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Abascal es el líder ultra que necesita España
Nadie mejor que el presidente de Vox, sus chantajes al PP, sus acuerdos con Orbán, su campaña xenófoba contra los menas, sus favores al sanchismo, sus decisiones erráticas, para garantizar la decadencia de la extrema derecha
Cuesta imaginar que Santiago Abascal se levantara del asiento cuando Lamine Yamal anotó el golazo del empate contra Francia en la noche del martes. Un menor de edad originario de Marruecos. Y un habitante del “estercolero multicultural de Rocafonda”, la descripción inequívoca que hizo Vox del barrio deprimido de Mataró donde creció el futbolista.
Ha reanudado Abascal su obsesión populista y desquiciada hacia los menas. No ya amalgamándolos en una misma categoría delictiva, sino convirtiéndolos en una jauría masiva que amenaza la seguridad nacional a cuenta de “los robos, los machetazos y las violaciones”. Por eso los prefiere confinados en unas islas. Por la misma razón, se prepara para romper los acuerdos con el PP después de que Núñez Feijóo se haya avenido a repartir los menas en las comunidades autónomas donde gobiernan juntos.
El chantaje caricaturiza en sí mismo la importancia que Abascal concede a los pactos estructurales. La demonización apocalíptica de los menas le convierte en el látigo xenófobo y le otorga la propaganda de la psicosis migratoria, pero también demuestra una irresponsabilidad política que pretende llevarse por delante a los socios populares y que retrata la negligencia del líder en su desubicación y desesperación.
Le conviene a España que Abascal lidere la ultraderecha. Más tiempo lo preside el timonel vizcaíno, menos opciones tiene el extremismo de prosperar, a diferencia de lo que ha sucedido en Francia o en Italia. Vox es un partido en descomposición. Lo prueban los abandonos ilustres y la depresión electoral. Lo demuestran el giro confesional, la competencia grotesca de Alvise y la alianza con el sanchismo. Abascal trabaja para el bienestar de Pedro en la Moncloa. Y utiliza con torpeza los ultimátums, más o menos como si la notoriedad planetaria de Giorgia Meloni y de Marine Le Pen le forzara a demostrar que nadie mejor que él defiende en Europa el honor del muro migratorio.
Es la razón por la que ha decidido colocar las siglas de Vox en el mismo grupo comunitario que Viktor Orbán. Y no cualquier día, sino aprovechando la visita del presidente húngaro al Kremlin. Se desenmascara Santiago Abascal. Y exterioriza una simpatía intermedia hacia Putin cuya temeridad redunda en la feliz desorientación de la ultraderecha española.
Es consciente el líder de Vox del “momento migratorio”. Y de la oportunidad que le concede aprovechar el acercamiento del PP y el PSOE para denunciar el seguidismo y la mansedumbre de los populares.
Las connotaciones regionales de la ruptura no contradicen que al PP nacional le convenga alejarse del populismo y friquismo de Abascal
Abascal no se toma en serio ni a sus votantes ni sus alianzas políticas. La eventual ruptura de los cinco gobiernos autonómicos implica un ejercicio de sobreactuación cuyas consecuencias se antojan más peligrosas para la credibilidad de Vox que para los intereses políticos de Génova 13.
Es más, Núñez Feijóo tiene delante de sí la oportunidad de aprovechar el cisma. No se lo recomiendan los barones que cooperan con el partido de Abascal ni quieren exponerse ellos mismos a legislaturas en minoría, pero las connotaciones regionales de la ruptura no contradicen que al PP nacional le convenga alejarse del populismo y friquismo de Abascal.
El reparto de los menas en el territorio español es una cuestión de sensibilidad y de solidaridad. Abascal prefiere convertirlos en agentes patógenos y en bombas de relojería, pero su discurso excluyente no solo demuestra el racismo congénito de Vox, sino que además expone las similitudes con el nacionalismo catalán. Por el chantaje como argumento de intimidación. Y porque el “patriotismo” de Abascal implica que las comunidades autónomas deben resistirse a la amortiguación equitativa, igualitaria, de los grandes problemas nacionales.
Cuesta imaginar que Santiago Abascal se levantara del asiento cuando Lamine Yamal anotó el golazo del empate contra Francia en la noche del martes. Un menor de edad originario de Marruecos. Y un habitante del “estercolero multicultural de Rocafonda”, la descripción inequívoca que hizo Vox del barrio deprimido de Mataró donde creció el futbolista.