Es noticia
La matanza del 10-J
  1. España
  2. No es no
Rubén Amón

No es no

Por

La matanza del 10-J

Ni ministros leales, ni compadres: Sánchez ejecuta el núcleo duro y sacrifica a sus más obstinados costaleros, aunque la marcha de Redondo tiene una lectura menos traumática de lo que parece

Foto: Pedro Sánchez. (EFE)
Pedro Sánchez. (EFE)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Tenía que ser el primero en saberlo, pero Felipe VI fue el último en enterarse. La lista de la remodelación se había filtrado progresiva e integralmente cuando Sánchez acudió a desvelársela al Rey, aunque el presidente del Gobierno sí tuvo tiempo de limpiarse la sangre. La ebriedad de la hemorragia no le impidió llegar impecable a la Zarzuela. “Puedo asesinar, y sonreír mientras asesino” (Shakespeare, 'Enrique VI', II acto).

Porque no ha sido una mera reestructuración, ha sido una matanza, una catarsis tarantiniana. Sánchez no ha discriminado ni entre los más leales (Calvo, Ábalos) ni entre los más sumisos (Campo, Celáa), ni entre los más endebles (Duque, Uribes, Laya), aunque el sacrificio más elocuente y más llamativo no ha concernido a un ministro, sino al metaministro Iván Redondo.

Foto: Pedro Sánchez e Iván Redondo en 2019. (EFE)

El gurú del sanchismo se marcha de la Moncloa. Y no porque estuviera en guerra con el aparato del PSOE -que lo estaba- ni porque Sánchez quisiera defenestrarlo -que no quería-, sino porque él mismo ha reclamado un salto cualitativo al éter de los grandes asesores y de las luminarias politólogas.

Nos lo imaginamos impartiendo cursos y doctrina en ultramar. Escribiendo ensayos. Sentándose entre los patrones del club Bilderberg. Y ofreciéndose como spin doctor o como cardenal milagrero. Sánchez se despoja de su sombra, del sherpa que lo condujo a la cima de la política.

Redondo es la excepción aséptica de la masacre sanchista. Se diría que la purga del presidente sacrifica los años y la caspa tanto como demuestra la ferocidad del anfitrión monclovense. Se ha quitado del medio a sus más obstinados costaleros. Los ha carbonizado. Los ha exterminado.

El caso de Carmen Calvo es llamativo por los galones que refulgían en sus hombreras -vicepresidenta primera- y porque las controversias con Redondo e Irene Montero han terminado consumiéndola en el arcén.

Puede decirse lo mismo de José Luis Ábalos. Ha sido el “machaca” de Pedro el Cruel. Y quien más ha comprometido su reputación en defensa del transformismo de Sánchez, sin olvidar la negligencia con que “resolvió” los escándalos de Delcy Rodríguez y de la compañía Plus Ultra.

No encajaba un ministro cipotudo en la catarsis juvenil y feminista de Sánchez, aunque la masacre de San Cristóbal -es la advocación que destaca en el santoral del 10 de julio- no ha discriminado a las mujeres de mayor peso. Isabel Celáa no parecía figurar en la lista negra. Y sí estaba sentenciada González Laya, cuya gestión de la crisis marroquí ha podido malograrla tanto como el desplante de Joe Biden en la cumbre del G20.

Ha sido la de Sánchez una remodelación no de bisturí, sino de picahielos o de sierra eléctrica. Por eso resulta atractivo y sugerente preguntarse si una masacre de semejantes proporciones -siete ministros y Redondo- acaso no sobrentiende un ejercicio de autocrítica en carne ajena. Sánchez ha derramado la sangre de “su gente” para convertirla en el recurso nutritivo de su propia supervivencia. El sanchismo no tiene principios, sino objetivos. Carece de escrúpulos y de compromisos. La regeneración del “nuevo” Sánchez requería levantarse sobre un trono de osamentas.

Ha sido la de Sánchez una remodelación no de bisturí, sino de picahielos o de sierra eléctrica

Por eso no se ha atrevido a tocar a los camaradas de Unidas Podemos. Hubiera llevado con gusto a la hoguera a Garzón y a Montero, pero la burbuja en que conserva a los ministros “rivales” no responde a las convicciones, sino a las necesidades de estabilidad.

No podía permitirse una crisis en la coalición. Y sí podía consentirse mandar a la hoguera un ninot tan precario como el Pedro Duque, aunque el sacrificio más siniestro acaso consista en el de Miquel Iceta. No ya porque acababa de llegar. O porque se le atribuían plenos poderes en la gestión de la crisis territorial y política de Cataluña, sino porque se la ha condenado al pozo del Ministerio de Cultura.

Tenía que ser el primero en saberlo, pero Felipe VI fue el último en enterarse. La lista de la remodelación se había filtrado progresiva e integralmente cuando Sánchez acudió a desvelársela al Rey, aunque el presidente del Gobierno sí tuvo tiempo de limpiarse la sangre. La ebriedad de la hemorragia no le impidió llegar impecable a la Zarzuela. “Puedo asesinar, y sonreír mientras asesino” (Shakespeare, 'Enrique VI', II acto).

Carmen Calvo Pedro Duque José Luis Ábalos Rey Felipe VI Isabel Celaá Pedro Sánchez