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Cuando el Madrí atracaba al Atleti
El derbi capitolino del domingo es un buen pretexto para evocar los episodios escandalosos del arbitraje a favor de los merengones
El Atlético de Madrid cuenta entre sus hitos extraordinarios la paradoja de un colegiado que expulsó del campo a su propio hermano. Militaba éste último en el conjunto rojiblanco y fue represaliado a título familiar como prueba de un asombroso escrúpulo punitivo. No le faltaron argumentos al árbitro. Que se llamaba Antonio Cárcer y que mandó al vestuario al guardameta Juan Cárcer porque, a decir de las crónicas, había agredido al delantero atacante.
Se había descarado con los reproches de la hinchada del equipo rival, el Racing de Madrid, de forma que se organizó un sindiós sobre el césped al que el árbitro puso remedio con las fuerzas de seguridad y con el sacrificio de su hermano. Eran los tiempos en que el Atlético todavía se llamaba el Athletic, aunque el valor del testimonio consiste en la adversidad de los arbitrajes. Fundamentalmente cuando se cruzaba en el camino el Real Madrid con su peso federativo y con sus árbitros más o menos domesticados.
El ejemplo del colegiado Lacambra es antológico a propósito del derby disputado en el Bernabéu el 21 de febrero de 1960. Empataban los equipos a dos goles. O lo hacían hasta que el colegiado improvisó un “penalti inexplicable” en el minuto 72. Inexplicable es el adjetivo que utiliza todavía hoy el soberbio centrocampista Adelardo. Que estaba en el campo y que acorraló con sus compañeros a Lacambra, urgiéndolo a un cambio de opinión. Terminó de exasperar al árbitro que le cayera del cielo una vejatoria lluvia de barro.
-"¿Quién ha sido?", preguntaba Lacambra.
No le respondió ningún futbolista del Atleti mientras se impacientaban los jugadores del Madrid y Puskas acariciaba el balón en su regazo para lanzar la pena máxima, de forma que el trencilla estableció un criterio estrafalario para adjudicar la tarjeta roja. Decidió Lacambra que se marcharía a la caseta el más alto del equipo. Consciente, como era y como sucede en casi todos los equipos, de que el más alto era el guardameta Pazos.
Cometida la fechoría y habiendo realizado los cambios el Atleti, resultaba imperativo sustituir al esbelto cancerbero por un jugador del equipo. El resto de la historia la cuenta el propio Adelardo, tal como la recoge Luis Miguel González en “Las mejores anécdotas del Atlético de Madrid”.
“¿Y quién se pone ahora de portero?, nos preguntamos. Alguien dijo: pues Miguel. ¡Con lo bajito que era! Había que verlo bajo el marco, con el jersey mojado de Pazos y las mangas casi llegándole al suelo. Me acerqué a Puskas, que iba a ejecutar el penalti, y le dije: Tíralo fuera. ¿Es que no te da vergüenza? Como si hablara a la pared. Colocó el balón en el punto de penalti y batió a Miguel. Así logró el Madrid el gol que le dio la victoria”.
Empataron en una jugada de balonmano que el árbitro consideró una variante experimental del juego
Han proliferado las perpetraciones arbitrales en los derbis capitolinos, pero quizá nunca de una manera tan pintoresca como ocurrió en el desenlace de la temporada de 1947-1948. Que fue la primera en que el Atleti despachó una manita al Real Madrid -5-0 el 23 de noviembre- y una de las pocas en que los rivales de Chamartín se acercaron a la sima del descenso. Contribuyó a evitarlo no la manita, sino la mano escandalosa de Rafa Insúa. Sirvió para que los merengues empataran en una jugada de balonmano que el árbitro debió considerar una variante experimental del juego. El No-Do documentó el pasaje como acostumbraba a hacerse en los cines, trasladando a los espectadores los resúmenes de la jornada. Y provocándose tal algarabía en las salas de proyección que se adoptaron medidas extraordinarias para censurar el dislate arbitral.
Peor aún: las imágenes desaparecieron del archivo del No-Do, aunque sobreviven testigos de aquel atraco. Recordando además unos y otros que el Atlético de Madrid era entonces el equipo hegemónico en la capital en cuestión de títulos ligueros. Y continúo siéndolo hasta 1957, cuando el quinto campeonato del Madrid implicó el primer “sorpasso”.
El Atlético de Madrid cuenta entre sus hitos extraordinarios la paradoja de un colegiado que expulsó del campo a su propio hermano. Militaba éste último en el conjunto rojiblanco y fue represaliado a título familiar como prueba de un asombroso escrúpulo punitivo. No le faltaron argumentos al árbitro. Que se llamaba Antonio Cárcer y que mandó al vestuario al guardameta Juan Cárcer porque, a decir de las crónicas, había agredido al delantero atacante.