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Pacto ERC-PSOE: la izquierda retrocede 90 años
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José Antonio Zarzalejos

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Pacto ERC-PSOE: la izquierda retrocede 90 años

Como en el Pacto de San Sebastián (1930), la izquierda vuelve a pactar con el soberanismo catalán, añadiendo al acuerdo al PNV y al 'abertzalismo' radical. La coyuntura es inquietante

Foto: Ilustración: El Herrero.
Ilustración: El Herrero.

El 15 de septiembre de 1932, el entonces presidente de la Segunda República Española, Niceto Alcalá-Zamora, firmó en San Sebastián el primer Estatuto de Autonomía de Cataluña. Quiso suscribirlo en la ciudad donostiarra porque allí, dos años antes (27 de agosto de 1930), se suscribió el Pacto de San Sebastián entre las fuerzas políticas de la izquierda española y las catalanas de Acció Catalana, Acció Republicana de Catalunya y Estat Catalá, todas ellas más o menos radicales pero contrarias a la unidad de España y al régimen de la Restauración. No faltó en la reunión una incrustación de la derecha liberal republicana ni de los nacionalistas gallegos, aunque sí el PNV.

Muchos autores —entre ellos, el recientemente fallecido Santos Juliá— han recordado el desarrollo de aquel debate y todos ellos consignan dos aspectos: los partidos catalanes plantearon el derecho de autodeterminación, y la izquierda, fórmulas alternativas, y al final no hubo un texto que reflejase los acuerdos, aunque sí un entendimiento porque, como relata el historiador Josep Contreras, “ni los catalanistas contaban con la fuerza para barajar fórmulas cercanas a la independencia, ni los republicanos españoles podían prescindir de Cataluña en el proceso de desgaste de la Monarquía” (páginas 128 y siguientes de 'Azaña y Cataluña. Historia de un desencuentro', del autor citado).

Foto: Pablo Iglesias y Pedro Sánchez. (Reuters) Opinión
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De la reunión —al no haberse redactado el detalle de los acuerdos— salieron los unos y los otros con propósitos y proyectos distintos que, a la postre, propiciaron la caída de la monarquía, pero también de la II República que se proclamó en 1931.

Un hombre tan ponderado y buen conocedor de la política catalana como Juan-José López Burniol se refería en 'La Vanguardia' el pasado 6 de diciembre a ese Pacto de San Sebastián de 1930 en un artículo que concluía así: “No piensen que traigo a colación estos hechos para establecer atrevidas comparaciones ni extraer trascendentes conclusiones. Mi propósito es modesto. Solo me atrevo a pedir que, si el Partido Socialista y Esquerra llegan a un acuerdo, cualquiera que este sea, lo concreten por escrito y lo hagan (…) con la verdad en el concepto, la propiedad en el lenguaje y la severidad en las formas. Dicho en plata: por favor, no nos engañen. No más ambigüedades”.

ERC aprueba este jueves, a través de su Consejo Nacional, salvo que lo impida un boicot de Torra-Puigdemont y sus demás aliados, un pacto con el PSOE al que se han unido ya, de forma indirecta pero indubitable, Unidas Podemos, el PNV y, también con altísima probabilidad, EH Bildu. Lo harán igualmente fuerzas de menor poderío parlamentario pero la mayoría de ellas significadas por su rechazo, abierto o implícito, a la Constitución de 1978.

placeholder Los equipos negociadores de PSOE, a la derecha, y de ERC. (EFE)
Los equipos negociadores de PSOE, a la derecha, y de ERC. (EFE)

Noventa años después, la izquierda española (toda, sin excepción) transita por la senda ya explorada del brazo del independentismo catalán, ahora con el contrafuerte adicional que constituyen el PNV y, sobre todo, la izquierda 'abertzale' (EH Bildu), que sigue siendo la albacea política de lo que ETA pretendió. Dicho todo con la claridad que el momento merece y con la dosis de inquietud que aconseja. Ocurre también que, al día de hoy, no se conocen en detalle los acuerdos suscritos entre el socialismo y el independentismo catalán de ERC, ni su viabilidad jurídica y política. Al parecer, habrían acordado una mesa entre gobiernos (no prevista en nuestro ordenamiento jurídico) y una consulta para ratificar los acuerdos a que esa mesa pueda llegar (¿conforme a qué legislación dicha consulta?).

De tal manera que en el fondo del acuerdo —excluida la comisión bilateral Generalitat-Estado prevista en el Estatuto catalán y descartada una ponencia en el Congreso y en el Senado— se trataría de que entrase en funcionamiento un mecanismo de interlocución al margen del sistema institucional basado en una bilateralidad anticonstitucional (tal y como la ha definido el TC, que mantiene que el Ejecutivo estatal se sitúa siempre en una posición de superioridad) que asestaría un mandoble de imprevisibles consecuencias al modelo constitucional de 1978.

Y en la forma, tres cuartos de lo mismo: opacidad, agudizando por ambas razones la similitud —salvando las distancias— entre el Pacto de San Sebastián y el que va a ratificar ERC con el PSOE, Unidas Podemos, PNV, EH Bildu y otros. Partidos todos ellos que, en esa mesa, van a la deconstrucción del llamado régimen de 1978, una presunción que solo ellos podrían neutralizar demostrando que pretenden una mera reforma. Pero ¿Oriol Junqueras o Arnaldo Otegi —ambos condenados penalmente— podrían asemejarse a líderes de carácter reformista? No lo parece. La investidura a matacaballo —relean la crónica de este miércoles en este diario de Juanma Romero— enmarca un planteamiento político al que no conviene la transparencia porque se le verían en demasía sus hilvanadas costuras.

En el núcleo duro de esta operación tan velada a la mirada pública y al debate social y político, están Iglesias y su Unidas Podemos. De siempre quisieron él y su partido un proceso constituyente que alterase de manera sustancial el modelo de Estado (confederal en vez de autonómico) y la forma de Estado (una república en vez de una monarquía). El Sánchez insomne lo sabía y le importaba. Pero ante el riesgo de perder la Moncloa, abrazó al dirigente morado, se apoyó en los que siempre negó como compañeros de viaje y se apresta ya a llevar a la izquierda española a un escenario retrospectivo en el que aparecen, como en el manifiesto de la 'Asociación republicana de amigos de Francia' la sección española, la vasca y la catalana.

Foto: Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. (Cordon Press) Opinión
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Manuel Azaña, en sus últimas y más experimentadas horas, se negó a firmar el escrito así titulado y dirigido al presidente galo, Édouard Daladier, aduciendo lo siguiente: “Si catalanes y vascos quieren continuar en la emigración los costosísimos dislates que han cometido durante la guerra, allá ellos; si piensan recobrar la República y la posibilidad de hacer la burra nuevamente, sobre la base de las nacionalidades y 'dels pobles ibèrics', están lucidos. Me sorprende (un poco nada más) que los incluidos en el hecho diferencial se presten a ese juego. Pero en fin, allá ellos también. Como yo no tengo la obligación de soportar sandeces y soy, al cabo del tiempo, dueño de mis actos y único administrador de mis ideas, me he negado terminantemente a autorizar con mi aquiescencia ese proyecto”.

Sánchez no ha seguido a Azaña. La historia, según frase que se atribuye a Mark Twain, no se repite, pero rima. Y no se repite porque aquello acabó como el rosario de la aurora y esto de ahora hay que combatirlo, quienes estén en desacuerdo, con la palabra, en un planteamiento lúcidamente democrático, persuadiendo, convenciendo y ganando en las urnas y solo en las urnas. La coyuntura es inquietante, pero también representa una enorme oportunidad para el liberalismo y el conservadurismo democráticos españoles.

El 15 de septiembre de 1932, el entonces presidente de la Segunda República Española, Niceto Alcalá-Zamora, firmó en San Sebastián el primer Estatuto de Autonomía de Cataluña. Quiso suscribirlo en la ciudad donostiarra porque allí, dos años antes (27 de agosto de 1930), se suscribió el Pacto de San Sebastián entre las fuerzas políticas de la izquierda española y las catalanas de Acció Catalana, Acció Republicana de Catalunya y Estat Catalá, todas ellas más o menos radicales pero contrarias a la unidad de España y al régimen de la Restauración. No faltó en la reunión una incrustación de la derecha liberal republicana ni de los nacionalistas gallegos, aunque sí el PNV.

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