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¿Puede acabar el PP con Vox?
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Rubén Amón

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¿Puede acabar el PP con Vox?

El partido de Abascal tiende a la fase menguante, pero conserva una base aguerrida, funciona como aliado de Sánchez, ahuyenta al votante moderado y femenino, y contradice cualquier acercamiento hacia el nacionalismo conservador

Foto: Foto: EFE/Borja Sanchez-Trillo.
Foto: EFE/Borja Sanchez-Trillo.
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Cuatro años, todos los medios. He aquí la frustración y la ambición que identifican la estrategia del PP en la estrategia de desalojar a Sánchez de la Moncloa… en 2027. Ha venido a convenirse en Génova que procede asumir con paciencia las ingratas tareas de oposición. Y que la hipótesis de un sorpaso requiere la aniquilación de Vox, precisamente porque la ultraderecha neutraliza cualquier expectativa de alternancia.

Sería la razón por la que el PP ha bloqueado el acceso de Vox a las comisiones parlamentarias. Abascal ha denunciado la hostilidad y la beligerancia de sus colegas, pero no hasta el extremo de cuestionar los acuerdos de gobierno en las autonomías y los ayuntamientos.

Necesita Feijóo deshacerse de Vox. ¿Cuánto es verosímil conseguirlo? La decisión de nombrar al duro Tellado portavoz parlamentario, la rehabilitación de Cayetana Álvarez de Toledo en la batalla cultural y el recurso populista de Ayuso formalizan las intenciones de atacar a Vox en su terreno, pero también contribuyen la holgazanería y el folclore del partido de Abascal, como lo hace la posición gregaria en los acuerdos regionales.

Los pactos de coalición acostumbran a sacrificar al partido de menos envergadura. Lo ha demostrado el PSOE jibarizando a Podemos. Y lo ha experimentado el propio PP subsumiendo a Ciudadanos.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo (i), junto al presidente de Vox, Santiago Abascal (d), en el Congreso. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

La diferencia de Vox con el difunto partido naranja acaso consiste en la idiosincrasia aguerrida del partido ultra. Abascal ha perdido aire e influencia en las últimas citas electorales, pero el sentido de militancia de sus votantes más genuinos le garantiza un suelo político cuya representación parlamentaria malogra la pretensión pepera de la exterminación.

Y puede ocurrir que Vox descienda a una decena de asientos, pero la sola presencia de Abascal en un acuerdo de investidura no solo determina la aversión del nacionalismo conservador (PNV, Junts), sino que ahuyenta a los votantes centristas o socialdemócratas, cuyos recelos del sanchismo se antojan preferibles al tabú de condescender con la ultraderecha.

He aquí la lógica de bloques donde se yergue el siniestro muro de Sánchez. Feijóo intenta perforarlo con los medios más progres del partido —ahí está la campaña de Borja Sémper— y con la sumisión del ala conservadora a la corriente liberal, pero no va a resultar sencillo competir con Vox en su campo y disputar el centro y la moderación al mismo tiempo.

Publicaba este miércoles Metroscopia una interesante encuesta sobre las relaciones de Sánchez y los votantes socialistas. Resulta que un tercio de ellos abjura de las políticas de su presidente y que se replantearía volver a refrendarlo. Feijóo los espera en su plan de reclutamiento polifacético, pero las ambiciones de heredarlos se resienten de la anomalía incendiaria de Vox.

¿Cuánto pueden desmoronarse? ¿Hasta qué punto el sistema normalizará las extravagancias de un partido antisistema?

¿Cuánto puede desmoronarse la extrema derecha? ¿Hasta qué punto el sistema normalizará las extravagancias de un partido antisistema? ¿Cuánto puede desprestigiarse un movimiento cavernario e ideológico en el prosaísmo o convencionalismo de la política local y autonómica?

Abascal necesita distinguirse del PP como argumento de subsistencia. Y adherirse a la pujanza de la ultraderecha global y europea. Es la perspectiva que relativiza el plan de absorción diseñado en Génova. Y es el motivo por el que Vox funciona como el mejor aliado político de Pedro Sánchez. Abascal está siempre ahí cuando el presidente del Gobierno lo necesita.

Cuatro años, todos los medios. Feijóo aspira a seducir a todos los votantes posibles. Tanto ha resucitado a Cayetana como ha recuperado a Javier Arenas. Y tanto confía en la progresía de Sémper como se ha rodeado de cariátides y amazonas para enfatizar el sesgo feminista del partido.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, durante una protesta contra la amnistía en la Puerta del Sol. (Reuters/Susana Vera)

El problema consiste en despejar si las fuerzas hostiles del PP lo van a dejar gobernar en la oposición. Y si las ambiciones de abarcar un espectro electoral tan amplio —de Vox al socialista huérfano— terminan escarmentándolo… porque no se puede soplar y sorber al mismo tiempo.

Dicen las encuestas que Feijóo ganaría las elecciones generales en caso de celebrarse el domingo. Y que sumaría mayoría absoluta con Vox. El sarcasmo demoscópico no solo irrumpe cuando Sánchez empieza sus cuatro años de legislatura, sino que recuerda que el líder del PP desaprovechó la inercia del 28-M para convertirse en presidente el 23-J.

Cuatro años, todos los medios. He aquí la frustración y la ambición que identifican la estrategia del PP en la estrategia de desalojar a Sánchez de la Moncloa… en 2027. Ha venido a convenirse en Génova que procede asumir con paciencia las ingratas tareas de oposición. Y que la hipótesis de un sorpaso requiere la aniquilación de Vox, precisamente porque la ultraderecha neutraliza cualquier expectativa de alternancia.

Alberto Núñez Feijóo Santiago Abascal Vox Partido Popular (PP)
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