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Rubén Amón

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El amnistiazo

Sánchez encubre el escándalo de la corrupción con uno aún mayor, cediendo a las condiciones de Puigdemont para blindarse a sí mismo y degradando la dignidad de la democracia y frivolizando con el delito de terrorismo

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Archivo/A. Pérez Meca)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Europa Press/Archivo/A. Pérez Meca)
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Hay que reconocer a Pedro Sánchez el mérito que reviste encubrir un escándalo -el caso Koldo- con otro aún mayor. Y convertir la situación de extrema debilidad en la mejor oportunidad para vigorizarse, aunque sea al precio de prostituir el Estado de derecho y de corromper la dignidad de la democracia. El terremoto de la amnistía y la derivada de la indulgencia hacia los delitos de terrorismo tapan de manera siniestra el incendio de la corrupción.

De hecho, el amnistiazo que se formaliza este jueves al dictado de Puigdemont es un escándalo político, una vergüenza irreparable, una aberración, pero también el atajo glorioso que consiente a Sánchez asegurarse los Presupuestos y buena parte de la legislatura.

Urgía a todos los actores amañar la amnistía antes de desbordarse las corruptelas de la koldoesfera. Impresiona el silencio con que los partidos soberanistas condescienden con la trama y se exponen a la omertà, pero los objetivos maximalistas de la inmunidad y de la impunidad subordinan las obligaciones de la transparencia y de la fiscalización del Gobierno.

Puigdemont y sus compadres nunca iban a encontrar una situación más favorable a la extorsión y el chantaje. Sánchez está noqueado y desmadejado, pero la fragilidad lo convierte en un tipo más peligroso y cínico. La amnistía prospera porque Sánchez se está amnistiando a sí mismo. Protege la legislatura liquidando la credibilidad del Estado.

La amnistía prospera porque Sánchez se está amnistiando a sí mismo. Protege la legislatura liquidando la credibilidad del Estado

Es la perspectiva que jerarquiza la verdadera gravedad de los acontecimientos. La corrupción es una tradición de la política española, un mecanismo recurrente de picaresca y depravación, pero la amnistía implica una degradación del escrúpulo democrático y supone un daño nuclear. No ya porque la nación asume el relato de los delitos políticos y la ferocidad del Estado opresor, sino porque subvierte el principio de igualdad de los ciudadanos y de los territorios, así como condesciende con delitos de extrema gravedad y lleva al cadalso la memoria de Montesquieu.

Puigdemont ha abusado de Sánchez. Y Sánchez se ha concedido ante sus acreedores como remedio temerario a la propia depresión política. La fuerza del débil. Y la perversión de la Justicia en el despacho de la Moncloa.

El presidente del Gobierno no aplica “las” leyes, sino que aplica “sus” leyes. Se permite condenar a José Luis Ábalos en nombre de la ejemplaridad y de la responsabilidad política -el exministro no aparece ni como investigado-, pero indulta a los delincuentes del procés -hasta 13 años de prisión- y garantiza la inviolabilidad al prófugo de Carles Puigdemont.

“Yo soy la justicia”, se dice Sánchez a sí mismo emulando la película testosterónica de Charles Bronson. Por esa razón, la justicia nada tiene que ver con la equidad, sino con la instrumentalización de los intereses.

Foto: El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez. (EFE/André Coelho)

Lo demuestra la protección que el líder socialista concede (de momento) a Francia Armengol. No faltan razones para evacuarla del Congreso en nombre de la negligencia o de la hipotética malversación, pero Sánchez no puede concederle a la oposición un trofeo de caza mayor ni puede desprenderse de la marioneta que arbitra el Parlamento.

Armengol ha abdicado de sus obligaciones institucionales. Es la Negreira del Barça, para entendernos. Y el punto de contacto más sensible del PSOE con los prestamistas indepes. La utiliza Pedro Sánchez para amañar los debates de la Cámara Baja. Y la necesita como artífice de la compleja tramitación parlamentaria que requiere el amnistiazo.

Vuelve a demostrarse que el presidente del Gobierno piensa en sí mismo antes que en el interés de la nación. De hecho, la ley de amnistía se ha redactado tal como Puigdemont la quería. En la letra grande -con el tratamiento benévolo de los delitos de terrorismo- y en la pequeña. Un blindaje integral que Sánchez concede para salvarse a sí mismo y que redunda en la degradación integral de nuestra política.

Hay que reconocer a Pedro Sánchez el mérito que reviste encubrir un escándalo -el caso Koldo- con otro aún mayor. Y convertir la situación de extrema debilidad en la mejor oportunidad para vigorizarse, aunque sea al precio de prostituir el Estado de derecho y de corromper la dignidad de la democracia. El terremoto de la amnistía y la derivada de la indulgencia hacia los delitos de terrorismo tapan de manera siniestra el incendio de la corrupción.

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