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Y Llarena capturó al 'miserable'
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Rubén Amón

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Y Llarena capturó al 'miserable'

La detención sorpresa del desterrado premia la constancia del juez y desata una crisis imprevisible en los gobiernos central y catalán

Foto: El juez del Tribunal Supremo, Pablo Llarena. (EFE) .
El juez del Tribunal Supremo, Pablo Llarena. (EFE) .

Debía sentirse tranquilo Carles Puigdemont en Cerdeña. No es Cataluña, pero la isla italiana aloja un territorio de minoría cultural y lingüística que permitía al prófugo sentirse igual que en casa. Se habla catalán en Alghero, allí donde han detenido al pirata. Y debía pensar el patriarca de Waterloo que la burbuja nacionalista en territorio italiano le preservaba de la orden de captura de Llarena.

No la había desactivado el juez. Estaba en vigor. Y es verdad que la detención no compromete los delitos mayores de sedición o de rebelión, pero los delitos 'menores' y prosaicos de malversación tanto valen para frustrar el destierro impune e inmune del cabecilla de la rebelión, independientemente del problema que representa para Sánchez gestionar el arresto del 'expresident'.

Foto: El expresidente del Ejecutivo catalán, Carles Puigdemont. (Getty)

Se le van a revolver la agenda de la reconciliación, la mesa de diálogo y el pacto bilateral con ERC, sobre todo porque la detención de Puigdemont implica la colisión de las políticas española y catalana, a semejanza de una erupción inesperada. Tiene sentido la analogía porque la noticia extemporánea de la detención ha subordinado incluso todas las atenciones de la catástrofe sísmica de La Palma. No cabe detonación más traumática ni incendiaria que el expediente Puigdemont en la mesa de la Moncloa.

Puigdemont quería volver a su antojo. Esperaba la reforma legislativa de acuerdo con la cual perdía peso el delito de sedición. Y aspiraba a regresar con impostura justiciera. Nada que ver con el escarmiento policial de Alghero.

Foto: El expresidente de Cataluña Carles Puigdemont.

La detención de Puigdemont servirá para aglutinar el soberanismo, para declararle la guerra al Supremo, para denunciar los abusos del Estado español. Y para irritar a los rapsodas del victimismo y a los 'hooligans' de la CUP. Así lo demuestra la iracundia de los líderes 'soberatas' en sus cuentas de Twitter. ERC, Junts y la CUP se han alineado en la denuncia de la represión. Y han convertido el arresto del patriarca en el pretexto de las reivindicaciones maximalistas: independencia, amnistía por la vía de urgencia.

Mientras tanto, habrá que reconocer al juez Llarena la constancia, la perseverancia, más o menos como si se hubiera reencarnado en el carcelero Javart en la trama de 'Los miserables'. Es él quien dedica su vida y su obra a la captura de Jean Viljean en la novela de Victor Hugo.Y no le disuaden de hacerlo ni la astucia del delincuente ni el paso de los años. Javart hace de Viljean su razón de ser en el nombre de la Justicia. A Llarena le sucede lo mismo con Puigdemont. Estaba siempre a punto de capturarlo. Y bien pudo haberlo hecho cuando el expresidente escapista huyó a Alemania. Podrían habérselo entregado por el delito de malversación, pero Llarena no quería resignarse al delito menos relevante. Quería enchironarlo por caza mayor: rebelión y sedición, para entendernos.

Foto: La presidenta de Ciudadanos, Inés Arrimadas. (EFE)

Pudo haber sido un error. Mejor traerlo por la letra pequeña que dejarlo en el limbo, pero Llarena ha reaparecido en la actualidad dispuesto a terminar el trabajo. Y a resarcirse. Se diría que Puigdemont es la némesis del juez, el antagonista pendenciero en busca y captura.

Llarena es un tipo hermético y reservado, lo más alejado del juez estrella. No concede entrevistas. No presume. Y no tiene mejor camino para conservar el anonimato que el casco con que se recubre la cabeza para pasearse con su Harley Davidson. Ningún vecino de Barcelona sospecharía que la bestia negra del soberanismo se desdobla en un ángel del infierno, crucificado en el manillar de su ruidosa moto americana. Y no es que Llarena sea barcelonés, que nació en Burgos, pero allí prosperó hasta adquirir la presidencia de la Audiencia Provincial. Quiere decirse que Llarena ha vivido la pujanza y degeneración del soberanismo. Y que ahora quiere combatirlo desde la Sala Segunda del Supremo. La ocupa desde 2016, pero es ahora cuando ha asumido un papel canónico y sobrevenido de personificación del Estado. 'L’Etat c’est moi', decía Luis XIV. El Estado soy yo, dice Llarena, poniendo precio al último cromo de la colección y capturando a Puigdemont cuatro años después

El desenlace todavía reviste intriga. Primero, porque Puigdemont puede reclamar medidas cautelares ante el Tribunal de Justicia de la UE y paralizar de esta manera la extradición. Y en segundo lugar, porque también tienen que decidir al respecto las autoridades italianas, aunque es probable al mismo tiempo que la iniciativa del arresto se haya producido con ciertas garantías, no ya teniendo en cuenta la simetría de los códigos penales español e italiano, sino previniendo al Supremo del escarmiento o del ridículo que supondría una nueva burla del 'expresident'.

Debía sentirse tranquilo Carles Puigdemont en Cerdeña. No es Cataluña, pero la isla italiana aloja un territorio de minoría cultural y lingüística que permitía al prófugo sentirse igual que en casa. Se habla catalán en Alghero, allí donde han detenido al pirata. Y debía pensar el patriarca de Waterloo que la burbuja nacionalista en territorio italiano le preservaba de la orden de captura de Llarena.

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