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Rubén Amón

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Qué bien huele la mierda de vaca

La campaña castellanoleonesa desquicia la indumentaria y el discurso de los candidatos, implicados en una delirante estética campera que expone toda su impostura

Foto: Santiago Abascal, Juan García-Gallardo y Javier Ortega Smith. (EFE/Nacho Gallego)
Santiago Abascal, Juan García-Gallardo y Javier Ortega Smith. (EFE/Nacho Gallego)
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Tenía gracia y razón Francisco Igea cuando aludía a la iconografía gansteril de Abascal y su cuadrilla en el mitin que ofició el candidato García-Gallardo en León. Parecían, en efecto, un exabrupto agropecuario de los Peaky Blinders. Y es verdad que la serie de BBC-Netflix no forma parte del acervo universal —una banda de malhechores en la deprimida ciudad de Birmingham de los años veinte—, pero tanto vale la ocurrencia de Igea para describir la dimensión folclórico-estrafalaria que ha adquirido la campaña castellanoleonesa. Empezando porque el apellido del aspirante socialista, Luis Tudanca, coincide con la definición de una raza vacuna española, autóctona de Cantabria, las cosas como son, pero con derivaciones territoriales en los límites provinciales de Palencia, Burgos y León.

Ha cundido la urgencia, la emergencia, de identificar la victoria con la adhesión del voto ganadero y agrícola, no solo descuidándose la relevancia demográfica de las grandes ciudades en juego, sino predisponiendo una dramaturgia electoral estrafalaria. La imagen de los Peaky Blinders es inequívoca al respecto, sobre todo porque traslada la ironía y la impostura de un disfraz. Abascal y sus costaleros se visten 'muy de campo', aunque la estética viril y desabrigada los convierte en una suerte de legionarios extemporáneos y desubicados. El campo es cosa de hombres, como el brandy Soberano y el 'agropop', nos dice el mensaje subliminal.

Han convenido los aspirantes al trono de Castilla y León que estos comicios los decide la aerofagia de las vacas

Se trata de exagerar el hallazgo de la España vacía, hasta el extremo de que algunos líderes involucrados en la campaña —y no solo de Vox— descubren que la ensalada no crece en bolsas de plástico y que un cordero lechal merece un último achuchón antes de entregarlo al matadero.

Decía Kundera que no había gesto demagógico más extremo que alzar a un niño en un mitin político. No sabía el escritor checo —o parisino— que el fanatismo inquisidor del animalismo transformaría la efectividad del teatrillo populista. Nada más tierno ni sensiblero que abrazar una mascota.

Lo hizo Albert Rivera en la fatídica campaña de noviembre de 2019 cuando alojó en su regazo al perrito Lucas. Creo que se llamaba así, pero no olvido la ternura que aspiraba a concitar la exhibición impudorosa del 'bebito', ni aquella escena de 'Los Simpson' en que el alcalde corrupto —Mr. Quimby— reacciona con su propia mascota al acoso de los periodistas: “Yo no oculto nada salvo este cachorrito. Miradle a los ojos y decidme si miento”.

No resulta sencillo organizar el aterrizaje del Falcon entre las macrogranjas y los trigales

Han convenido los aspirantes al trono de Castilla y León que estos comicios los decide la aerofagia de las vacas. Y que conviene retratarse junto a ellas con el ímpetu característico de Pablo Casado. El falso chico de Harvard se convierte en impostor-hombre-de-campo, aunque no hasta los extremos con que el candidato Juan forzaba su indumentaria de cazador.

Me refiero a la serie memorable que protagoniza Javier Cámara (HBO). Y al episodio en que un potencial cómplice financiero decide invitarlo al campo para observar su pericia en una montería. Juan aparece vestido con una disparatada y colorista indumentaria militar. Y su señora lo hace de negro y con mantilla para asombro y desconcierto de los anfitriones.

Deben sentirse como ellos —como los anfitriones— los vecinos de la España vacía que ahora frecuentan los candidatos. Y no solo por el disfraz del urbanita que estrena botos, pantalón de pana, jersey verde de lana y visera, sino porque observan las pedanías con el asombro de Alfonso XIII visitando Las Hurdes. Una mirada exótica y condescendiente. Un ridículo conceptual que debería castigarse en las urnas. Y que Sánchez trata de evitar por dos razones. La primera es prevenirse de que le arrojen patatas, que castiguen su impopularidad. La segunda es más logística: no resulta sencillo organizar el aterrizaje del Falcon entre las macrogranjas y los trigales.

Tenía gracia y razón Francisco Igea cuando aludía a la iconografía gansteril de Abascal y su cuadrilla en el mitin que ofició el candidato García-Gallardo en León. Parecían, en efecto, un exabrupto agropecuario de los Peaky Blinders. Y es verdad que la serie de BBC-Netflix no forma parte del acervo universal —una banda de malhechores en la deprimida ciudad de Birmingham de los años veinte—, pero tanto vale la ocurrencia de Igea para describir la dimensión folclórico-estrafalaria que ha adquirido la campaña castellanoleonesa. Empezando porque el apellido del aspirante socialista, Luis Tudanca, coincide con la definición de una raza vacuna española, autóctona de Cantabria, las cosas como son, pero con derivaciones territoriales en los límites provinciales de Palencia, Burgos y León.

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