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La rendición de Vox y el efecto Sansón
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José Antonio Zarzalejos

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La rendición de Vox y el efecto Sansón

Rivera tendrá que darse cuenta de que está a punto de entrar en una deriva simétrica a la de Iglesias, emulando su capacidad de enemistad y de desagregación del partido de fundadores y militantes

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal, en el Congreso de los Diputados. (EFE)
El líder de Vox, Santiago Abascal, en el Congreso de los Diputados. (EFE)

Ciudadanos se ha convertido en un partido irreconocible, como prueba que no lo sea ni para muchos de sus fundadores y militantes. Ahora está pretendiendo la rendición de Vox, es decir, que el partido de Abascal siga entregándole sus votos para usufructuarlos en el poder (autonómico) pero renegando de la identidad ideológica del cesionario de sus escaños. Pero Vox no se rinde, como demostró ayer en la Asamblea de Madrid y la semana pasada en el Parlamento de Murcia. Y, por más que se esté en las antípodas ideológicas de esta formación, no puede negarse en absoluto que le asiste la razón. El que quiera sus votos que se los trabaje, como está haciendo el Partido Popular.

Ya he escrito que sería muy conveniente que Vox mantuviese esta postura para clarificar las posiciones en el tablero político español. Si Ciudadanos ha optado por la concentración en la plaza de Colón, hay que estar a sus consecuencias. Rivera ha de ser enteramente responsable de la estrategia que ha adoptado, por errada que sea. Si persiste en dejar de reconocer a Vox —podía haber evitado el tripartito de derechas manteniéndose en el centro liberal—, el partido de Abascal está en su pleno derecho a resistir aunque sea a costa de incurrir en el efecto Sansón: morir matando, o en otros términos, conducir a las comunidades de Murcia y Madrid a otras elecciones con el riesgo de que en ambas se pierda la actual y mal avenida mayoría tripartita.

El partido de Abascal está en su pleno derecho a resistir aunque sea a costa de incurrir en el efecto Sansón: morir matando

Cabría otra posibilidad todavía más lógica. Si Ciudadanos no quiere firmar con Vox ningún acuerdo de gobierno, Abascal y los suyos podrían cambiar los términos de la actual inercia y apostar por apoyar a López Miras en Murcia y a Díaz Ayuso en Madrid para que gobiernen en solitario. Ciudadanos, siguiendo su veto al PSOE de Sánchez, estaría en la obligación de apoyar a ambos desde fuera sin contacto con Vox y sin gorronear así sus escaños. Esta resultaría una fórmula coherente con los escrúpulos de Ciudadanos aunque tiene una pequeña pega: los de Rivera no tocarían poder, al que, sin embargo, no están dispuestos a renunciar a costa de los votos de Vox.

Albert Rivera —que se recupere pronto y bien de la afección por la que ayer fue ingresado— tendrá que darse cuenta en algún momento de que está a punto de entrar en una deriva simétrica a la de Pablo Iglesias. Se comienza con las fantasías de sobrepasar al adversario más próximo ideológicamente (al PP o al PSOE), se continúa desagregando del propósito del partido a dirigentes comprometidos en su fundación y desenvolvimiento (Iglesias ha fulminado a los fundadores de Podemos y Rivera se ha alejado de ellos y, alguno, militante como Pericay, acaba de marcharse) y se termina enrocado en posiciones ilógicas que rozan la irracionalidad. La progresión con la que Rivera acumula enemigos y discrepantes —dentro y fuera de Ciudadanos— es también similar a la capacidad para la enemistad de que dispone el secretario general de Podemos. De tal manera que ambos personajes han entrado en un proceso posiblemente autodestructivo.

Foto: Albert Rivera. (EFE) Opinión
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El papel del PP en este pulso entre Vox y Ciudadanos debería cambiar. Persistir en la equidistancia actual, repartiendo culpas entre unos y otros, no le va a rescatar del riesgo que asume de quedarse colgado de la brocha en Murcia y Madrid. Casado tendría que pedir coherencia —como la suya propia— a Rivera y reclamarle que asuma una relación con Vox sin persistir en el trampantojo actual.

El presidente popular está creciendo políticamente porque no intenta engañar a nadie: trata con Vox y firma acuerdos con Abascal, acude a la ronda de conversaciones con el presidente en funciones, le dice que no le apoyará ni por activa ni por pasiva en su posible investidura, le comunica que sí acordará determinadas políticas de Estado y delimita su radio de acción sin simulaciones. Tiene pendiente que Ciudadanos incorpore en su mochila el pacto con Vox de manera expresa o renuncie al poder que le dan sus votos. Carece de sentido que el PP acarree la losa de pactar con Vox y Ciudadanos pretenda liberarse de los lastres que ese acuerdo pueda conllevar apuntándose solo los beneficios en términos de poder.

Carece de sentido que el PP acarree la losa de pactar con Vox y Ciudadanos pretenda liberarse de los lastres que ese acuerdo pueda conllevar

Es verdad que el futuro de Vox es muy comprometido si no colabora con el PP y Cs para que Madrid y Murcia dispongan de gobiernos conservadores. Pero igualmente lo sería si se rinde a las pretensiones abusivas de Ciudadanos. De tal manera que es mejor morir como Sansón —con todos los filisteos— que hacerlo por consunción, entregando la cuchara a las ambiciones simuladoras de Albert Rivera. Veremos la consistencia de los unos y de los otros a muy poco tardar.

Ciudadanos se ha convertido en un partido irreconocible, como prueba que no lo sea ni para muchos de sus fundadores y militantes. Ahora está pretendiendo la rendición de Vox, es decir, que el partido de Abascal siga entregándole sus votos para usufructuarlos en el poder (autonómico) pero renegando de la identidad ideológica del cesionario de sus escaños. Pero Vox no se rinde, como demostró ayer en la Asamblea de Madrid y la semana pasada en el Parlamento de Murcia. Y, por más que se esté en las antípodas ideológicas de esta formación, no puede negarse en absoluto que le asiste la razón. El que quiera sus votos que se los trabaje, como está haciendo el Partido Popular.

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