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La segunda venida del mesías… y el Apocalipsis
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Rubén Amón

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La segunda venida del mesías… y el Apocalipsis

El regreso de Trump a la Casa Blanca premia una campaña radical y reconoce el recuerdo de un presidente que ya había gobernado y que ahora anuncia un modelo cesarista y autoritario de dramática repercusión geopolítica

Foto: El candidato republicano, Donald Trump, durante la campaña. (Reuters/Brian Snyder)
El candidato republicano, Donald Trump, durante la campaña. (Reuters/Brian Snyder)
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Tan oculto era el voto favorable a Kamala Harris que no ha emergido cuando tenía que hacerlo. Y no podrá decirse que a Trump lo han izado los red-necks con un winchester en el porche esperando una nave espacial. La victoria del magnate libertario tanto se arraiga en el fervor de los republicanos como se identifica en otros ámbitos sociológicos -mujeres, latinos, jóvenes, musulmanes- que han malogrado la credibilidad de Kamala.

Impresiona el resultado no ya porque Trump caracteriza la segunda llegada del mesías -no es una novedad, es una reencarnación-, sino porque la radicalidad de su comportamiento y la vergüenza de su historial delictivo han contribuido a la celebración de su mensaje alternativo.

Quiere decirse que haber alentado la toma del Capitolio y haber sido condenado por el caso “Stormy Daniels” se perciben como argumentos favorables a su discurso antisistema. Dentro de unos días -26 de noviembre- van a darse a conocer los detalles de la sentencia. Y podría suceder que Trump permaneciera un tiempo arrestado antes de tomar posesión como heredero de sí mismo -la alegoría sarcástica de las barras y estrellas…-, aunque el veredicto de las urnas funciona como catarsis y como argumento legitimador: los americanos lo quieren en la Casa Blanca.

Y lo quieren no porque sea un fenómeno extravagante, un personaje estrafalario, una novedad populista, sino precisamente porque lo conocen. Porque ya ha ejercido cuatro años su misión presidencial. Porque la gestión económica resultó eficaz. Y porque están dispuestos a atribuirle todas las medidas cesaristas que subvierten los contrapesos de “la primera democracia de mundo”, incluida la instrumentalización de la Justicia.

Y lo quieren no porque sea un fenómeno extravagante, estrafalario, una novedad populista, sino precisamente porque lo conocen

Trump ha prometido autoridad, orden y disciplina. Y ha reclamado poderes extraordinarios para deportar a los inmigrantes ilegales y recuperar los valores fundacionales de la nación. Ha funcionado a su favor el hartazgo de la cultura woke. Se ha bendecido la epidemia de las fake news. Ha influido en su beneficio el escepticismo hacia la agenda verde. Y se ha demostrado que el planteamiento restrictivo del aborto le ha resultado propicio.

Era uno de los territorios más sensibles donde Kamala Harris pretendía aglutinar el sufragio femenino, pero la aspirante demócrata no ha sobrepasado el umbral de la credibilidad. Ser mejor candidata que Biden no significa representar una buena candidatura. Ni puede decirse que el mero ejercicio de antirumpismo haya funcionado como argumento estimulante de la grey demócrata. El mapa rojo nos habla de una victoria contundente y elocuente, identifica una sacudida territorial y sociológica.

Foto: Donald Trump, durante su evento de celebración en Palm Beach. (Reuters/Brian Snyder)
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Tiene sentido recordar ahora que Trump era un líder desahuciado. Y que el propio partido Republicano lo consideraba amortizado. Hasta 34 veces se le declaró culpable por falsificación documental en el proceso de Stormy Daniels. Ni siquiera las convenciones de la política americana auguraban su regreso al poder. Nadie lo había conseguido después de una derrota.

Por eso adquirió tanto valor emocional y simbólico la escena de Trump sobreviviendo al atentado de Butler en Pensilvania. El estado bisagra del Este le ha llevado hacia la victoria. Y le ha reconciliado con la imagen del ganador, como si el cuatrienio de Biden hubiera sido un mero paréntesis.

Trump ha creado un vínculo emocional con sus compatriotas. Indulgentes con sus disparates, entusiastas con sus promesas

Trump ha creado un vínculo emocional con sus compatriotas. Indulgentes con sus disparates, entusiastas con sus promesas. Y ha convertido el antagonismo en una maquinaria de reforzamiento personal. Operan a su favor las supersticiones y la credulidad. Y sobreviene un modelo político que desalienta el porvenir de las democracias occidentales, abiertas.

Mesianismo y Apocalipsis en la misma ecuación. La responsabilidad de EEUU en la tutela de los valores dramatiza el desenlace del 6N y predispone un estado involución que sugestiona el planeta. Trump es el abanderado del modelo liberal. Y representa la expectativa imitativa que se explica y se justifica en los compadres y comadres que aplauden la victoria del black wednesday: Le Pen, Abascal, Orban, Meloni, Milei, Putin, Netanyahu

Tan oculto era el voto favorable a Kamala Harris que no ha emergido cuando tenía que hacerlo. Y no podrá decirse que a Trump lo han izado los red-necks con un winchester en el porche esperando una nave espacial. La victoria del magnate libertario tanto se arraiga en el fervor de los republicanos como se identifica en otros ámbitos sociológicos -mujeres, latinos, jóvenes, musulmanes- que han malogrado la credibilidad de Kamala.

Donald Trump Estados Unidos (EEUU)