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Villarejo, pocero y pendejo
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Rubén Amón

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Villarejo, pocero y pendejo

Estamos menos seguros con el comisario en la calle, porque ha humillado a la Justicia y porque puede esparcir basura con un ventilador

Foto: El excomisario José Villarejo, a su salida de la cárcel de Estremera. (EFE)
El excomisario José Villarejo, a su salida de la cárcel de Estremera. (EFE)
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Un aforismo del Mosad sostiene que la medida de un país la dan la eficacia de sus servicios secretos. Razón suficiente para desconfiar del nuestro. Y para inquietarnos por la ubicuidad que ha adquirido Villarejo en todas las tramas de corrupción, malversación y compadreo. Villarejo es la etiqueta de calidad de la basura española, la denominación de origen de las cañerías. Ninguna trama es digna de reputación hasta que la manosea Villarejo.

Por eso se jactaba ayer de sus galones de pocero. Las cañerías evacuan la mierda. Nos las quitan de encima. Y hemos de honrar a los hombretones que operan en las alcantarillas para hacernos la vida mejor, aunque sea al precio de convertir al policía en delincuente. Villarejo, un pirata enmascarado con la bandera de España. Una boina arcaica. Y un parche en el ojo que perfila todavía más la ferocidad del bucanero vengador.

"Ninguna trama es digna de reputación hasta que la manosea Villarejo"

Hasta 107 años de cárcel le pide la Fiscalía en uno de los juicios más nutridos y enjundiosos, pero la dilatación de las investigaciones lo ha puesto un rato en libertad. Suficiente para degradar la reputación de la Justicia española y para pavonearse como un villano justiciero. Amenazante, procaz, chantajista: "Las cloacas no generan mierda, la limpian".

Es posible que se haya tatuado el eslogan en la cárcel. Allí donde le jalean los matones. Y donde ha prometido poner patas arriba al Estado español. "De eso me encargo yo", confiere el comisario. Y bien podría haber salido a hombros de Estremera, aclamado por los parias de la prisión. 'Je suis Villarejo'. Villarejo somos todos. O todos queremos ser como él.

Foto: El comisario jubilado José Villarejo, a su salida de prisión este miércoles. (EFE)

El poder real que tiene el excomisario Villarejo y el que se le atribuye en sentido más indefinido lo convierten en una expresión abstracta e hiperbólica del poder oscuro. Las cloacas. Las tinieblas. Quizá la autopsia demuestre un día que era un roedor o un híbrido de serpiente.

De momento, es un expresidiario pendiente de juicio que ha decidido desquitarse del sistema con más bravuconería que pruebas. Y que se retrata o es retratado en empresas megalómanas. Villarejo que destrona reyes y acaba con gobiernos. Villarejo que tiene todo grabado, hasta las canciones de cuna de su madre. Villarejo que aspira a enchironar a Rajoy y a sentenciar a Iglesias.

Villarejo que rima con tipejo. Villarejo que no se refleja en los espejos. Que se desquicia delante de un crucifijo. De un crucifejo. Un crápula castizo, entre Torrente y Juncal. Un diablo de medianoche. Un intoxicador de medias mentiras y de verdades a medias. Un artificiero de bombas retardadas al que el Parlamento le ha dado una tribuna.

Foto: María Dolores de Cospedal. (EFE)

Deben satisfacerle las portadas que lo convierten no ya en enemigo del Estado, sino en contrapoder capaz de destruirlo. Villarejo todo lo oía. Y todo lo registraba, como estrategia de extorsión y de suepervivencia. Un virtuoso que opera fuera de contexto. Y que no lo hace con bisturí, sino con navaja de Albacete.

Apareció la grabación de Cifuentes en el súper Eroski cuando más daño podía hacer. Y aparecieron las psicofonías de la exministra Delgado porque Villarejo quiere recuperar la libertad chantajeando a la notaria del Estado. Y recrearse en el papel siniestro de policía y delincuente a la vez. Servir al Estado y servirse del Estado. Recrearse en el papel de vampiro.

Y vampiro será Villarejo, pero Villarejo, que rima con pendejo, es también un síntoma de una sociedad corrupta. Villarejo saca a flote las vergüenzas de la política, del capital y de la prensa. Estamos menos seguros con Villarejo en la calle. Y no conviene subestimarlo. Su maletín de grabaciones encriptadas representa una amenaza nuclear. Huele a azufre. Y aloja tantas verdades como difamaciones. Un ventilador de mierda. Un vómito de bilis.

Villerejo es un problema, pero desgraciadamente no es el problema.

Un aforismo del Mosad sostiene que la medida de un país la dan la eficacia de sus servicios secretos. Razón suficiente para desconfiar del nuestro. Y para inquietarnos por la ubicuidad que ha adquirido Villarejo en todas las tramas de corrupción, malversación y compadreo. Villarejo es la etiqueta de calidad de la basura española, la denominación de origen de las cañerías. Ninguna trama es digna de reputación hasta que la manosea Villarejo.

Comisario Villarejo
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