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La "bazofia del sur de Madrid" abarrota AliExpress o la verdadera meritocracia
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Héctor G. Barnés

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La "bazofia del sur de Madrid" abarrota AliExpress o la verdadera meritocracia

Hacer dos días de cola para conseguir un 'smartphone' de 200 euros parece ridículo, pero forma parte de la realidad de la clase baja. Trabajar mucho, cobrar poco, buscar gangas

Foto: La imagen que atiza nuestro subconsciente clasista
La imagen que atiza nuestro subconsciente clasista

Fue mientras elegía entre un bote hermético y otro (¿qué clase de preferencia se puede establecer?, ¿qué criterio, qué jerarquía hay entre uno y otro?) cuando escuché una letanía a mi espalda. "Este son setenta y cinco, dos serían euro cincuenta, pero estos dos son uno treinta". Una mujer en ese momento indeterminado entre la jubilación y la ancianidad, blusa, manoletinas y viudez, hablaba con el pasillo vacío. Sé que no se dirigía a mí, pero también que si no estuviésemos los dos solos, no se habría animado con el monólogo exterior.

"Bueno, pues cogeré estos", murmuró al aire y nuestras miradas se cruzaron. Así que asentí con convicción, y ella también asintió. Me sentí como el papa, una autoridad dadivosa dispensando el gesto esperado por los fieles. Yo también he estado en ese lugar. En ese punto en el que quieres que alguien te dé la razón en tu elección de compra, rastreando entre las reseñas de una tienda 'online' el comentario que decante la balanza. Esa mirada que te diga "lo has petado, chaval, has conseguido el chollo de tu vida ahorrándote diez céntimos en ese azucarero".

Quizás hacer dos días de cola no sea la mejor forma de gastar el tiempo libre, pero forma parte de una nueva cultura de la austeridad y la picaresca

Es la misma mirada que he visto entre los asistentes a la inauguración de la tienda de AliExpress en Xanadú (como en las manifestaciones, 3.000 según la prensa, 5.000 según la cadena). Esos que han sido motivo de burla —justificada o injustificadamente, qué sé yo—. Antes se enviaba a un reportero a entrevistar con actitud paternalista a los fans adolescentes que hacían cola para ver a su ídolo hasta que alguien tuvo una epifanía periodística y decidió que no solo no era criticable, sino que se trataba de un fenómeno encantador. Parece que esa percepción aún no ha llegado a mis vecinos mostoleños.

Cuando uno quiere tomarle el pulso al subconsciente clasista de la sociedad española, se va al bar. Es decir, se mete en Forocoches. "Pobres pobres"; "quiero y no puedo en su máxima expresión"; "madre mía, a toda esta gente la considero gentuza. Ahí aguantando olor a sobaco de los paletos por que te regalen un puto llavero"; "patético, qué decadencia de sociedad"; "y de ahí al Primark, putos pobres"; y mi preferida: "Está al lado de Móstoles… qué esperabais, en general Móstoles, Alcorcón, Getafe… es la morralla de Madrid que están metidos ahí. Los sureños de Madrid. Gentuza en general, es como ir a Parquesur… bazofia del sur de Madrid".

placeholder Cola para comprar el nuevo iPhone. (EFE)
Cola para comprar el nuevo iPhone. (EFE)

Es posible que hacer cola durante dos días para intentar conseguir un 'smartphone' no sea la mejor manera de gastar el tiempo libre, pero oye, tampoco lo son gastar más de mil euros cada vez que sale un nuevo modelo de iPhone o achicharrase el cerebro viendo seguidos diez capítulos de una serie que se olvidará en cuestión de segundos pero oye, ahí están. Porque sí, en el ocio también hay clases. Ocio de pobre y ocio de ricos. Ocio de clase media aspiracional, ocio de gentuza. Mi ocio es siempre mejor.

Conozco bien las caras de los visitantes de Xanadú, porque soy (fui, supongo) uno de ellos. Entiendo que para alguien que puede gastarse más de 600 euros al año en móviles (en plural), hacer cola para intentar conseguir un 'smartphone' de 200 sea una paletada. Pero la lógica meritocrática es palmaria. Si nos repiten que el esfuerzo nos dará todo lo que deseamos, esperar dos días a la puerta de un establecimiento es la alternativa idónea cuando los madrugones y las horas extra no remuneradas no han dado los resultados que esperábamos.

La austeridad ya no es un límite, sino una oportunidad de utilizar nuestro talento para encontrar el producto que deseamos a buen precio

Así, la austeridad del ahorro ya no es una restricción —nos conformamos con esto porque no nos queda otra—, sino talento y orgullo. La vieja picaresca española se cruza con la nueva cultura del 'low cost' ofreciendo un pacto en el que ambos salen ganando. Las grandes cadenas, porque venden cantidades ingentes de sus productos a un precio económico, a cambio quizá de una pequeña rebaja en calidad; al comprador, porque ve halagada su habilidad para rastrear y hallar la ganga. Subidón de autoestima a precios locos.

La sociedad devaluada

Es evidente la paradoja que supone que miles de personas hagan cola para comprar en una cadena que en su país de origen ha impuesto un horario y cultura laboral, por decirlo eufemísticamente, algo incompatible con los derechos laborales occidentales. Pero no es una paradoja; en realidad, es causa y efecto de la misma lógica de la industria de la subcontratación de marrones en la que aceptamos vivir mal siempre que podamos permitirnos que otros lo hagan peor. La consecuencia de la polarización económica que ya está aquí.

placeholder 'Si compras barato podemos permitirnos pagarte poco'. (Reuters)
'Si compras barato podemos permitirnos pagarte poco'. (Reuters)

Cobras menos, trabajas más horas y el tiempo que te sobra lo empleas persiguiendo esa adquisición que ajuste el déficit tiempo/dinero. Una cultura del cupón de descuento que bien conocen en Estados Unidos, donde la rebaja y el descuento son partes tan consustanciales a la experiencia de la clase trabajadora como las facturas o las deudas. Cada vez más también de la española, de esos "pobres pobres" que viven en una sociedad del consumo en la que no pueden consumir. No, al menos, lo que querrían, así que han de conformarse con versiones devaluadas de los productos anhelados que quizá les recuerden que ellos llevan también vidas devaluadas.

Un Xiaomi MI A3, cuyo precio ronda los 200 euros, es el móvil que consiguió el buen tipo que pasó dos días haciendo cola a las puertas del Xanadú, cuya apertura recuerdo bien. Como cada vez que se inauguraba un centro comercial, fue un fiestón, un hito histórico en la periferia. "Es la novedad, ver qué hay", respondía una de las visitantes al establecimiento cuando le preguntaban cómo es que estaba haciendo cola bajo el sol de justicia de Arroyomolinos. El Loranca, el Opción, el Tres Aguas, el Xanadú. Yo también los visité todos en mi adolescencia.

Si la vida de la "bazofia" consiste en regalar su tiempo, la máquina centro comercial cambia las magnitudes para vivir la experiencia clase media

La vida del extrarradio en constante ampliación, ese punto muerto eterno de la clase baja con trazas de media, se consuela en esas pequeñas novedades que proporcionan temas de los que hablar, un lugar al que salir el sábado una vez que el discopub comienza a aburrir y una dimensión alternativa donde el tiempo se expande y el dinero vale más. Si la vida de la "bazofia de clase baja" consiste en regalar su tiempo a cambio de un puñado de euros, la máquina centro comercial permite cambiar las magnitudes para poder vivir algo parecido a la clase media. La conquista en el fin de semana de todo lo que perdimos de lunes a viernes.

Una última apreciación. Ya no hablamos ni de los barrios de extrarradio de Madrid, ni siquiera de las ciudades dormitorio del cinturón del sur. Estamos en una nueva etapa, la del más allá de ese más allá que era Móstoles. Xanadú es un limbo siete kilómetros en el horizonte, una tierra de nadie cuyos visitantes provienen de aquellas mismas zonas de la que surgió la inmigración de la ciudad dormitorio. Toledo, Extremadura, Ávila. No es la España vacía. Es la España frontera entre el sol cegador de Madrid y el olvidado resto de España, un interregno del consumo donde los sueños de la meritocracia, o una versión barata de los mismos, se hacen realidad.

Fue mientras elegía entre un bote hermético y otro (¿qué clase de preferencia se puede establecer?, ¿qué criterio, qué jerarquía hay entre uno y otro?) cuando escuché una letanía a mi espalda. "Este son setenta y cinco, dos serían euro cincuenta, pero estos dos son uno treinta". Una mujer en ese momento indeterminado entre la jubilación y la ancianidad, blusa, manoletinas y viudez, hablaba con el pasillo vacío. Sé que no se dirigía a mí, pero también que si no estuviésemos los dos solos, no se habría animado con el monólogo exterior.

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