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Marlaska desluce el cumple de Frankenstein
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Rubén Amón

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Marlaska desluce el cumple de Frankenstein

Sánchez celebra sus dos años de presidencia mejorando los números de la investidura con la inestimable e inexplicable cooperación de Ciudadanos

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters)
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Grande-Marlaska ha deslucido el regreso de Frankenstein al Parlamento, no hasta el extremo de malograr el segundo cumpleaños del monstruo, pero sí lo suficiente para intoxicar el debate del estado de alarma.

Es una lástima, sobre todo porque Pedro compareció en la onomástica con un discurso lírico, idílico, paternalista y triunfalista: “España es el mejor país del mundo”, proclamó desde el púlpito Sánchez, como si le fuera ajeno el silencio de los cementerios.

“Que viva el 8 de marzo”, añadió entre clamores, como si los aplausos oficialistas pretendieran ocultar la fechoría inconsciente que supuso la aglomeración de aquella fiesta.

La emergencia sanitaria ha quedado subordinada a la emergencia política en la mañana del 3-J. No ya por las mentiras de Marlaska, el hachazo a la separación de poderes y el conflicto abierto con la Guardia Civil, sino porque Sánchez ha decidido encubrir a su ministro y convertirse en cómplice necesario de la crisis institucional.

"España es el mejor país del mundo", proclamó desde el púlpito Sánchez, como si le fuera ajeno el silencio de los cementerios

No iba a entregar Sánchez un sacrificio en una fecha tan señalada. Llegó al poder hace dos años. Y quiso concederse este miércoles una nueva fiesta de investidura, acaso premonitoria e ilustrativa de su porvenir en la Moncloa. Llegará a 2023. Porque no hay alternativa. Porque amamanta con esmero a los lobos soberanistas. Y porque la derecha conspira contra sí misma entre bocinazos y caceroladas.

Arreciaron las voces opositoras reclamando dimisiones y se reprodujeron los pasajes desenfrenados, pero Sánchez ha conseguido una posición invulnerable. Peor hace las cosas, mayor estabilidad política obtiene. Y mayor rendimiento adquiere de la polarización que esparce el trabajo sucio de Pablo Iglesias.

Lo demuestra la reconstrucción del pacto de investidura. Sánchez ha vuelto a congregar el aquelarre soberanista. Y ha convertido la votación de la sexta prórroga en una catarsis política. Solo faltaba el masoquismo de Ciudadanos. Y la decisión de colocar a los pies de Sánchez un felpudo naranja, supuestamente por un ejercicio de responsabilidad.

Llegará a 2023. Porque no hay alternativa. Porque amamanta con esmero a los lobos soberanistas. Y porque la derecha conspira contra sí misma

Ya decía Edmundo Bal que Cs anteponía el bienestar de los españoles a cualquier tacticismo político, pero ha sido Sánchez quien ha pervertido el estado de alarma negociando con Bildu la derogación de la reforma laboral, prometiendo a Esquerra la resurrección de la mesa de partidos. Semejantes compromisos no han disuadido a Ciudadanos ni parecen haber escarmentado con el tratamiento humillante de Sánchez.

El líder socialista ha utilizado a Cs no más de cuanto Cs se ha dejado utilizar, incluso cuando sus votos, como este miércoles, eran irrelevantes. Sánchez resucita el monstruo de Frankenstein y Edmundo Bal pone la música al espectáculo de guiñol, desmintiendo las obligaciones del partido frente al independentismo y subestimando la nueva normalidad de Bildu. Ciudadanos reforzaba a Sánchez cuando más razones hay para debilitarlo.

Y cuando más ha sido evidente la injerencia en los asuntos judiciales. El caso Marlaska no solo ilustra un caso bochornoso de injerencia. También aspiraba a ocultar las responsabilidades derivadas del 8-M. Las políticas son evidentes. Y las judiciales parecían inconsistentes hasta que Marlaska se ha puesto a sí mismo la soga en el cuello. Imaginemos que terminan investigándolo. Y que la Fiscalía del Estado está llamada a pronunciarse.

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¿No sería un bochorno que una exministra de Sánchez, Dolores Delgado, tenga que facultar el porvenir de un ministro de Sánchez? Esta clase de brochazos y de profanaciones identifica el descaro del sanchismo en su desapego institucional y en su camino de supervivencia.

Nadie mejor para espolearlos que el verbo insumiso de Gabriel Rufián, cuya versión de la Cataluña sojuzgada coincide perfectamente con la conspiración de jueces y picoletos urdida en España por la derechona.

Han regresado los lobos de ERC al redil de Sánchez, como ya hicieron los chacales de Bildu. La excusa consiste en la reforma de la ley de salud pública, pero la razón estriba en el regreso a la antigua normalidad, incluidos la mesa de partidos, el relator y las reformas legislativas que sean necesarias para convertir la rebelión en una chiquillada. He aquí el plan de ruptura.

Y la habilidad retórica con que Rufián pretende convertirlo en una batalla del bien (la izquierda) contra el mal (la derecha), así es que la megalomanía de la contienda, asumida por la dramaturgia incendiaria de Pablo Iglesias, tanto permite al Gobierno sustraerse al escrutinio de la crisis sanitaria como proteger al 'sheriff' Marlaska de sus comportamientos justicieros y arbitrarios.

Grande-Marlaska ha deslucido el regreso de Frankenstein al Parlamento, no hasta el extremo de malograr el segundo cumpleaños del monstruo, pero sí lo suficiente para intoxicar el debate del estado de alarma.

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