No es no
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Emmanuel gana… Marine, también
La holgura de la victoria de Macron en su plebiscito personal se resiente de la distancia que le ha recortado Le Pen con un gran resultado y de la histórica abstención
Emmanuel Macron ha ganado las elecciones de Francia. Y ha resuelto con cierta holgura el 'shock' que hubiera supuesto para Francia, la UE y la OTAN la homologación del populismo nacionalista y la doctrina perversa del iliberalismo, aunque la victoria se resiente del castigo de la abstención y de la distancia que le ha recortado Marine Le Pen en el transcurso de un lustro.
Podrá Emmanuel Macron gobernar 10 años. Y consolidar su modelo reformista, pero el alivio que proporciona la 'derrota' de la extrema derecha no puede sustraerse de la pujanza del lepenismo. Por eso tiene sentido preguntarse si es que hay en Francia unos 13 millones de fachas.
No los hay, no, entre otras razones porque Marine Le Pen ha sido capaz de fingir cierta moderación y porque estos comicios se habían convertido en un plebiscito a las simpatías y antipatías que suscita el patriarcado de Macron.
Las elecciones contemporáneas rara vez dirimen la pasión hacia una candidatura —sí la obtuvo Macron en 2017, como Obama en su proclamación de 2009—. Prevalece la idea de castigar al gobernante titular y de restregarle la decepción por la gestión política, la frustración mesiánica.
El fenómeno lo tiene muy estudiado el politólogo francés Pierre Rosanvallon. No acudimos a las urnas a elegir, sino a 'deselegir'. El vector del castigo ayuda a digerir el resultado de la segunda vuelta y a relativizar la ultraderechización del electorado, pero no contribuye subestimar la pujanza de la antipolítica, menos aún cuando la abstención ha alcanzado límites históricos —nada visto desde 1969— y cuando las opciones antisistema de la primera vuelta —incluida la extrema izquierda de Mélenchon— sumaron bastantes más votos de cuanto lo hicieron las fuerzas convencionales.
Ha desaparecido el Partido Socialista, se ha evaporado el partido conservador (los Republicanos), de tal manera que Emmanuel Macron ha sido capaz de estimular la oportunidad y la relevancia del 'extremo centro'. La moderación se ha impuesto a la polarización. Y ha terminado demostrándose —y agradeciéndose— que el movimiento de Macron, aún amorfo y abstracto, representa de forma implícita la idea misma de la 'concentración'. Aglutina él mismo la socialdemocracia y el liberalismo ortodoxo, aunque la hibridación no haya engendrado un partido como tal. Ni puede que suceda de aquí a las elecciones legislativas de junio. Una 'tercera vuelta' que permite a los extremismos contrapesar al presidente.
Ha terminado demostrándose que el movimiento de Macron representa de forma implícita la idea misma de la 'concentración'
Es la revancha que quiere cobrarse Mélenchon desde la plataforma de la Unión Popular, aunque llama la atención que el líder radical de la izquierda hubiera frivolizado con la eventual victoria de Le Pen. No por simpatía ni coincidencia (están más cerca de lo que parece), sino porque la distopía de Le Pen en el Elíseo tendría como contrapeso al primer ministro Mélenchon.
Es la perspectiva desde la que resulta tan confortante y terapéutica la victoria de Emmanuel Macron. En caso contrario, la pandemia y la guerra de Ucrania habrían encontrado un corolario catastrófico respecto a la irrupción de una fuerza nacionalpopulista que se reconoce en la eurofobia y que mantiene relaciones financieras y orgánicas con la satrapía de Putin.
Nada hubiera alegrado más al zar que una victoria de Le Pen después de haberlas conseguido Orbán en Hungría y Vucic en Serbia. Había prosperado el sabotaje comunitario desde un país nuclear. Por eso los voceadores de Vox también aspiraban al triunfo 'in extremis' del lepenismo.
Y es verdad que no se ha producido en términos competitivos, pero el margen del recorte a Macron y la transversalidad del voto que reúne Marine —de las ideologías a las generaciones, del norte al sur, del campo a la ciudad— demuestran que el resultado de la segunda vuelta reúne tantas sensaciones de victoria como preocupaciones sobre el porvenir, más o menos como si el linaje Le Pen estuviera cada vez más cerca de ascender al Elíseo.
Que no lo haya conseguido Marine este domingo se explica porque la capacidad de diagnosticar el empobrecimiento de sus compatriotas y los fallos estructurales del sistema —la seguridad, la inmigración, la integración— no se corresponde a la capacidad para resolver los problemas.
Nada más temerario para la emergencia de la Francia y de la Europa contemporáneas que encomendarse a las propuestas de un modelo providencialista, incompatible con la globalización y expuesto a una percepción trasnochada y nostálgica de la extinta 'grandeur'.
El resultado de la segunda vuelta reúne tantas sensaciones de victoria como preocupaciones sobre el porvenir
Marine Le Pen ha intentado representar a los currantes, a los autónomos, a los desamparados y a los chalecos amarillos. Ha roto el suelo y el techo ideológico y cultural que antaño demonizaba la ultraderecha, pero la enjundia de su botín electoral no responde a la identificación con 10 millones de franceses, sino a la elocuencia del antimacronismo.
Es más, al ganador de las elecciones le ha perjudicado la sobreactuación de los votantes que no son puramente lepenistas y quienes han apoyado a Marine sabiendo que no iba a ganar, pero le ha beneficiado igualmente la sugestión que producía la distopía del clan Le Pen en el Elíseo.
Una victoria elocuente. Ni efecto Trump. Ni réplica del Brexit. Porque el margen de votos legitima el triunfo. Y porque ningún presidente francés ha sido capaz de renovar el título en los últimos 20 años, pero la tercera derrota de Marine Le Pen —y la cuarta de la familia— expone el contrapeso de un resultado extraordinario. Incluso la expectativa de conseguir el asalto dentro de cinco años. Lo único que sabemos es que entonces Macron no será el adversario. Y podrá sopesarse entonces si el lepenismo ha tocado techo o, si al contrario, ha cruzado este domingo la meta volante de la victoria final.
Emmanuel Macron ha ganado las elecciones de Francia. Y ha resuelto con cierta holgura el 'shock' que hubiera supuesto para Francia, la UE y la OTAN la homologación del populismo nacionalista y la doctrina perversa del iliberalismo, aunque la victoria se resiente del castigo de la abstención y de la distancia que le ha recortado Marine Le Pen en el transcurso de un lustro.