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El soberanismo muta del folclore al pragmatismo
La paradoja del periodo de relajación en que fingimos encontrarnos consiste en que son las marcas del PSOE y del PSC las que proporcionan al soberanismo sus expectativas maximalistas
Las calles no representan a la sociedad. Tampoco a la política. Ni cuando se abarrotan ni cuando la respuesta popular se considera tibia. Ha sucedido en la celebración de la Diada. Y ha venido a convenirse que el pinchazo de la kermesse estival refleja el hundimiento de movimiento soberanista.
Es una percepción de la realidad bastante distorsionada. Los clanes 'indepes' están enfrentados entre sí y un patriarca socialista preside la Generalitat, pero la apariencia depresiva del plan de ruptura no implica que se hayan detenido en absoluto los planes y progresos del autogobierno.
Y no solo porque Illa ha concedido a ERC un régimen excepcional de la gestión de los impuestos cuyos detalles permanecen herméticos, sino porque Junts le restriega a Sánchez que los acuerdos de Ginebra deben cumplirse para estabilizar la legislatura y aprobarse los Presupuestos. Incluida la transferencia de las competencias en política migratoria.
Se ha opuesto a la iniciativa el ministro Marlaska y ha pretendido disuadir las expectativas, pero las presiones de Puigdemont y la letra vinculante del pacto suizo explican que haya sido convocado el machaca Santos Cerdán para negociar de nuevo las condiciones del soborno y del rescate.
Las alianzas circunstanciales del PNV con el PP no implican un cambio de eje, pero sí una advertencia y un mensaje subliminal
Tanto ha decaído el folclore del soberanismo, tanto ha prosperado el camino hacia el delirio de la independencia, fundamentalmente porque Sánchez es el protagonista de un doble cautiverio. La estabilidad de la Generalitat depende de la vigilancia de ERC, mientras que el porvenir de la legislatura está en manos de los satélites nacionalistas. Y no solo en Cataluña.
Las alianzas circunstanciales del PNV con el PP —ha sucedido esta semana con el reconocimiento de la victoria de Edmundo González— no implican un cambio de eje, pero sí identifican una advertencia y alojan un mensaje subliminal. Andoni Ortúzar lo ha hecho pesar aludiendo al perfeccionamiento del Estatuto. Más autogobierno, más privilegios territoriales y más argumentos oportunistas como contrapeso al plácet de los Presupuestos.
Que ahora resulte inverosímil (el referéndum) garantiza precisamente su verosimilitud
Es víctima Pedro Sánchez de sus acreedores políticos y de la extorsión 'indepe', hasta el extremo de haber improvisado un modelo plurinacional cuya línea editorial no obedece a un proyecto de Estado más o menos elaborado, sino a un atajo circunstancial que discrimina a unas comunidades sobre las otras en función de la estricta supervivencia del presidente.
Se entienden así mejor las precauciones con que debe observarse el pinchazo del soberanismo en la calle. Se han ido consumiendo la algarabía identitaria, el costumbrismo separatista, el discurso caricaturesco de Lluís Llach, pero la presunta defunción del procés ha comportado un incremento de las ambiciones y de las ilusiones del movimiento independentista.
Por eso tiene sentido ir preparándose al masaje del referéndum. Y a los términos edulcorantes en que se nos va a familiarizar con la consulta. Que ahora resulte inverosímil garantiza precisamente su verosimilitud.
La amnistía refleja la victoria absoluta del soberanismo, convirtiendo a Sánchez en un estadista sin ningún tipo de principios
Ha sucedido con los episodios políticos de mayor efecto traumático. De hecho, la "normalización" del problema catalán es una fantasía monclovense que ha requerido la humillación de la nación y que ha precipitado la degradación de las instituciones. La amnistía refleja la victoria absoluta del soberanismo. Y no solo por haberse convertido al Estado español en culpable de haber cometido delitos políticos, sino porque el antecedente convierte a Sánchez en un estadista sin principios ni convicciones.
La paradoja del periodo de relajación en que fingimos encontrarnos consiste en que son las marcas del PSOE y del PSC las que proporcionan al soberanismo sus expectativas maximalistas. La independencia representa una meta inalcanzable, pero la traición de los socialistas a sus obligaciones con la equidad, con la igualdad y con la justicia ha llevado más lejos que nunca las fronteras del autogobierno.
Las calles no representan a la sociedad. Tampoco a la política. Ni cuando se abarrotan ni cuando la respuesta popular se considera tibia. Ha sucedido en la celebración de la Diada. Y ha venido a convenirse que el pinchazo de la kermesse estival refleja el hundimiento de movimiento soberanista.
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