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El caníbal depravado que alumbró la antipolítica
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Rubén Amón

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El caníbal depravado que alumbró la antipolítica

Berlusconi es el gran precursor del populismo y la madera podrida de un líder que utilizó la política para evitar la cárcel, promover sus negocios y crear un estado de opinión degradante

Foto: Silvio Berlusconi. (Reuters/Remo Casilli)
Silvio Berlusconi. (Reuters/Remo Casilli)
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“No voy a morir ni aunque me maten”. Silvio Berlusconi recurrió a este conjuro sobrenatural cuando adquirió consciencia de su posición marginal en la política italiana. Aspiró hace un año a convertirse en jefe del Estado, en presidente de la República, pero las señorías decidieron escarmentarlo con el rechazo integral e integrista a sus expectativas. Era una eutanasia para remediar el último latigazo del caudillo y prevenir el delirium tremens con que Il Cavaliere pretendía sepultar a Italia.

De tanto vampirizar a su país, Berlusconi ha terminado atragantándose. Ha sido la víctima de sus propios reflujos. Metafórica y hasta literalmente, pues un servidor ya percibió en la residencia romana de Il Cavalerie que el entonces primer ministro, anfitrión de un almuerzo a los pies de Garibaldi (un retrato), se comía la bandera de Italia.

Foto: Silvio Berlusconi en septiembre del año pasado. (Getty/Mondadori Portfolio/Massimo Di Vita)

No exageramos. Y tengo a Pedro J. Ramírez de testigo. El menú tricolore no era una leyenda urbana. Comimos de primero ensalada de rúcula, mozzarella y tomate. Compartimos de segundo judías verdes y patatas cocidas como guarnición de una carne roja. Y degustamos de postre un helado de pistacho, nata y fresa.

Berlusconi se comía Italia, la sacrificaba a expensas de su inmunidad judicial y de su interés empresarial, pero la congoja y la vergüenza que proporcionan un cuarto de siglo en el poder no se conciben sin aliados o cómplices necesarios.

Me refiero al fervor de los compatriotas que lo votaron, aunque lo hicieran inducidos por la propaganda mediática de Il Cavaliere. Me refiero a la condescendencia de la izquierda, que hizo del antiberlusconismo el único criterio político. Me refiero a la inmoralidad de sus propios aliados. Que toleraron la degeneración institucional. Y que lo abandonaron cuando percibieron que las moscas acosaban a la momia.

Foto: El líder de Forza Italia, Silvio Berlusconi. (EFE/Giuseppe Lami)

Los 25 años que Berlusconi ha permanecido en el poder retratan una victoria absoluta tanto como proponen una frustración de la democracia. Resulta atractivo exponer ahora que Il Cavaliere ha muerto víctima de un cáncer, pero creo más acertado deducir que Berlusconi ha sido víctima de su propia bulimia y rehén de la inmunidad e impunidad que pensaba garantizadas. Peor aún: Berlusconi ha muerto de viejo.

Ausente el caníbal, nos preguntamos verbigracia quién va a contar los chistes verdes en el Parlamento Europeo. ¿Quién va a cuestionar el culo infollable y mantequilloso de Angela Merkel? ¿Quién va a reprochar a Obama haber tomado mucho el sol? ¿O quién va a comparar al portavoz de los socialistas europeos con el capo de un campo de concentración?

Todas estas astracanadas confirman que el tiempo que Berlusconi ha dedicado a la política ha sido un desperdicio para las variedades y el vodevil. Pensamos que Berlusconi tenía que haberse empleado como animador de trasatlánticos. Que fue su verdadero oficio hasta que se convirtió en constructor, presidente del Milan y primer ministro.

La política ha sido la manera de evitar la cárcel con el escudo de la impunidad y la forma de ubicar sus empresas en favor del Estado

Ha llegado, pues, la hora del balance. Impresionan los hitos del hombre que se hizo a sí mismo, acaso con la arcilla de la mafia y con las artes del comprador. Berlusconi ha comprado árbitros y jueces, empresas y votos, y directores de periódico, señorías y señoritas para erigirse en emperador de opereta.

Semejante estrategia requería el liderazgo político, precisamente porque la política ha sido para Berlusconi la manera de evitar la cárcel con el escudo de la impunidad y la forma de ubicar sus empresas en el favor del Estado.

Y no me vengan con que lo han votado democráticamente. Una democracia mínimamente aseada contradice que puede siquiera presentarse a unas elecciones un magnate de tamaña concentración de poder. Berlusconi no se ha limitado a controlar la opinión pública. La ha creado con sus televisiones, sus supersticiones y sus mamachihos.

Foto: Silvio Berlusconi. (EFE/Alessandro Di Meo)

Y ha sido el gran precursor de la antipolítica. La caída del sistema italiano en el contexto de los escándalos de corrupción a principio de los 90 precipitó el advenimiento de un líder mesiánico que abjuraba de las instituciones y que pretendió convertirse en el CEO de Italia.

El escándalo de Manos Limpias hizo desaparecer a la Democracia Cristiana y al Partido Socialista, del mismo modo que la caída del Muro de Berlín arrastró a la escombrera al Partido Comunista Italiano.

Se erigía Il Cavaliere en redentor de la nueva política. Primero con una carrera efímera de primer ministro —nueve meses— y después con una resistencia hercúlea que le ha permitido compaginar el quinquenio de 2001 a 2006 con la “prórroga” maniobrada entre los años 2008 y 2011.

Foto: Berlusconi y su pareja, en las elecciones de Italia. (EFE/Matteo Bazzi)

Se amontonaron entonces los errores políticos y los escándalos judiciales. Y no solo los derivados de la cultura “bunga-bunga” haciendo de Berlusconi una parodia de Tiberio, sino los delitos prosaicos del fraude fiscal. La Corte Suprema lo condenó definitivamente en 2013 a cuatro años de cárcel, aunque la letra de unas medidas de gracia promovidas por Romano Prodi en 2006 restringieron la condena a la pena de un año.

Y hubo de expiarlo Berlusconi haciendo trabajos sociales en un centro de ancianos de Lombardía. Ancianos como él mismo, pues el trasplante capilar, los estiramientos de piel, su propaganda sexual y las terapias de rejuvenecimiento no pueden ocultar que Silvio Berlusconi nació en 1936, es decir, el mismo año en que empezó la Guerra Civil española.

Berlusconi era Trump antes de que Trump existiese. Anticipó las conductas morales y éticas más abyectas, pero, sobre todo, hizo de la política un instrumento de protección personal bajo la tapadera del populismo.

La bragueta entreabierta de Il Cavaliere ha puesto al descubierto la degradación del Estado para los fines sexuales del ex primer ministro

Acaso Berlusconi se había perdido por la bragueta, por la incontinencia sexual y porque convirtió el viagra no solo en un recurso para impresionar a las menores, sino en una metáfora política de la erección.

Quede claro que no estamos hablando de moral. Estamos diciendo que la bragueta entreabierta de Il Cavaliere ha puesto al descubierto la degradación del Estado para los fines sexuales del ex primer ministro.

Empezando porque se movilizó para que pusieran en libertad a su concubina —estaba detenida por diferentes hurtos— y porque los aviones donde viajaban los invitados a las orgías formaban parte del presupuesto institucional.

Es cuanto la fiscal Boccasini denominaba un sistema de prostitución organizada, aunque el verdadero proxenetismo lo ha ejercido Berlusconi sodomizando la democracia. Ya que de culos mantequillosos hablamos.

Foto: Silvio Berlusconi. (EFE)

El chiste favorito de Silvio Berlusconi sobre sí mismo es aquella encuesta en que preguntan a las mujeres italianas si accederían a acostarse con él. El 70% declara que sí. El 30% responde: ¿otra vez?

El chiste le gusta a Berlusconi porque sobrentiende un vigor sexual olímpico que le granjea reputación entre los compatriotas y que exige obligaciones no solo estéticas, sino dramatúrgicas. Empezando por un implante capilar que evoca la melena de Sansón y que ahora se ha convertido en mortaja.

Es el suyo un final de opereta. Nos lo imaginamos cruzando de la mano a un anciano invidente y emulando aquel pasaje del Rey Lear con toda la vigencia y retranca contemporánea: "Qué tiempos estos en que los locos guían a los ciegos".

El médico de cámara de Berlusconi sostenía que su eminencia podía considerarse prácticamente inmortal desde el punto de vista inmunológico. Ya hemos visto que existen otros puntos de vista, otros diagnósticos y otros médicos menos entusiastas.

“No voy a morir ni aunque me maten”. Silvio Berlusconi recurrió a este conjuro sobrenatural cuando adquirió consciencia de su posición marginal en la política italiana. Aspiró hace un año a convertirse en jefe del Estado, en presidente de la República, pero las señorías decidieron escarmentarlo con el rechazo integral e integrista a sus expectativas. Era una eutanasia para remediar el último latigazo del caudillo y prevenir el delirium tremens con que Il Cavaliere pretendía sepultar a Italia.

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