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Encuentros (marcianos) en la cuarta fase
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Rubén Amón

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Encuentros (marcianos) en la cuarta fase

Sánchez convierte la esperada comparecencia de la desescalada en un ejercicio ininteligible y ambiguo que reviste de poder a la Moncloa y que aporta más dudas que certezas

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en su comparecencia en Moncloa. (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en su comparecencia en Moncloa. (EFE)

La edición especial de 'Aló presidente' se resintió este martes de una asombrosa confusión entre las fases, las semanas y los plazos. Hacía Sánchez un esfuerzo didáctico y pedagógico en exponernos el viaje a la nueva normalidad, pero la comparecencia resultó sencillamente ininteligible. Podría diagnosticársele incluso al 'boss' un brote de logorrea, cuando no una crisis cabalística o una posesión demoniaca. Parecía un niño de San Ildefonso, amontonando números y cifras, aunque el pasaje más inquietante de la intervención sobrevino en la pedrea del discurso, o sea, cuando admitió que la desescalada iba a consumarse “sin GPS”. Era una manera de reconocer que tenemos delante un viaje a oscuras, un camino a tientas. Y que la hipótesis de una meta de normalidad a finales de junio, ilusionante, liberadora, permanece expuesta a toda clase de condicionantes y situaciones retráctiles. Ha vuelto a ocurrir. Las comparecencias de Sánchez aportan más dudas que certezas, propagan la incertidumbre.

No difiere demasiado, “por lo tanto”, la nueva normalidad del caos, más todavía cuando Sánchez estableció un nuevo criterio geográfico para organizar la desescalada: la provincia, o en su caso, la isla, determinarán el progreso o el retroceso de la vuelta a la vida convencional. Quiere decirse que Sánchez se convierte, como ya anunció, en el piloto de la desescalada. Y que las comunidades y los municipios, desprovistos de atribuciones, tendrán que responder de las directrices del mando único, por mucho que estas últimas resulten todavía embrionarias, incomprensibles y asaeteadas de interrogaciones. Ejemplo práctico de la comparecencia: “La desescalada asimétrica hacia la nueva normalidad está sujeta a condiciones que se irán viendo a su tiempo y por provincias, como por ejemplo si todo va bien”.

El periodo de desescalada tendrá una duración máxima de seis semanas

No es un episodio escogido con mala intención. Tanto valdría para definir la opacidad del plan de fuga. Y las inquietudes generales que despierta la desescalada. Sabemos muy pocas cosas. Acaso que está permitido ir a correr el sábado. Que no hay colegios hasta el mes de septiembre. Que es posible recoger comida en un restaurante. Que los pequeños comercios podrán abrir en unas semanas. Y que igual a finales de junio podemos ir al cine, respetando una distancia de seguridad de dos metros.

Bien podría proyectarse entonces 'Encuentros en la cuarta fase', pues cuatro son las fases que Sánchez y los expertos —o sea, Siri— han concebido en la graduación de la nueva normalidad. Aseguró el presidente que el plan lleva elaborándose un mes, pero dio la impresión de haberse improvisado en el Consejo de Ministros para satisfacción de unos y otros ministros. Sabemos que no sabemos nada. Que los plazos son meramente orientativos o especulativos. Y que Sánchez ha reforzado su posición de liderazgo y de poder para monitorear la crisis y despojar de competencias a las autonomías, 'deconstruidas' estas últimas en una fragmentación provincial.

Toda guerra necesita un caudillo. Y como quiera que Sánchez ha convertido el coronavirus en una batalla épica donde refulgen su armadura y sus espuelas, no ha podido este martes resistirse a la mención del “enemigo que nos acecha” y a la promesa de “doblegarlo”. Lo tiene escrito Shakespeare en un pasaje inquietante de 'El rey Lear'. “El mal de estos tiempos, dice el conde Gloucester, es que los locos guían de la mano a los ciegos”.

La edición especial de 'Aló presidente' se resintió este martes de una asombrosa confusión entre las fases, las semanas y los plazos. Hacía Sánchez un esfuerzo didáctico y pedagógico en exponernos el viaje a la nueva normalidad, pero la comparecencia resultó sencillamente ininteligible. Podría diagnosticársele incluso al 'boss' un brote de logorrea, cuando no una crisis cabalística o una posesión demoniaca. Parecía un niño de San Ildefonso, amontonando números y cifras, aunque el pasaje más inquietante de la intervención sobrevino en la pedrea del discurso, o sea, cuando admitió que la desescalada iba a consumarse “sin GPS”. Era una manera de reconocer que tenemos delante un viaje a oscuras, un camino a tientas. Y que la hipótesis de una meta de normalidad a finales de junio, ilusionante, liberadora, permanece expuesta a toda clase de condicionantes y situaciones retráctiles. Ha vuelto a ocurrir. Las comparecencias de Sánchez aportan más dudas que certezas, propagan la incertidumbre.

Pedro Sánchez
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