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Pablo Casado, el carnicero de Génova
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Rubén Amón

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Pablo Casado, el carnicero de Génova

El líder del PP reconstruye la derecha con mercenarios y las artes más oscuras, pero se expone a un cuestionamiento de su liderazgo, gane o pierda Díaz Ayuso

Foto: Foto: EFE.
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Pablo Casado presume de haber comenzado el proceso de reunificación de la derecha. Pretende acaudillarla y formalizar la alternativa a Pedro Sánchez, pero no puede decirse que haya emprendido un camino diplomático ni de orfebrería. Todo lo contrario, el laboratorio de Murcia y las cobayas políticas que se han vendido al experimento enfatizan el recurso de los mercenarios y de los traidores. Y “reconcilian” al PP con las tradiciones patrimoniales del transfuguismo. Tanto valen a la causa mayor los expulsados de Vox como los jornaleros de Ciudadanos.

Se trata de un juego obsceno y peligroso que también aspira a neutralizar la moción a la alcaldía murciana el próximo 25 de marzo, pero que al mismo tiempo puede precipitar la caída del Gobierno de Castilla y León en la sesión psicodramática de este mismo lunes. El chalaneo suscita lealtades precarias y traiciones incontroladas. Una política de tahúres y de trileros que Casado ha convertido en el atajo de su aparente y engañosa reanimación política.

Es la perspectiva que convierte a Fran Hervías en el artífice de las conversiones. Empezando por la suya. Y por la celeridad con que el compadre de Rivera ha inaugurado la oficina de reclutamiento en Génova 13 del Percebe. Hervías ha urdido la implosión de Ciudadanos y se ha puesto a estimular el clientelismo y el porvenir entre los colegas transformistas.

La perspectiva convierte a Hervías en el artífice de las conversiones. Empezando por la suya

Nada que ver con una fusión amistosa de las siglas, con un proyecto de cooperación ni con una coreografía armónica de intenciones políticas y de objetivos comunes. Es verdad que la negligencia Inés Arrimadas en el gatillazo de Murcia predisponía la venganza de Casado y Ayuso, pero los planes de extorsión y de sabotaje de PP ya estaban en marcha. Solo hacía falta un pretexto para exagerarlos, un 'casus belli' que encubriera los fingimientos.

Y no han podido salirle mejor las cosas al PP en la tramoya del bazar. El travestismo de los diputados autonómicos en Murcia tanto ha frustrado la moción contra López Miras como ha precipitado el ciclo virtuoso de los populares. Díaz Ayuso es el estandarte, el reclamo populista y supersticioso de una realidad política concreta en Madrid —la hegemonía categórica del PP— que Casado intenta convertir en fantasía nacional, más todavía cuando la megacandidata aspira a triturar a Pablo Iglesias, exterminar a Ciudadanos y pescar furtivamente en el caladero revuelto de Vox.

He aquí la reconstrucción de la derecha que Casado ilustra con su hacha de carnicero. No ya traumática, caótica, oportunista y resultona, sino bastante cínica o amnésica respecto a la naturalidad con que ha comenzado a fomentarse la idea de un gran pacto contra la ultraderecha. Fue Casado quien hizo añicos la foto de Colón en el contexto de la moción de censura. Y quien dio la impresión de haber orientado el PP hacia el horizonte de una derecha liberal, aconfesional, moderna. Puede leerse entre líneas la idiosincrasia de Núñez Feijóo en el eterno amago de un desembarco en Madrid, pero la urgencia y posibilidad de una gran victoria el 4 del mayo ha fomentado el éxtasis del ayusismo y agitado los brochazos de la polarización.

La urgencia y posibilidad de una gran victoria el 4 del mayo ha fomentado el éxtasis del ayusismo y agitado los brochazos de la polarización

Necesita el PP un plan de reanimación política después del hundimiento de Cataluña y de la frustración que supone la bulimia del sanchismo, pero la euforia que ha despertado la victoria perfecta —desahuciar a Iglesias, derrotar al PSOE, jibarizar a Ciudadanos, comerse a VOX— aloja sus misterios y sus contraindicaciones. Ayuso no solo necesita ganar, necesita gobernar. Y podría terminar dependiendo no ya del pacto visceral con Santiago Abascal, sino de la posición de Ciudadanos, cuya inercia de partido menguante no contradice que la candidatura de Edmundo Bal rebase el umbral del 5% y le facilite acceder a la representación parlamentaria.

La pérdida de Madrid, poco probable, hundiría de manera inmisericorde al PP, rebanaría la cabeza de Casado, malograría el mesianismo de Ayuso, pero ocurre que la victoria de la actual presidenta revestiría de autoridad y de credibilidad el gran salto a la política nacional. Porque sería ella la gran antagonista de Sánchez. Y porque Casado tendría que resignarse al papel de monaguillo y de subalterno, abriendo el paso a la emperatriz de Lavapiés.

Pablo Casado presume de haber comenzado el proceso de reunificación de la derecha. Pretende acaudillarla y formalizar la alternativa a Pedro Sánchez, pero no puede decirse que haya emprendido un camino diplomático ni de orfebrería. Todo lo contrario, el laboratorio de Murcia y las cobayas políticas que se han vendido al experimento enfatizan el recurso de los mercenarios y de los traidores. Y “reconcilian” al PP con las tradiciones patrimoniales del transfuguismo. Tanto valen a la causa mayor los expulsados de Vox como los jornaleros de Ciudadanos.

Pablo Casado