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José Antonio Zarzalejos

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Vox no habría alcanzado el grado de notoriedad del que ahora dispone si no hubiese recibido un estímulo reactivo que podríamos denominar autóctono: el proceso soberanista

Foto: El presidente de Vox, Santiago Abascal, durante el acto de la formación en Vistalegre. (EFE)
El presidente de Vox, Santiago Abascal, durante el acto de la formación en Vistalegre. (EFE)

El mitin de Vox en Vistalegre el domingo pasado ha dado carta de naturaleza a un partido político que, electoralmente, no ha acreditado su dimensión, aunque en términos demoscópicos pueda representar al 1% del electorado. La oportunidad de su emergencia se producirá en los comicios europeos de mayo de 2019, porque la circunscripción electoral es única y resulta plausible que obtenga alguna representación, como probablemente sucederá con el partido animalista (Pacma).

Foto: Vox y Pacma irrumpen en las encuestas desde espectros opuestos. (EFE)

La formación que dirige Santiago Abascal es una versión española del populismo de derechas que está muy presente en Europa. Se trata de una organización con tesis iliberales que se catalogan en el coloquialismo político como de ultraderecha o extrema derecha. Vox está en línea con las tesis de Salvini, Le Pen, Orbán y otros. De las formaciones que estos lideran toma préstamos en sus 100 medidas presentadas el pasado domingo: desde la reclamación de deportaciones de inmigrantes al antifeminismo, la lucha contra el aborto y la defensa de la familia, todo ello —y más aspectos— llevado a términos extremos.

Vox llena Vistalegre con el objetivo de ganar escaños en las próximas elecciones

No era realista suponer que en España no se produjera una manifestación de iliberalismo populista desde la derecha, como ya la teníamos desde hace años (2014) en la izquierda que representa una parte de Podemos (la de Iglesias, no la de Errejón). Pero seguramente Vox no habría alcanzado el grado de notoriedad del que ahora dispone si no hubiese recibido un estímulo reactivo que podríamos denominar autóctono. Me refiero, por supuesto, al proceso soberanista, que ha puesto en peligro objetivo la integridad territorial de España consagrada en la Constitución (artículo 2).

No extraña que haya un sector que replique en términos sentimentales y dialécticos exorbitantes —y, desde luego, también programáticos— a políticos como Quim Torra, presidente de la Generalitat de Cataluña, un político sin credenciales y un activista mediocre que confraterniza intelectualmente con la peor tradición hispanofóbica del nacionalismo catalán, cuyos orígenes se sitúan en el primer tercio del siglo pasado y el romanticismo decadente del XIX. El resultado de esas caminatas xenófobas de Torra remite a sus escritos ofensivos para los españoles (“carroñeros, víboras, hienas, bestias con forma humana”) que este personaje no ha remediado con la petición de un sincero perdón. Por ello, es en ese independentismo que ha adquirido las peores adherencias ideológicas y las peores prácticas también ilberales (las tesis de Carl Schmitt están muy presentes) donde reside el mecanismo de reacción que propulsa a Vox.

Foto: Santiago Abascal y José Antonio Morales, en una rueda de prensa el pasado mes de septiembre. (Vox)
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Recordaba Joan Coscubiela en el programa de Ana Pastor ('El Objetivo') del pasado domingo que TV3 gusta de enfrentar en sus debates a representantes de Vox con secesionistas para aumentar el voltaje del choque y alimentar así la victimización de un secesionismo fracasado al que a Antoni Puigverd ('La Vanguardia' de ayer en el artículo titulado "Tragicomedia de otoño") inspira “vergüenza ajena”, y al que acusa de estar empeñado en “dar la razón a sus adversarios”, para añadir que “ahora la épica y la lírica independentistas se han convertido en motivo de escarnio y caricatura”, para rematar que los dirigentes separatistas “han convertido la política catalana en una comedia de enredo”, preguntándose: “¿Olvidan que la farsa es el prólogo del desprestigio?”. Es recomendable la lectura de este durísimo artículo porque viene de la pluma de una personalidad del catalanismo que no se ha distinguido precisamente por redacciones contundentes sino, por el contrario, siempre matizadas. Escrito en un medio que no fuera catalán, este texto resultaría insoportable para el convencionalismo de algunos sectores mediáticos de allí.

En ese fraude del proceso, al calor de sus muchos acontecimientos y desvaríos, hay que enmarcar este sarpullido (de momento) de Vox. Que tendrá continuidad en la medida en que Torra y lo que él significa sigan operando en la vida política española y poniendo en riesgo los fundamentos constitucionales que el partido de Abascal ya quiere tumbar: las autonomías. En las que, por cierto, gobierna (algunas) el PP y en las que el apoyo de Ciudadanos —a populares o socialistas como en Madrid y Andalucía— es decisivo. De ahí, entre otras muchas razones, que atribuir a una supuesta radicalización de Casado y/o de Rivera la explosión patológica de emotividad patriótica del pasado domingo en Vistalegre sea una añagaza de la izquierda y de los nacionalismos para deteriorar a los conservadores y liberales españoles que, sometidos a contraste con sus pares en los países de la Unión Europea, resultan irreprochables.

Foto: Imagen del acto de VOX celebrado este domingo en Madrid. (Flickr: Vox)

La extrema derecha, el iliberalismo —en definitiva, el populismo de Vox—, no se ha activado por los movimientos del PP y de Cs sino por el estímulo reactivo hiperbólico de lo que representa Torra en cuanto simple vicario de Puigdemont, actores de la “tragicomedia” otoñal a la que se refiere Puigverd en su ya mencionado artículo. Ocurre lo mismo cuando el PSOE pide lealtad a Casado y Rivera, obviando que a quien debe reclamarla es a sus aliados en la moción de censura: Podemos, el partido de Puigdemont que sostiene a Torra, la ERC de Junqueras y el PNV de Ortuzar y Urkullu.

El proceso soberanista es destructivo. Lo he escrito decenas de veces. Lo es con las realidades y valores de Cataluña. Pero también del conjunto de España. Y es directamente responsable, como efecto colateral, de la aparición de expresiones radicales como Vox, que no pueden tener conexión alguna con la derecha y el liberalismo español (PP y Cs) a los que primeramente quiere destruir para sustituirlos. Por fin, Vox no concierne solo a estos partidos, sino al entero sistema de representación, como se ha acreditado en escenarios extranjeros muy próximos.

El mitin de Vox en Vistalegre el domingo pasado ha dado carta de naturaleza a un partido político que, electoralmente, no ha acreditado su dimensión, aunque en términos demoscópicos pueda representar al 1% del electorado. La oportunidad de su emergencia se producirá en los comicios europeos de mayo de 2019, porque la circunscripción electoral es única y resulta plausible que obtenga alguna representación, como probablemente sucederá con el partido animalista (Pacma).

Quim Torra Vox