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Por qué Ayuso se radicaliza
La meta electoral de mayo tanto persigue atraerse al votante de Vox como consolida la posición beligerante contra Sánchez en el aborto, la ley trans y otras iniciativas ideológicas
No contribuye demasiado a la credibilidad ni a la seriedad de Ayuso que las últimas declaraciones incendiarias las haya realizado provista de un casco de obrero. Se lo ciñó a conciencia en la inauguración de las obras del Instituto Blanca Fernández Ochoa. Y se lo volvió a poner con ocasión de la visita a un plan de viviendas de San Sebastián de los Reyes.
Bien está que la presidenta se atenga a las medidas de seguridad vigentes en las canteras, pero resultaba pintoresco que permaneciera con el casco puesto en las ruedas de prensa. En lugar de protegerla, le otorgaba un aspecto paródico. Más aún cuando caricaturizó sin gracia alguna la situación de las personas que cambian de género o cuando proclamó que el aborto es un asesinato: “Sí lo creo, es acabar con una vida”.
Se desprende de semejantes manifestaciones que hay unas 100.000 asesinas al año en España. Y que Díaz Ayuso discrepa del código penal vigente. Concretamente el artículo 139 y los supuestos de alevosía, ensañamiento, recompensa económica, encubrimiento de otro delito.
Ayuso ha adoptado una posición más electoral que ideológica en estas iniciativas oportunistas. El proceso de radicalización que ha emprendido responde a un doble objetivo: enmendar una a una las iniciativas más polémicas del Gobierno de Pedro Sánchez, y atraerse para sí a los votantes de Vox en los asuntos confesionales, moralistas y “culturales”.
Aspira Isabel Díaz Ayuso a conseguir la mayoría absoluta. O, al menos, quiere preservar la posición de dominio en la sede del Parlamento autonómico. Es la razón que explica el énfasis con que se reivindica a sí misma como la pesadilla recurrente del sanchismo.
El mayor error del presidente del Gobierno acaso consistió en escogerla como antagonista. Porque le concedió una envergadura política de la que ella carecía. Y porque subestimó la astucia populista y el instinto electoralista con que acostumbra a manejarse la lideresa madrileña.
El problema de la radicalización concierne a la sensibilidad de los votantes moderados. O a la estupefacción que engendran las últimas ocurrencias de la matadora. Un buen ejemplo trascendió cuando le preguntaron sobre la ley de paridad de Sánchez. Y cuando ella misma dijo que la cumpliría invirtiendo el género de sus vicepresidentes: Enriqueta Osorio, Enriqueta López.
Necesita prosperar en el hábitat ideológico de la ultraderecha, aunque fuerce un discurso moralista y religioso de escasa convicción personal
La gracieta de Ayuso tanto frivolizaba con la transexualidad como predisponía la batería de iniciativas que va a plantear el Gobierno madrileño para relativizar la ley que han diseñado Montero y Belarra. Vox propuso derogarla, incluso, en el ámbito regional. Y Ayuso se adhirió a la propuesta, aun consciente de las limitaciones técnicas que implica la bravuconada.
No importa. Ayuso quiere demostrar que es la bestia negra de Sánchez. Y necesita prosperar en el hábitat ideológico de la ultraderecha, aunque sea forzando un discurso moralista y religioso de escasa convicción personal.
La cuestión consiste en despejar si la presidenta conserva intacta la popularidad de antaño. Y si la gestión de la Sanidad puede perjudicarla más de cuanto ella misma imagina. Los problemas derivados de la atención primaria “se viven”. No pueden encubrirse con eslóganes ni con bromas. Ni ocultarse debajo de un casco.
No contribuye demasiado a la credibilidad ni a la seriedad de Ayuso que las últimas declaraciones incendiarias las haya realizado provista de un casco de obrero. Se lo ciñó a conciencia en la inauguración de las obras del Instituto Blanca Fernández Ochoa. Y se lo volvió a poner con ocasión de la visita a un plan de viviendas de San Sebastián de los Reyes.
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