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Trump, el rey de los aranceles, deja sin respiración el comercio mundial
Trump no engaña a nadie, y lo que ha prometido es un enfoque mucho más agresivo en política comercial, lo que sin duda afectará al conjunto del planeta, tanto a las empresas como a los consumidores
Lo dijo Trump durante su primer mandato: “Arancel es la palabra más hermosa del diccionario. Más hermosa que el amor, más hermosa que el respeto”. Al margen de la cursilería de la frase, el próximo presidente de EEUU sabe muy bien de lo que habla. De hecho, habría que volver a los primeros años 30, cuando el mundo inició una carrera proteccionista para afrontar el crash del 29, para encontrar un incremento de los aranceles como el que ha prometido Trump durante la campaña electoral que le ha llevado a la victoria.
Lo que ha propuesto Trump es una especie de arancel universal que se situaría entre el 10% y el 20% para la mayoría de los productos extranjeros y del 60% o más para China con el objetivo de que sus coches no entren en EEUU vía México, país con el que comparte (además de Canadá) el Tratado de Libre Comercio. “Pondremos los aranceles que sean necesarios: 100%, 200%, 1.000%”, ha llegado a decir en un mitin.
Trump, de hecho, ha recuperado incluso una parte de la historia de EEUU de finales del siglo XIX, cuando el Gobierno, en línea con lo que había hecho antes Inglaterra a principios de siglo, recaudaba a través de aranceles en lugar de impuestos sobre la renta. EEUU “era el país más rico” entre 1880 y 1890, llegó a decir hace pocos días Trump, al tiempo que elogió al presidente William McKinley, cuyos aranceles, según dijo el reelegido presidente, generaron tanto dinero que “no sabíamos qué hacer”.
Trump no engaña a nadie, y lo que ha prometido es un enfoque mucho más agresivo en política comercial, lo que sin duda afectará al conjunto del planeta, tanto a las empresas como a los consumidores. No en vano, el comercio, ya se sabe, se basa en la reciprocidad, y si EEUU (el 25% del PIB del planeta) limita de forma intensa las transacciones comerciales mediante aranceles, hay pocas dudas de que otros países harán lo mismo provocando una espiral proteccionista que en los años 30 del siglo pasado intensificó los efectos del crash bursátil. Y lo que no es menos relevante, con el riesgo de que se vuelvan a quebrar las cadenas globales de valor en el mundo, algo que el planeta conoció recientemente tras la irrupción de la pandemia y, después, a causa de la guerra en Ucrania y el posterior episodio inflacionista.
Deportaciones masivas
Lo que ha propuesto Trump son aranceles a todas las importaciones, pero muchos más elevados que los que impuso a China (y en menor medida a Europa) durante su primer mandato, además de la deportación o internamiento de entre un millón y ocho millones de inmigrantes, incluidos algunos que se encuentran actualmente en el país de manera legal. El mayor control por parte del Gobierno de la Reserva Federal completa el triángulo económico de Trump.
Es decir, justo lo contrario que la libertad de comercio mundial que impulsó Ronald Reagan, también desde el partido republicano, a principios de los 80. Lo que espera Trump es que de esta manera se recupere la industria nacional, favoreciendo el nivel de vida del país. Sus aranceles, que compensarían la pérdida de recaudación por la bajada de impuestos que también ha comprometido, afectarían a casi todas las importaciones de EEUU, con un valor que ronda los 3 billones de dólares (casi dos veces el PIB de España).
El nacionalismo económico no es nuevo. Biden ya caminó por ese espacio, aunque de una forma mucho más modesta, durante su mandato poniendo en marcha leyes como la de infraestructuras, la de fabricación de chips y, sobre todo, la ley de reducción de la inflación (IRA, por sus siglas en inglés), que han priorizado a las manufacturas producidas en EEUU frente a las procedentes del extranjero.
El propio Biden, incluso, nunca se atrevió a desmontar buena parte de los aranceles impuestos en su día por Trump y hasta impuso los suyos. En los últimos meses, Kamala Harris también se opuso a que la japonesa Nippon Steel adquiera US Steel, un emblema de la industria siderúrgica de EEUU. No puede sorprender, por lo tanto, que Trump haya ganado, y de forma clara, en el llamado cinturón de óxido, donde se concentra el aparato fabril. El mensaje proteccionista cala con mayor fuerza en ciudades y condados que han visto desaparecer en los últimos años mucho empleo industrial.
¿Renacimiento de la industria?
Lo cierto, sin embargo, como pone de relieve un reciente trabajo del Instituto Peterson de Economía Internacional, es que hay pocas evidencias de que se haya producido un renacimiento de la industria estadounidense pese al incremento del proteccionismo impulsado por Trump, primero, y Biden, en menor medida. El empleo manufacturero está apenas un poco por encima de los niveles anteriores al covid, la producción industrial ha crecido menos que el PIB y la productividad no ha recuperado los niveles previos a 2017. Tampoco parece, sostienen los expertos del Instituto Peterson, que el futuro esté más despejado en la industria manufacturera, afectada por problemas estructurales que no sólo tienen que ver con la competencia internacional. Por ejemplo, se prevé la pérdida de empleos por la transición ecológica, lo que afectará, sobre todo, a las industrias relacionadas con los combustibles fósiles.
Lo que sostiene Trump, es que deportando a una enorme cantidad de trabajadores indocumentados, imponiendo aranceles elevados a la mayoría de los productos extranjeros y aumentando la discreción presidencial en materia de política fiscal y monetaria traerá prosperidad a los trabajadores estadounidenses. Pero es muy probable que estas medidas tengan el efecto contrario al restringir la oferta de recursos de las empresas y un encarecimiento de la vida para los consumidores estadounidenses, que tendrán que pagar más porque los costes interiores son más elevados que en China.
También es probable que se produzca una reducción de la oferta laboral en un país que convive con el pleno empleo, y, por lo tanto, necesita mano de obra extranjera. Si se llevan a cabo las deportaciones masivas prometidas por Trump supondría la expulsión de al menos 1,3 millones de personas al año, la gran mayoría de las cuales trabaja y paga sus impuestos en la economía estadounidense. Un estudio reciente del Instituto Peterson concluyó que un shock negativo de esa magnitud en la oferta laboral conduciría a una estanflación en toda la economía, aumentaría la inflación en un 1,5% y reduciría el PIB en más de un 3% en tres años.
Lo dijo Trump durante su primer mandato: “Arancel es la palabra más hermosa del diccionario. Más hermosa que el amor, más hermosa que el respeto”. Al margen de la cursilería de la frase, el próximo presidente de EEUU sabe muy bien de lo que habla. De hecho, habría que volver a los primeros años 30, cuando el mundo inició una carrera proteccionista para afrontar el crash del 29, para encontrar un incremento de los aranceles como el que ha prometido Trump durante la campaña electoral que le ha llevado a la victoria.
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