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Crónica de un cesarismo (de Puigdemont a Ábalos)
Solo a un político de la factura de Sánchez se le ocurre resolver la crisis del caso Koldo por un procedimiento neroniano como es apartar al guardián de sus secretos de la vida política al modo de los señores de horca y cuchillo
La responsabilidad de las consecuencias negativas de las crisis políticas no es solo de quienes las provocan sino también de aquellos que deben manejarlas y resolverlas con el menor coste político. Pedro Sánchez, lejos de gestionar correctamente la provocada por el conocimiento público de conductas presuntamente delictivas de muy próximos colaboradores suyos, ha empeorado la situación del Gobierno y del partido. Y la suya propia. Porque no ha sabido distinguir entre el modo de actuar que corresponde al jefe de un Ejecutivo y el que es debido a un secretario general de una organización política.
La razón de esta mixtificación reside en la autopercepción cesarista en la que Sánchez milita. Concentra en su persona todos los poderes, ya que, ni en el Consejo de Ministros ni en el PSOE, reina cosa distinta a un culto devoto al líder. Pedro Sánchez, dicho con plena consciencia de la gravedad de la afirmación, es un líder autócrata que, como bien escribe Gideon Rachman (
Sánchez ha supuesto que podía desprenderse de José Luis Ábalos como si de un ministro se tratase. Pero no era el caso. El hombre que le ayudó decisivamente a alcanzar la secretaría general del PSOE en 2017 y la presidencia del Gobierno en 2018, que fue su mano derecha en el partido —secretario de Organización de 2017 a 2021— y dos veces ministro, primero de Fomento (2018-2020) y luego de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana (2020-2021), había salido de su control desde su elección el 23 de julio del pasado año como diputado por Valencia. El acta le pertenece y la Constitución, además, prohíbe a los parlamentarios el mandato imperativo.
Ante el caudillismo de Sánchez, al que el valenciano contribuyó de manera esforzada, José Luis Ábalos ha elevado la apuesta y desquiciado al partido y al Gobierno que, además, están asfixiados por las mismas manos: las del propio secretario general y las de la vicesecretaria, María Jesús Montero, que es vicepresidenta del Gobierno. El ridículo más patético aconteció cuando la ejecutiva del PSOE, por unanimidad y sin Sánchez presente, reclamó el lunes pasado el acta a Ábalos en el plazo perentorio de 24 horas. El acto de vasallaje colectivo resultó deprimente.
Todo lo ha hecho mal Sánchez y todo le irá peor, porque el intento de liquidar Ábalos ha causado un fallo sistémico en el PSOE y en el Gobierno
Solo a un político de la factura de Sánchez se le ocurre resolver la crisis del mal llamado caso Koldo por un procedimiento neroniano como es apartar al guardián de sus secretos de la vida política al modo de los señores de horca y cuchillo. José Luis Ábalos, sin nada que perder, ha roto la sumisión que tan irresponsablemente practica la nomenclatura socialista al secretario general del PSOE, una actitud lanar que será a la postre lo que le desaloje del poder y le arrastre a ella en su caída. Porque este episodio retrata a Ábalos y a su entorno, pero lo hace de manera hiperrealista a Sánchez y su modo de liderazgo. Y quiebra toda la narrativa nívea que ha elaborado la factoría de spin doctors de la Moncloa y de Ferraz.
El intento de liquidación de Ábalos, además, tan precipitado y abrupto, sin que medie indicio judicial, demuestra un nerviosismo culposo y delata la inquietud del macizo de la organización, desde Santos Cerdán y los expresidentes autonómicos de Baleares (Armengol, presidenta del Congreso) y de Canarias (Ángel Víctor Torres, ministro de Política Territorial y Memoria Democrática) hasta otros miembros del Gobierno, como el ya muy damnificado Grande-Marlaska, que decidió contratar también con Soluciones de Gestión y Apoyo a Empresas SL la adquisición de mascarillas.
El marco de estos acontecimientos tan torpemente precipitados por la autocracia presidencial remite en el subconsciente social al tiempo de la pandemia, a su mortalidad, a su morbilidad y al confinamiento. La peor de las referencias temporales. Tan delicada que lo aconsejable en un líder sensato habría sido actuar estabilizando la situación, tomándose tiempo para diseñar una estrategia (más aún cuando el procedimiento judicial es secreto y no hay indicios judiciales, de momento, contra Ábalos) y buscando los mecanismos que implicasen a los órganos colegiados del PSOE. Porque un voto en el Congreso —el de Ábalos— tiene un valor incalculable. Pero todo lo ha hecho mal Pedro Sánchez y todo le va a ir peor, porque si ya el turbio asunto presentaba una pésima factura, el intento fallido de liquidar a su protagonista más emergente —José Luis Ábalos— ha causado un fallo sistémico en el partido, pero también en el Gobierno.
Cuando un autócrata se enfrenta, por las buenas o por las malas, con adversarios y/socios que nada o poco tienen que perder, la partida se juega de poder a poder. Ha sido el caso de Ábalos, pero está siendo el caso de Carles Puigdemont, que tumbó el pasado enero la proposición de ley orgánica de amnistía y que, a cambio de convalidar un real decreto-ley, arrancó a Sánchez la transferencia de la competencia en materia de inmigración. Empantanado el escenario político —atentamente escrutado por la Unión Europea— por la pinza insólita de José Luis Ábalos y Carles Puigdemont, lesionado Santos Cerdán, desactivada la izquierda de Sumar y su lideresa, Yolanda Díaz, quemados varios de los ministros de la cuota socialista y bajo observación crítica la presidenta del Congreso y más de un ministro, la situación de Sánchez es precaria. La debilidad ante sus socios rampantes es de una debilidad demasiado tentadora para ellos.
Los protagonismos del catalán y del valenciano serán muy largos y sostenidos en el tiempo y afectarán a las posibilidades del PSOE en las autonómicas vascas (21 de abril), en las elecciones europeas (9 de junio) y en las catalanas, si cuando se celebren el andamiaje de la legislatura ha resistido. De no hacerlo, no será por la perspicacia de la oposición sino por el insoportable cesarismo de Pedro Sánchez que en un momento crítico se ha comportado como un autócrata que hasta para los suyos y sus socios comienza a resultar insoportable. Por mucho que Pilar Alegría y Esther Peña incorporen en sus comparecencias una sonrisa de serie que se parece cada día más a la de Joker frente a Batman.
La responsabilidad de las consecuencias negativas de las crisis políticas no es solo de quienes las provocan sino también de aquellos que deben manejarlas y resolverlas con el menor coste político. Pedro Sánchez, lejos de gestionar correctamente la provocada por el conocimiento público de conductas presuntamente delictivas de muy próximos colaboradores suyos, ha empeorado la situación del Gobierno y del partido. Y la suya propia. Porque no ha sabido distinguir entre el modo de actuar que corresponde al jefe de un Ejecutivo y el que es debido a un secretario general de una organización política.
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