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El Rey en Cataluña (cueste lo que cueste)
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José Antonio Zarzalejos

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El Rey en Cataluña (cueste lo que cueste)

Felipe VI estará en Barcelona porque la hipótesis —poco verosímil pero no imposible— de que se suspenda su desplazamiento resultaría un fracaso catastrófico del Estado que entraría en barrena

Foto: El rey Felipe VI, en el Palacio Albéniz de Barcelona. (EFE)
El rey Felipe VI, en el Palacio Albéniz de Barcelona. (EFE)

Puede digerirse que en un país europeo, con fuerzas y cuerpos de seguridad —del Estado y autonómicas— de acreditada solvencia y con unos servicios de información razonablemente preparados, se tenga que suspender por precaución y no por mera impotencia un partido de futbol de máxima rivalidad como ocurrió la semana pasada con el Barça-Real Madrid. No es posible metabolizar, sin embargo, que una crisis de orden público —así calificada por el ministro del Interior— impida al Jefe del Estado desplazarse a Barcelona con la reina, la Princesa de Asturias y la infanta Sofía para entregar los premios de la fundación que opera bajo el título de Princesa de Girona que corresponde a la heredera.

La presencia de Felipe VI el lunes y martes próximos en Barcelona será, sin duda, un estímulo para el vandalismo independentista y pondrá a prueba, otra vez, la naturaleza montaraz de algunos representantes institucionales, la ambigua de otros y el escapismo de no pocos. Y someterá a un test de resistencia a los invitados al acto en el Palacio de Congresos barcelonés, situado en la Diagonal de la capital catalana, un lugar emblemático, muy céntrico y que ofrece ventajas e inconvenientes en iguales porcentajes al operativo policial reforzado que debe proteger el evento y evitar un espectáculo de penosa 'kale borroka' protagonizado por esos denominados "hijos del 1-O" y que, en realidad, son los agentes más destructivos de los activos cívicos de Cataluña.

El independentismo en todas sus versiones se proclama republicano y vincula la monarquía parlamentaria al Estado "opresor"

El independentismo en todas sus versiones se proclama republicano y vincula la monarquía parlamentaria al Estado "opresor" amparado en la Constitución de 1978. Ese republicanismo ha sido tradicional en la izquierda catalana, pero no en la ya desvencijada y residual burguesía de Barcelona y en las clases pudientes aunque menos culturizadas. En Cataluña persistió largo tiempo el carlismo más integrista —solo comparable al vasco— y lo que queda de aquel resulta una metamorfosis, muy clerical, de un reaccionarismo secesionista propio del país interior.

No debería olvidarse, por otra parte, que el principado de Girona procede de la Corona de Aragón (que integraba a Cataluña) y que la monarquía compuesta que quiso representar el rey Juan Carlos se correspondía con una España de autogobiernos territoriales, incorporando determinados simbolismos en la Corona, siendo el principado de Girona una expresión de cercanía y vinculación con los catalanes. Todo eso es historia y en este cuarto de hora de nuestro devenir, el separatismo ha considerado —no sin tino— que el eslabón débil de la cadena de la institucionalidad del Estado es su Jefatura, en forma de monarquía. Contra ella han arremetido en la medida en que el Rey, por mandato constitucional, simboliza la integridad del Estado que ellos quieren destruir y que Felipe VI defendió con contundencia el 3 de octubre de 2017.

Antes de aquel discurso —que no gustó en Cataluña ni siquiera a una parte importante de los que dicen no comulgar con el secesionismo, pero que ha resultado decisivo en la consolidación de Felipe VI y que, con perspectiva histórica, será un texto de referencia— el jefe del Estado estaba siendo hostigado por la urdimbre institucional secuestrada por el independentismo. La máxima expresión de la hostilidad al Rey se produjo con motivo de su presencia en la Ciudad Condal tras los atentados terroristas de agosto de 2017 y alcanzó un nivel de zafiedad abochornarte cuando Felipe VI acudió a los actos conmemorativos transcurrido un año de la matanza.

Pero incluso antes de esos hitos, el jefe del Estado era diana de las impugnaciones del separatismo, con la inestimable colaboración de Ada Colau y sus "comunes", siempre dispuesta la alcaldesa de Barcelona a aportar munición, ora a unos, ora a otros, para mantener sus particulares equilibrios. Por lo demás, la oligarquía local —de larga tradición monárquica— y la no escasa aristocracia titulada, se esfuman cuando de defender a la Corona se trata. No hay, pues, opción. El Rey estará en Barcelona cueste lo que cueste porque la hipótesis —poco verosímil pero no imposible— de que se suspenda su desplazamiento resultaría un fracaso catastrófico del Estado que, entonces sí, podría entrar en barrena.

La máxima expresión de la hostilidad al Rey se produjo con motivo de su visita a la Ciudad Condal tras los atentados terroristas de agosto de 2017

La semana que viene, ya en plenitud la campaña electoral con un lunes marcado por el debate entre los cinco principales candidatos a la presidencia del Gobierno, se dilucida en Barcelona una buena parte de la contienda entre los partidos políticos porque, además del acoso previsto al Rey, ese conglomerado de organizaciones subversivas separatistas de distintas estirpes ideológicas pero de convergentes objetivos, pretenderá "hacer historia" elevando las cotas de tensión hasta un punto tal que resulten difícilmente soportables. Se plantea una pregunta: ¿qué hacer? Aguantar el tirón e imponer la ley y el orden. Y recordar a Lord Byron cuando advertía que "apenas son suficientes mil años para formar un Estado, pero puede bastar una hora para reducirlo a polvo".

Puede digerirse que en un país europeo, con fuerzas y cuerpos de seguridad —del Estado y autonómicas— de acreditada solvencia y con unos servicios de información razonablemente preparados, se tenga que suspender por precaución y no por mera impotencia un partido de futbol de máxima rivalidad como ocurrió la semana pasada con el Barça-Real Madrid. No es posible metabolizar, sin embargo, que una crisis de orden público —así calificada por el ministro del Interior— impida al Jefe del Estado desplazarse a Barcelona con la reina, la Princesa de Asturias y la infanta Sofía para entregar los premios de la fundación que opera bajo el título de Princesa de Girona que corresponde a la heredera.

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