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Mientras Tanto
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El arma 'secreta' de Europa para frenar a Trump (que no se atreverá a utilizar)
No es una guerra comercial más. Si EEUU impone aranceles a las exportaciones europeas y no hay una respuesta eficaz, lo que está en juego es la credibilidad de Europa como sujeto político. En última instancia, su soberanía
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Cuando se aprobó pasó de puntillas entre los asuntos que interesaban a la opinión pública, pero hoy es la principal herramienta legal con la que cuenta Europa para enfrentarse a la guerra arancelaria. Es decir, el medio más idóneo para frenar a un Trump envalentonado dispuesto a liquidar los avances logrados en las últimas décadas en la integración económica del planeta.
Se trata del llamado Instrumento Anti-Coerción (AIC, por sus siglas en inglés), un dispositivo legal —entró en vigor el 27 de diciembre de 2023— que permite a la UE (basta una mayoría cualificada) responder a los ataques económicos de otros territorios. Entre los mecanismos de respuesta están la imposición de aranceles al país que inicie el conflicto, restricciones al comercio de servicios y aspectos relacionados con el comercio de los derechos de propiedad intelectual, además de limitaciones al acceso a la inversión extranjera directa y a la contratación pública. También represalias quirúrgicas contra las industrias que apoyan políticamente a Trump, como se hizo en 2018, cuando Europa reaccionó a los aranceles al acero y al aluminio aplicando un impuesto al whisky estadounidense, lo que afectó a la industria del bourbon de Kentucky y, por ende, a un electorado republicano.
La norma define la coerción como aquella situación en la que un tercer país presiona a la Unión Europea o a un Estado miembro
Cuando la Unión Europea aprobó el instrumento contra las coacciones económicas, en el marco de la ansiada autonomía estratégica, la posibilidad de que Trump ganara las elecciones era evidente, pero, aun así, hubo acuerdo para reforzar los poderes de Europa frente a ataques injustificados. En el momento que se aprobó la norma, el comisario Dombrovskis dijo que se pretendía enviar una señal clara de que la UE rechazaba la coerción económica por parte de terceros países. Es más, aseguró, Europa "defenderá con mayor firmeza nuestros derechos e intereses legítimos". Dombrovskis sigue siendo comisario, ahora en Economía y Productividad, lo que, en teoría, debería dar continuidad a esa posición. También la presidenta Von der Leyen sigue ejerciendo el cargo.
La norma ha definido la coerción como aquella situación en la que un tercer país intenta presionar a la Unión Europea o a un Estado miembro para que tome una decisión determinada, aplicando o amenazando con aplicar medidas que afecten al comercio o la inversión. "Estas prácticas", sostiene, "interfieren indebidamente en las legítimas decisiones soberanas de la Unión Europea y sus Estados miembros".
Empresas dopadas
Ni que decir tiene que hasta ahora nunca se ha aplicado ese Reglamento, que forma parte de una batería de medidas defensivas adoptadas durante el anterior mandato de Von der Leyen, como el que regula las subvenciones. Lo que teme Bruselas, en este caso, es que empresas dopadas por los gobiernos extranjeros puedan comprar compañías europeas, lo que afectaría al mercado interior.
Está por ver si la nueva Comisión Europea pasa de las musas al teatro y es capaz de mantener su dureza en el discurso después de que Trump haya amenazado por enésima vez con imponer aranceles a Europa. El presidente de EEUU, en concreto, ha dicho que habrá sanciones si Europa no compra a su país más petróleo, gas y productos agrícolas. Trump, igualmente, en este caso presionado por los oligarcas tecnológicos, ha sugerido que Europa se abstenga de aplicar a las grandes plataformas las leyes que regulan los mercados digitales o, de lo contrario, se abrirá una investigación al abrigo de la llamada Sección 301, que faculta a Washington a la aprobación de aranceles cuando las autoridades constatan que se estarían incumpliendo los acuerdos comerciales.
Lo que teme Bruselas es que empresas dopadas por gobiernos extranjeros puedan comprar compañías europeas
En definitiva, una suerte de chantaje complementado con otro que afecta al corazón de la defensa y la seguridad europea. Si Europa no gasta más en armamento, comprado preferentemente a la industria militar estadounidense, viene a decir el nuevo inquilino de la Casa Blanca, las empresas exportadoras sufrirán aranceles. No puede extrañar que Washington pida más que duplicar el gasto en defensa.
No es poca cosa teniendo en cuenta que en teoría EEUU es un país aliado con el que se comparte lo que se llama el vínculo transatlántico, y que ahora Trump quiere convertir en una relación de vasallaje. Ha autorizado a Elon Musk, incluso, a tener acceso a los datos del Departamento del Tesoro, una entidad que maneja información sensible sobre la cooperación internacional, lo que abre la puerta a que haya una fuga de seguridad que afectaría a Europa. Bruselas, cabe recordar, ha abierto diferentes expedientes y sancionado a los oligarcas tecnológicos cercanos a Trump por abuso de posición dominante.
La estrategia seguida por Europa con Trump ha sido la de las madres que dicen a sus hijos antes de ir al instituto: ‘no te signifiques'
La estrategia que ha seguido hasta ahora Europa con Trump ha sido la de las madres que dicen a sus hijos antes de ir al instituto 'no te signifiques' con la loable intención de protegerlos y así evitar que se metan en problemas, pero eso no sirve con Trump. Es verdad que hay que ser prudentes y hasta Dani Rodrik, uno de los mayores expertos en comercio mundial y poco sospechoso de apoyar a Trump, ha dicho que lo mejor es no hacerle caso y no entrar en guerras arancelarias. Su principal argumento es que también la economía de EEUU sufrirá con la imposición de impuestos a las importaciones y eso obligará a la Casa Blanca a recular.
La irrelevancia
Lo que se ventila, sin embargo, va más allá que un mero conflicto comercial. Los aranceles, incluso, son un asunto menor en comparación con el movimiento estratégico que planea Washington, y que tiene que ver con la propia soberanía europea a la hora de plantear su política de alianzas económicas y políticas. Si Europa acepta sus condiciones sin rechistar, dará un paso más en el proceso de irrelevancia que vive hoy en términos geopolíticos, lo que es particularmente significativo cuando el comercio es, precisamente, la principal fuente de riqueza de los europeos.
Esto explica que la autonomía estratégica sea hoy el mayor reto que tiene ante sí Europa si no quiere ser engullida por un creciente mundo bipolar. De hecho, la respuesta que dé a Trump en el momento en que Washington anuncie medidas será la verdadera prueba de fuego de su credibilidad como sujeto político en un mundo que tiende al realineamiento táctico en torno a China y EEUU, aunque no solo eso.
El viejo imperialismo mercantilista ha resurgido de sus cenizas y las menciones a Panamá, Groenlandia, Canadá o incluso Gaza, lo que revela es la vuelta al expansionismo territorial. Hasta el interés de EEUU por las tierras raras de Ucrania muestra que lo que pasa hoy en el mundo no es solo una guerra arancelaria para proteger a los fabricantes internos, sino mucho más. Unas nuevas relaciones internacionales basadas en la coacción, incluso entre socios. A veces se olvida que la guerra de independencia de EEUU comenzó siendo un conflicto sobre los aranceles, el célebre motín del té contra Inglaterra, y desde entonces para muchos estadounidenses se han visto como un instrumento de soberanía. El viejo debate sobre si EEUU es o no aislacionista se ve superado por la idea del expansionismo supremacista.
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Es cierto que la buena política exterior es invisible y debe hacerse sin estridencias para que dé buenos resultados a medio y largo plazo. Es más, la diplomacia debe ser aburrida y no estar sometida al espectáculo público, pero parece razonable pensar que si Bruselas no mantiene una posición firme en defensa de las propias leyes que ha aprobado, hay poco que hacer. O lo que es igual, acabará siendo devorada por sus adversarios y hasta por los enemigos que tiene dentro. La reunión de estos días en Madrid de los partidos de extrema derecha en torno al grupo Patriotas (curioso nombre cuando quieren ser vasallos de EEUU) es la imagen más fiel de que Trump ha puesto una pica en Flandes y hoy cuenta con sólidos aliados.
El enemigo en casa
Es por eso por lo que, desgraciadamente, hay pocos motivos para el optimismo. Europa no ha tenido voz propia en el genocidio de Gaza por las razones históricas de Alemania que todo el mundo conoce e incluso ahora mismo mira para otro lado cuando se habla con desparpajo de expulsar de su territorio a dos millones de personas para convertir la franja en un resort. La elección de Kaja Kallas como Alto Representante de la Política Exterior tampoco ayuda para hacer una diplomacia útil. Su respuesta hasta ahora ha sido algo más que tibia (la anexión de Gaza va contra la idea de los dos Estados que respalda la UE), porque nació en Estonia y su mayor preocupación es mantener la solidaridad transatlántica para frenar a Rusia en Ucrania.
Es verdad que se trata de una disputa desigual, pero lo que está en juego no es solo una de esas guerras arancelarias que tanto le gustan a Trump porque catalizan el nacionalpopulismo y obtiene réditos electorales. Eso es lo de menos. Está en juego el desmantelamiento de la idea de Europa como una entidad soberana. O lo que es lo mismo, que el viejo continente siga siendo como ese café del que hablaba Steiner en el que se practica una civilizada tertulia de ciudadanos libres que unas veces hablan de poesía y otras de filosofía sin amenazas ni imposiciones.
Cuando se aprobó pasó de puntillas entre los asuntos que interesaban a la opinión pública, pero hoy es la principal herramienta legal con la que cuenta Europa para enfrentarse a la guerra arancelaria. Es decir, el medio más idóneo para frenar a un Trump envalentonado dispuesto a liquidar los avances logrados en las últimas décadas en la integración económica del planeta.