratégicas, militares o económicas. Normalmente, aprovechando la debilidad de la arquitectura institucional de ese territorio.

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