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Fango y muerte. ¿Y si España fuera un Estado fallido?
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Rubén Amón

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Fango y muerte. ¿Y si España fuera un Estado fallido?

La desgracia natural de la dana precipita un caso indignante de negligencia e incompetencia que pone en entredicho la propia credibilidad de la nación, desamparando hasta el extremo a los afectados

Foto: Imagen de Chiva (Valencia), uno de los pueblos más afectados. (EFE/Kai Försterling)
Imagen de Chiva (Valencia), uno de los pueblos más afectados. (EFE/Kai Försterling)
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El desamparo de los damnificados por la DANA levantina ha sobrepasado las desgracias de una catástrofe natural. Y no porque tenga sentido o no lo tenga discutir sobre la ferocidad del cambio climático, sino porque el “episodio nacional” deja en carne viva la capacidad del Estado.

¿Y si España no fuera el país moderno que creíamos? Las interrogaciones delatan y definen la negligencia de la gestión y la impotencia que trasladan las declaraciones políticas: “Vamos a poner todos los medios”.

Y descubrimos entonces qué estribillo de “todos los medios” identifica un voluntarismo estéril, más todavía cuando hay muchos vecinos que arañan la tierra y desaguan los garajes, por si acaso sigue con vida un familiar, un amigo. La DANA ha sepultado la credibilidad de una nación. La ha enfangado y abochornado, precipitando un escarmiento que convoca una trágica conspiración de los actores involucrados. Ha colapsado el país con todos los síntomas de un fallo multiorgánico. Se diagnosticó mal la crisis, se reaccionó peor. Y la incompetencia de la Administración redunda en el estupor de los ciudadanos afectados. No hay luz en los pueblos. En sentido concreto y sentido metafórico. La DANA ha provocado el apagón de España.

Ha pretendido Feijóo convertir la crisis en el golpe de gracia de Sánchez, pero la frivolidad de sus declaraciones a pie de barro solo ha conseguido abundar en el intercambio irresponsable de reproches y responsabilidades.

Foto: El presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, junto al líder del PP, Alberto Núéz Feijóo, en una visita a Letur, Albacete. (Europa Press/Víctor Fernández)

Hubiera resultado más sensible y digno demorar la hora de la reyerta, pero el rasgo celtibérico del cainismo tanto se identifica en los matones de la polarización como se reconoce en los bandoleros que se han puesto a saquear las casas y los negocios. España es un país de hemoglobina. Chupamos la sangre al prójimo igual que la donamos en riadas.

Por eso tiene sentido también elogiar y agradecer la solidaridad de tantos voluntarios. La abnegación de la sociedad civil en sus capacidades organizativas. Y la paciencia de quienes esperan ingenuamente un helicóptero de rescate. Pasan las horas, los días. Y el Estado no aparece.

Sobreviene entonces un desastre polifacético que malogra la credibilidad de las instituciones y organismos de control. La culpa es de nadie y es de todos. Por los fallos en las previsiones. Por la subestimación de la catástrofe. Por la ausencia de una pedagogía. Por la falta de preparación. Por la desgracia de una Administración burocratizada e inoperativa.

Hemos descubierto el Far East, el lejano este, la zona cero de una catástrofe natural que desenmascara la reputación de un país supuestamente moderno, europeo, progresista. Lo demuestra la fatalidad de las advertencias que llegaron con retraso. Los ciudadanos no sabían qué hacer ni cómo reaccionar. Quedarte en el coche te condenaba a muerte, igual que te condenaba quedarte en casa. Huir a ninguna parte era tan peligroso como esperar el tsunami. Y los garajes se han convertido en catacumbas.

Foto: Paiporta, tras la DANA. (Reuters/Eva Máñez)

Por esa razón, las cifras de muertes crecen y crecen a medida que el agua se retrae. El barro se ha convertido en la amalgama siniestra del entierro.

Y está claro que esta tragedia descomunal no se hubiera producido sin la fatalidad de un accidente natural, pero la dimensión del drama demuestra que los daños y las desgracias han sido muy superiores —mucho— a los estrictamente necesarios. Ha fallado el Gobierno central y el autonómico. Han fallado los expertos. Han fallado los sistemas de alerta y de concienciación. Han fallado los métodos de asistencia y de emergencia. Sabemos que los SMS les llegaron a muchos conductores cuando agonizaban en el coche. La gota fría ha ridiculizado a un país. Lo ha expuesto invertebrado, incapaz, inútil. Lo ha desnudado.

Y sabemos que el recuento no hace sino redundar en el aquelarre. El sarcasmo de Halloween, el día de los difuntos. Las calabazas y las flores otorgan un brochazo solanesco al funeral de un país convertido en cementerio.

El desamparo de los damnificados por la DANA levantina ha sobrepasado las desgracias de una catástrofe natural. Y no porque tenga sentido o no lo tenga discutir sobre la ferocidad del cambio climático, sino porque el “episodio nacional” deja en carne viva la capacidad del Estado.

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