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El pecado original de la era Feijóo
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Rubén Amón

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El pecado original de la era Feijóo

Mañueco remata la catastrófica operación de Castilla y León con un pacto orgánico con Vox que sacude el mandato del nuevo líder del PP antes siquiera de haberlo inaugurado

Foto: El presidente de la Xunta y candidato a la presidencia del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/David Fernández)
El presidente de la Xunta y candidato a la presidencia del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/David Fernández)
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Le ha convenido al presidente Fernández Mañueco el vacío de poder de Génova para urdir el pacto estructural con Vox. Lo había desautorizado explícitamente Pablo Casado. Y puede que no lo hubiese permitido Feijóo de haber ocupado el trono vacante de Génova 13, pero la transición y el traspaso de poderes han permitido a Mañueco urdir un acuerdo de alta intensidad —la presidencia de las Cortes, la vicepresidencia y tres consejerías— que implica un giro oscurantista en la política del PP.

Es el desenlace de una operación política siniestra que empezó con el disparate del adelanto electoral y que finaliza estableciendo una relación orgánica entre los populares y la extrema derecha. Y no podrá Mañueco aludir a la independencia de sus decisiones. El interregno en que se ha producido esta añagaza supone el pecado original de la era Feijóo, por mucho que no haya asumido aún el liderazgo y que se haya expuesto tantas veces él mismo como el remedio al nacionalismo y a la ultraderecha.

Foto: Mañueco, junto a García-Gallardo. (EFE/Nacho Gallego)

Es la primera vez que Vox se 'entromete' en las altas tareas de gobierno. Y es inquietante que Mañueco haya aclarado que el acuerdo no compromete el orden constitucional. ¿Debe tranquilizarnos el matiz? ¿Qué sentido tiene ponerse en manos de un partido que cuestiona la existencia misma de las autonomías y que promueve un modelo regresivo de la sociedad?

Las preguntas no tendrían sentido si no fuera porque escarmientan la arbitrariedad y el capricho con que Mañueco interpretó las elecciones anticipadas. Pretendía convertirlas en un plebiscito personal, en la mímesis de Ayuso, y se han convertido en un escenario de inestabilidad. Carece de todo sentido haber cambiado la asociación de un partido moderado y responsable, Ciudadanos, por otro temerario e incendiario.

De hecho, Vox es el mismo partido que boicotea el Gobierno de Juanma Moreno en Andalucía. Y que está forzando un adelanto electoral cuyo desenlace aspira a mejorar el resultado castellanoleonés. Se trata de romper un Gobierno desde fuera para luego convertirse, desde dentro, en un aliado orgánico imprescindible. El PP y Vox han celebrado sus esponsales. Han formalizado un pacto que retrata la angustia electoral de los populares y que sobrentiende la primera gran dificultad del periodo Feijóo, constreñido a responsabilizarse de una herencia que le corresponde gestionar sin tiempo de haberse sentado en el despacho de la última planta.

Lo demuestra el énfasis con que la izquierda y la ultraizquierda han denunciado el maridaje de las siglas y de las ideas. Es la posición de ventaja desde la que Pedro Sánchez puede reprocharle al 'nuevo PP' todas las veleidades del 'viejo PP'. Y es verdad que Feijóo es un candidato mucho más dañino para el PSOE de cuanto pudiera serlo Pablo Casado —perfil moderado, europeísta, senatorial, seductor en el centro y hasta en la izquierda—, pero la mácula de Castilla y León predispone un encarnizamiento político y electoral que reprocha al PP el blanqueo de Abascal.

Mañueco insistía ayer en garantizar la normalidad y la responsabilidad del Gobierno. Presumía de haber obtenido un pacto sensato y equilibrado. Es la reacción epidérmica al posibilismo y al oportunismo, pero el líder castellanoleonés se expone a la cohabitación de un aliado que se presentó a las urnas sin un programa definido y que podrá ejercitar la presión a su antojo, no digamos cuando sobrevengan los dogmas ideológicos, desde el nacionalismo y la política migratoria a las políticas de género o medioambientales. Quiere decirse que Vox renuncia a la posición cómoda de la barrera y que asume los peligros del desgaste de la gestión. Podrá comenzar a reprochársele errores, decisiones, aunque es verdad al mismo tiempo que el éxito electoral obligaba a asumir responsabilidades.

La esperanza consiste en que el sistema sea capaz de domesticar al antisistema. O sea, que la entrada de Vox en las instituciones relativice la caspa de su discurso, aunque semejante expectativa se resiente del recelo con que Abascal necesita tratar a su mayor rival político. Que no es el PSOE. Y que sí es el PP, principal contendiente del caladero derechista. Y falso aliado de un nuevo Gobierno al que le esperan muchos sobresaltos.

La esperanza consiste en que el sistema sea capaz de domesticar al antisistema. O sea, que la entrada de Vox relativice la caspa de su discurso

No le convenía a Núñez Feijóo estrenarse con un pacto integral del PP y Vox, precisamente porque el acuerdo predispone y marca tendencia a los escenarios del porvenir. Es la razón por la que a Moreno no le conviene adelantar los comicios andaluces. Y es el motivo por el que el nuevo líder del PP tendrá que desenvolverse entre el pragmatismo y la doctrina descentralizada. O sea, revestir de poderes a los barones para que sean ellos —y no Génova— quienes establezcan las líneas rojas y los cordones sanitarios. Es una manera de maquillar la inquietante operación. Y de observar el pacto de Mañueco con guantes de látex y traje de neopreno.

Le ha convenido al presidente Fernández Mañueco el vacío de poder de Génova para urdir el pacto estructural con Vox. Lo había desautorizado explícitamente Pablo Casado. Y puede que no lo hubiese permitido Feijóo de haber ocupado el trono vacante de Génova 13, pero la transición y el traspaso de poderes han permitido a Mañueco urdir un acuerdo de alta intensidad —la presidencia de las Cortes, la vicepresidencia y tres consejerías— que implica un giro oscurantista en la política del PP.

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