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Y Adenauer se revolvió en su tumba al escuchar a Sánchez
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José Antonio Zarzalejos

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Y Adenauer se revolvió en su tumba al escuchar a Sánchez

Sánchez faltó a la verdad sobre la recuperación de denominaciones y símbolos franquistas y golpeó a la sociedad alemana en donde más le duele: el recuerdo del horrendo régimen nazi. Una torpeza

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en Bruselas. (Europa Press)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en Bruselas. (Europa Press)
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Los excesos de agresividad, aunque sean defensivos, conducen a planteamientos desquiciados. Le ocurrió a Pedro Sánchez la semana pasada en el pleno que el Parlamento Europeo celebró en su sede francesa de Estrasburgo. La amnistía que, como moneda de cambio, prepara el socialista para la impunidad de sus socios de investidura fue reprobada por el presidente del grupo popular europeo, el más nutrido de la Cámara, el alemán Manfred Weber. Por toda respuesta, Sánchez le espetó: “¿Ese sería también su plan para Alemania, señor Weber? ¿Devolver a las calles y plazas de Berlín el nombre de los líderes del Tercer Reich? Pues eso es lo que están haciendo sus aliados del PP español con la ultraderecha de Vox y los insignes franquistas donde gobiernan”. (En Berlín no hay rastro del nazismo y hasta el búnker en donde se suicidó el tirano está ocupado hoy por un prosaico aparcamiento, próximo al sobrecogedor monumento a las víctimas del Holocausto).

El presidente del Gobierno perpetró una doble tropelía. Por una parte, faltó a la verdad, porque en España no se está cambiando el nombre de las calles ni recuperando los símbolos del franquismo allí donde gobiernan el PP o Vox, o ambos partidos en coalición. Lo ha recordado con contundencia el historiador Roberto Villa García (El Mundo del pasado día 17) en un texto que constata que, muy por el contrario, la izquierda y los separatismos preservan en el callejero nombres ominosos (desde el sanguinario Durruti al racista Arana) mientras otros, que nada tuvieron que ver con el franquismo (Calvo Sotelo o Primo de Rivera), han sido expulsados de los rótulos. Por otra, Pedro Sánchez escarneció la memoria torturada de todos los alemanes al albergar dudas sobre los auténticos propósitos democráticos de Weber, un político bávaro, miembro destacado de la CSU, confederado con la CDU, que cofundó en 1945 un grupo de dirigentes democristianos de Alemania para reconstruir el país en la democracia y la libertad tras la derrota del horrendo régimen de Adolf Hitler.

Entre los fundadores de la organización socialcristiana germana estuvo el primer canciller de la República Federal Alemana, Konrad Adenauer (1876-1967), uno de los padres fundadores de la unidad europea. El que fuera alcalde de Colonia entre 1917 y 1933, en plena República de Weimar, fue depuesto por los nazis y encarcelado en varias ocasiones y participó activamente en conspiraciones fallidas para derrocar al Führer. Cuando acabó la II Guerra Mundial en 1945, los aliados impulsaron la llamada desnazificación en la Alemania vencida, pero con la irrupción de la Guerra Fría con el bloque de países soviéticos dejaron en manos de Adenauer las medidas de depuración de los activistas hitlerianos. Eso ocurrió en 1949, pero en 1951 el canciller llegó a la conclusión de que la connivencia con el III Reich fue tan mayoritaria que optó por desacelerar la depuración.

Ian Kershaw, en su Personalidad y poder. Forjadores y destructores de la Europa moderna (editorial Crítica), hace una interpretación biográfica quirúrgica de Konrad Adenauer y aborda con rigor el episodio crítico de la desnazificación que el canciller sustituyó —tras varias amnistías en los años cincuenta del siglo pasado— por una impronta democrática absoluta, constituyéndose en el forjador de la Alemania democrática y federal (páginas 283 a 286). Los alemanes, que de forma silente son conscientes de ese pasado, han proscrito la que en 1950 el académico Leo Strauss denominó reductio ad Hitlerum, es decir, la falacia argumental de zanjar un debate con la atribución al interlocutor de ser afecto clandestino a las tesis del nazismo.

Foto: El presidente de Gobierno, Pedro Sánchez, en el debate en la Eurocámara. (EFE/EPA/Roland Wittek)

Ese recurso, que en España se utiliza con profusión en el Congreso, pero con apelación al franquismo (reductio ad Francum), no ha sido admitido ni en la política nacional alemana ni en la internacional, por considerarse una ilegitimidad argumental. Los partidos nazis están prohibidos por la Constitución alemana de 1949 (Ley Fundamental de Bonn), por más que también en aquel país, como en todos los occidentales, se registre un incremento de las organizaciones de ultraderecha, en el caso germano, representada por Alternativa para Alemania (AfD).

El hecho de que, por primera vez en la historia del Parlamento Europeo, nada menos que el presidente de turno de la UE haya practicado el filibusterismo de la reductio ad Hitlerum contra un político alemán de la CSU, jefe de filas del grupo mayoritario de la Cámara, es un error de dimensiones colosales. La advertencia de Manfred Weber de que Sánchez se ha deshabilitado para ocupar cargo alguno de responsabilidad en la Unión es una aseveración certísima. Creyó Sánchez que en Estrasburgo podía, sin recato alguno, emplear el modelo ad hominen que utiliza en España, en cuyo Congreso se ha permitido desde no intervenir en el debate de investidura del líder de la oposición a carcajearse de él en una intervención parlamentaria tan penosa como imborrable.

El presidente del Gobierno faltó a la verdad respecto del franquismo de la derecha española y faltó a la responsabilidad histórica al resucitar ante un líder alemán el recuerdo del III Reich con un ánimo descalificatorio. Quizá fuera una venganza por el informe crítico a sus pactos con los independentistas emitido por la Fundación Konrad Adenauer el pasado 22 de noviembre. Sus firmantes, los politólogos Ludger Gruber (representante para España y Portugal de la fundación) y Martin Friedek (investigador y coordinador de proyectos de esa entidad), analizan con una severidad rigurosa el empeño polarizador del presidente del Gobierno y lo hacen sin medias tintas.

Llevado, quizá, por el afán de revancha (así lo creen algunas fuentes diplomáticas en Berlín) Sánchez permitió que su escribidor le preparase un eructo que ha herido la autoestima del primer país de la Unión, de la primera economía de Europa y de una sociedad que ha apoyado la democracia española a través de personalidades como Willy Brand y Helmut Kohl, socialdemócrata y socialcristiano, respectivamente, que respaldaron la Transición con una convicción decisiva para su culminación. Sánchez se retrató en Estrasburgo. Adenauer se revolvería en su tumba al escuchar su torpe alegato. El presidente no acertó en la Cámara europea, como tampoco lo hizo en Israel. Su discurso internacional —nada digamos del nacional— es cada día más inconexo y desarticulado.

Los excesos de agresividad, aunque sean defensivos, conducen a planteamientos desquiciados. Le ocurrió a Pedro Sánchez la semana pasada en el pleno que el Parlamento Europeo celebró en su sede francesa de Estrasburgo. La amnistía que, como moneda de cambio, prepara el socialista para la impunidad de sus socios de investidura fue reprobada por el presidente del grupo popular europeo, el más nutrido de la Cámara, el alemán Manfred Weber. Por toda respuesta, Sánchez le espetó: “¿Ese sería también su plan para Alemania, señor Weber? ¿Devolver a las calles y plazas de Berlín el nombre de los líderes del Tercer Reich? Pues eso es lo que están haciendo sus aliados del PP español con la ultraderecha de Vox y los insignes franquistas donde gobiernan”. (En Berlín no hay rastro del nazismo y hasta el búnker en donde se suicidó el tirano está ocupado hoy por un prosaico aparcamiento, próximo al sobrecogedor monumento a las víctimas del Holocausto).

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