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Una pandemia, una guerra: la maldita suerte de Sánchez
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Rubén Amón

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Una pandemia, una guerra: la maldita suerte de Sánchez

El socialista gestiona una legislatura de conmoción y psicosis que le permite exagerar todos sus poderes y encubrir todos sus errores, al tiempo que el PP le regala el pacto con Vox

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Christophe Petit)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Christophe Petit)
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Una pandemia y una guerra. No caben mayores extremos para la conmoción de una legislatura, pero Sánchez ha tenido la 'fortuna' y la destreza de interpretarlos en los términos de un estado de excepción que encubre sus errores y negligencias bajo el pretexto de la sugestión ciudadana.

Y no es que el presidente se haya inventado el covid-19 ni el conflicto ucraniano, pero las connotaciones extraordinarias de las maldiciones le han permitido tomar ventaja de la psicosis y mansedumbre generales.

Foto: Sánchez e Iglesias se abrazan tras la firma del acuerdo de gobierno el 12 de noviembre de 2019. (EFE/Paco Campos) Opinión

Porque las grandes tensiones —una guerra, una pandemia— tienden a relativizar el escrutinio del gobernante. La excepcionalidad le concede un crédito, una adhesión y una paciencia que resultarían inconcebibles en un periodo de paz militar y de serenidad sanitaria. Es la razón por la que Sánchez nos ha gobernado y nos gobierna en un estado de hipnosis. Debería, por idénticos motivos, ejercer el poder de manera responsable y consensuada, pero la doctrina de la polarización redunda en derivaciones tan inquietantes como la pulsión autócrata —sucedió en el apogeo de la crisis sanitaria— y como el cinismo con que utiliza el espantajo de Vladímir Putin para sustraerse a la incuria de la propia gestión económica.

La inflación ya había alcanzado el umbral del 7,4% antes de precipitarse la guerra ucraniana y la recuperación española avanzaba a un ritmo muy inferior del promedio comunitario, pero el fracaso de las expectativas triunfalistas ha encontrado en el conflicto bélico de Ucrania la coartada perfecta que subordina los errores de la política nacional.

Ya se ocupará Sánchez de masajearnos con la doctrina de la economía de guerra. Razones no le faltan ni motivos van a escasear para familiarizarnos con sacrificios y restricciones. Ya estaban manifestándose en los hogares damnificados por la crisis energética (y económica) anterior a la guerra, pero la guerra subvierte cualquier principio de gobierno convencional.

Foto: Imagen de una gasolinera en Madrid. (EFE/Diego Fernández)

Había sucedido durante la gestión de la pandemia. Ocurrió que Sánchez, recordémoslo, aprovechó la congoja de los compatriotas para llevar a extremos inconcebibles las prerrogativas particulares. La estrategia autocrática conllevó la degradación de los contrapesos. Porque el Parlamento se aplicó la eutanasia. Y porque Sánchez zarandeó a su antojo la separación de poderes, plenamente consciente de la resignación con que los compatriotas interpretaban las llamadas a la disciplina y a la sumisión.

El estado de propaganda tanto le permitía atribuirse la fertilidad de las vacunas como le convertía en el niño de San Ildefonso a fuerza de anunciar, prometer y repartir la millonada de los fondos europeos.

Sánchez adquiría los galones de patriarca. Y se recubre de ellos otra vez para adscribirse al gran discurso de Europa en una situación de emergencia. Disuelve o diluye así las inconveniencias que pueda oponerle la gestión de los problemas domésticos. Cualquiera de ellos adquiere una dimensión precaria en el contexto de una feroz e imprevisible guerra europea.

Foto: La vicepresidenta económica, Nadia Calviño. (Efe/Daniel Pérez)

Es la perspectiva desde la que Sánchez revalida su estado de gracia y sus obligaciones providenciales, más todavía cuando el sentido de Estado del nuevo PP —esa es la promesa de Núñez Feijóo— relaja la tensión nacional y cuando los populares han incurrido en la desgracia de maridarse con Vox.

La extrema derecha y el euroescepticismo forman parte de los movimientos más depauperados y desenfocados de la crisis bélica. De hecho, la amenaza de Putin ha dado vuelo a una respuesta comunitaria que enfatiza nuevos avances en las políticas migratoria, energética y defensiva.

La extrema derecha y el euroescepticismo forman parte de los movimientos más depauperados y desenfocados de la crisis bélica

Retrocede la ultraderecha en los sondeos franceses, igual que se caricaturiza la eurofobia de la extrema izquierda —no digamos en España—, de tal manera que Sánchez observa con asombro y gratitud que sea precisamente ahora cuando el Partido Popular precipita un acuerdo orgánico y estructural con el partido oscurantista e involucionista de Abascal.

El esfuerzo con que Núñez Feijóo intenta desmarcarse de la operación castellanoleonesa —aún no ha tomado el asiento de Génova— no lo redime de la responsabilidad atmosférica ni va a impedir que la izquierda pueda restregarle haber reanimado de manera irresponsable y temeraria el fantasma de la plaza de Colón. Solo hace unas semanas, urge recordarlo, fue Santiago Abascal, el compadre de Bolsonaro, quien ejerció de anfitrión de una 'cumbre' a la que asistieron Viktor Orbán y Marine Le Pen.

Una pandemia y una guerra. No caben mayores extremos para la conmoción de una legislatura, pero Sánchez ha tenido la 'fortuna' y la destreza de interpretarlos en los términos de un estado de excepción que encubre sus errores y negligencias bajo el pretexto de la sugestión ciudadana.

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