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No has echado de menos las discotecas y la barra del bar, sino a los desconocidos
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Héctor G. Barnés

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No has echado de menos las discotecas y la barra del bar, sino a los desconocidos

La barra del bar es el ágora moderna donde no hay jerarquías, donde personas de distintos orígenes y condiciones pueden debatir. Una resistencia pública ante la oleada privada

Foto: Amor, la noche ha sido larga y llena de emoción. (Reuters/Vincent West)
Amor, la noche ha sido larga y llena de emoción. (Reuters/Vincent West)

Llegan a mis oídos historias no apócrifas de gente que ha ligado en directo, en cuerpo y presencia, en bares o discotecas, con personas de las que anteriormente no tenían conocimiento (y que, a su vez, no tenían conocimiento de la primera persona) y siento que por fin todo ha vuelto a la normalidad. Creo que en algún momento de la pandemia, junto a los toques de queda, la restricción de movimiento y la prohibición de bailar, tampoco se podía ligar salvo si habías realizado un contacto estrecho previo por Tinder, con dos PCR de entrada y salida de rigor.

Y no ha sido hasta que me he sentado en una de esas barras que han reabierto esta semana, cuando me he dado cuenta de todo lo que perdimos. Hemos vivido una barbaridad sanitaria, y también, una barbaridad antropológica que nos ha prohibido hacer todo lo que nos convierte en una sociedad: socializar con extraños.

Las barras de bar son un lugar privilegiado para ello y por eso, ha sido de lo último en reabrirse. Cualquier periodista sabe (o si no, lo sospecha) que media hora delante de un café en un bar atestado es mucho más útil para captar lo que preocupa a la gente que peinarse los titulares de la prensa nacional e internacional.

Cuando miras al pincho de tortilla, el pincho de tortilla también te mira a ti

La barra del bar es un lugar horizontal: como en la muerte, todos somos iguales. El pobre, el rico, el que se come un croissant o unas porras. Un espacio no jerárquico de participación igualitaria, como dirían algunos. Nunca nadie dice eso de "perdone que escuche su conversación", porque se entiende que si estás en la barra, estás hablando con todos, formas parte de un debate general en el que la gente entra, consume y sale, y la conversación se mantiene desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la noche. Uno puede irse y reengancharse a última hora.

El camarero es a la barra del bar como el presidente del Congreso. El nexo de unión: a veces, da paso a los ponentes ("mira, eso le pasó el otro día a Pepa, ¿a que sí, Pepa?"), frena a los que se exceden, genera comunidad. El camarero es como la madre que alimenta a sus polluelos, los parroquianos que esperan su café con leche alrededor de la barra. El camarero también puede ser un confidente en los momentos flojos del día. Como un cura, pero más fiable.

placeholder Un pincho de tortilla con un trozo de pan en la barra de un bar.
Un pincho de tortilla con un trozo de pan en la barra de un bar.

La barra del bar es también como un escaparate invertido. Tú miras al pincho de tortilla, pero el pincho de tortilla también te mira a ti. Sentarse en la barra, y no en una mesa en un rincón, no deja de ser un acto de exposición, una forma de decir "estoy disponible". Y de confianza: un mafioso nunca se sentaría de espaldas a la puerta del bar, pero sentarse en la barra quiere decir que confiamos en que nadie va a entrar y nos va a apuñalar por la espalda. Eso es mucho confiar hoy.

Amor en los ojos de los desconocidos

La barra es el signo de todo lo que perdimos en la pandemia, es decir, a los desconocidos. Una sociedad donde se reducen o directamente se extirpan las posibilidades de alternar con personas anónimas es una sociedad endogámica, condenada a ahogarse en sus propios prejuicios, sus rutinas y sus costumbres. Hemos pasado toda la pandemia sentándonos en mesas con gente a la que ya conocíamos discutiendo sobre temas de los que ya habíamos hablado y utilizando argumentos que uno puede deletrear antes de que salgan de la boca del interlocutor. Las mesas son endogámicas, las barras, democráticas.

La barra del bar es como las discotecas y los botellones, y creo que si la gente se ha lanzado a estos últimos ha sido, entre muchos otros factores, porque sigue siendo una manera eficiente de conocer gente si eres joven y te has hartado de Grindir o Tinder. Mucho discurso moralista sobre el alcohol, pero poca reflexión sobre el hecho de que hemos empujado a los jóvenes a vivir aislados en su casa (la de sus padres), solos y condenados a relacionarse únicamente por redes sociales.

placeholder 'Nighthawks', de Edward Hopper.
'Nighthawks', de Edward Hopper.

Los desconocidos son esenciales en nuestra vida, como ya he escrito alguna vez, porque casi todos los conocidos fueron desconocidos en algún momento. Elimínalos y acabas con la vida social. Hablamos mucho de las burbujas de las redes sociales y poco de las burbujas de los reservados, de las mesas para dos, de los clubs privados, de darle la espalda al mundo.

Por eso el cuadro más famoso de Edward Hopper es 'Nighthawks', y no sus fantásticos retratos de solitarios en cafés o restaurantes. Porque evoca el romanticismo de la barra, del espacio metafísico de la noche, del amor y lo desconocido. El personaje más importante no es el camarero, ni esa pareja formada por una 'femme fatale' salida de una película de cine negro y un 'bogartiano' sonámbulo, sino el tipo que está de espaldas casi a lo Magritte y que podría ser cualquiera. Nosotros, el otro, un desconocido, un mundo sin explorar.

Escasez de barras

Ya hay cada vez menos barras de bar, de las reales y de las metafóricas. La nueva restauración no tiene barra porque son los sitios que nadie quiere y uno paga, entre otras cosas, para que el camarero no le moleste mucho. Las barras son incómodas, en parte porque las banquetas lo son, en parte porque chocarse los codos con un desconocido (un desconocido muchas veces de otra clase social, género o procedencia) es incómodo. El roce social es incómodo.

Lo importante es que nadie nos mire y no tener que mirar a nadie

El cine, por ejemplo, también es incómodo. Hay gente que habla alto, que come, o simplemente está. En la pandemia se nos ha dicho eso de que hay que comportarse como si todos estuviésemos contagiados, una máxima a la que no le niego su eficacia epidemológica, pero que es una enormidad social. Así ha pasado, que a la gente le han contagiado los desconocidos, esos que van por la calle con la mascarilla mal puesta, nunca un familiar o un amigo, porque los familiares o amigos no contagian. ¡Ejem!

Los espacios privados están devorando los públicos, y si la barra del bar es pública, el privado (del restaurante) es privado. Valga la redundancia. Del cine a la plataforma de turno, de la tienda del barrio o el supermercado a Amazon, de la discoteca a Tinder, lo importante es que nadie nos mire y no tener que mirar a nadie.

Foto: Foto: Reuters. Opinión

El mejor ejemplo lo he podido comprobar esta semana, viajando en el metro lleno. Un hombre ciego y su cuidadora entran en el vagón y nadie les deja su asiento. Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que no es que la gente sea mala, es que simplemente está hipnotizada. Todos viajan en su espacio privado, el de sus teléfonos móviles, para intentar olvidarse de que se encuentran en un lugar público, de que hay otras personas a su alrededor.

Es como si te importunasen en el salón de tu casa, como si tuvieses que levantarte del sofá para dejar sentarse a un desconocido. Estamos convirtiendo a marchas forzadas los lugares públicos en espacios privados, donde llegamos al pacto de no mirarnos entre nosotros más que lo necesario. El sueño de no salir de casa, incluso aunque estemos en el transporte público o en la oficina. Hay que ir más al bar, pero a la barra. Como canta (rapea) Kate Tempest, "incluso cuando estoy débil y me derrumbo / seguiré llorando en la estación de tren / porque puedo ver vuestras caras / y hay una gran paz en las caras de la gente".

Llegan a mis oídos historias no apócrifas de gente que ha ligado en directo, en cuerpo y presencia, en bares o discotecas, con personas de las que anteriormente no tenían conocimiento (y que, a su vez, no tenían conocimiento de la primera persona) y siento que por fin todo ha vuelto a la normalidad. Creo que en algún momento de la pandemia, junto a los toques de queda, la restricción de movimiento y la prohibición de bailar, tampoco se podía ligar salvo si habías realizado un contacto estrecho previo por Tinder, con dos PCR de entrada y salida de rigor.

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