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El río de Madrid es… la Castellana
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Rubén Amón

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El río de Madrid es… la Castellana

El esfuerzo de recuperar el Manzanares no resuelve la orfandad caudal del foro, sustituida de norte a sur por un gran paseo de asfalto al que le sobran los bulevares

Foto: El Paseo de la Castellana en un día lluvioso. ( EFE/Mariscal)
El Paseo de la Castellana en un día lluvioso. ( EFE/Mariscal)

Madrid no tiene río. Es verdad que Gallardón hizo un esfuerzo faraónico para reanimar el Manzanares. Y que Madrid Río supone una propuesta lúdica y pulmonar inequívoca y formidable, pero no puede decirse que el caudal de agua forme parte de la mentalidad de los madrileños ni de los foráneos.

Y no es que una capital pueda aspirar necesariamente al espectáculo fluvial del Bósforo ni del Hudson -o del Nilo o del Pisuerga-, pero el caso es que a Madrid le falta un espejo acuático donde asomarse. Envidiamos el Tíber. Y el Sena. Nos gustaría navegar por el foro igual que hacen los florentinos en el Arno. O como les ocurre a los ribereños del Támesis londinense.

Foto: Ayuso en la presentación de actuaciones proyectadas en Madrid Nuevo Norte. (EFE/Comunidad de Madrid)

El agravio comparativo ha precipitado una solución inesperada, pero descriptiva del síndrome del miembro menguante. El río de Madrid no es de agua, sino de asfalto, de alquitrán. Y vertebra la ciudad de norte a sur con el “caudal” grisáceo del Paseo de la Castellana y sus estribaciones.

La avenida divide la orilla izquierda de la derecha. Define idiosincrasias y rentas per capita distintas. Identifica los símbolos de la ciudad (del Bernabéu al Prado). Y hasta puede cruzarse por el sistema tradicional de los puentes. Tanto el de Nuevos Ministerios como el de Eduardo Dato nos sirven para cruzar las orillas. Que están lejos entre sí. No solo por los carriles que alejan una y otra acera, sino por la distancia psicológica. Quien vive en la “rive gauche” de la Castellana se resiste a frecuentar la “rive droite”.

La avenida divide la orilla izquierda de la derecha. Define idiosincrasias y rentas per capita distintas. Identifica los símbolos de la ciudad

Y la Castellana no es solo el paseo oficial que la identifica nominalmente. También pueden considerarse la Castellana sus derivaciones lineales. Incluida la prolongación de Recoletos y del Paseo del Prado. Es verdad que los bulevares alteran de manera abrupta el flujo del caudal imaginario. Y es más cierto aún que convendría seriamente replanteárselos, cuando no suprimirlos del todo en beneficio de la convivencia fluvial.

El caso más flagrante está localizado en el tramo que comprende la plaza de Cibeles y la de Neptuno. Casi nadie deambula por el gran bulevar, pero la “isla” arbolada asfixia las aceras laterales y comprime la circulación de los ciudadanos, particularmente a la vera el Banco de España y del Museo Thyssen. Cualquier exposición llamativa -ahora, la de Magritte- implica un colapso severo de la calzada. Y expone a los madrileños y a los foráneos al peligro de caer o de naufragar en el área peligrosa del carril bus.

Foto: Vista aérea de la nueva plaza de España y del eje peatonal.

Es la razón por la que urge una intervención urbanística. Sacrificar el bulevar central para agrandar el espacio de las aceras laterales. Y devolver a la Castellana la personalidad de un gran caudal vertebral que sirve de placebo a la ausencia de un río y que permite evocar o convocar uno de los lemas más famosos del 68 francés: debajo de los adoquines, la playa.

Madrid no tiene río. Es verdad que Gallardón hizo un esfuerzo faraónico para reanimar el Manzanares. Y que Madrid Río supone una propuesta lúdica y pulmonar inequívoca y formidable, pero no puede decirse que el caudal de agua forme parte de la mentalidad de los madrileños ni de los foráneos.

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