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El Sánchez de 2025, como el Suárez de 1981
"Mi marcha es más beneficiosa para España que mi permanencia en la Presidencia", dijo Suárez en 1981 y es lo que se espera que Sánchez diga y haga para evitar el descalabro electoral del PSOE. Puede pensarlo en La Mareta
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"Hay momentos en la vida de todo hombre en los que se asume un especial sentido de la responsabilidad. Yo creo haberla sabido asumir dignamente durante los casi cinco años que he sido presidente del Gobierno. Hoy, sin embargo, la responsabilidad que siento me parece infinitamente mayor.
Hoy tengo la responsabilidad de explicarles, desde la confianza y la legitimidad con la que me invistieron como presidente constitucional, las razones por las que presento, irrevocablemente, mi dimisión como presidente del Gobierno y mi decisión de dejar la presidencia de la Unión de Centro Democrático.
No es una decisión fácil. Pero hay encrucijadas tanto en nuestra propia vida personal como en la historia de los pueblos en las que uno debe preguntarse, serena y objetivamente, si presta un mejor servicio a la colectividad permaneciendo en su puesto o renunciando a él.
He llegado al convencimiento de que hoy, y, en las actuales circunstancias, mi marcha es más beneficiosa para España que mi permanencia en la Presidencia".
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El texto anterior es el arranque del discurso que pronunció Adolfo Suárez el 29 de enero de 1981. Renunció a la presidencia del Gobierno y de UCD y le sucedió Leopoldo Calvo Sotelo, investido por el Congreso el 25 de febrero, dos días después del fracasado golpe de Estado protagonizado por Antonio Tejero. Suárez prefirió ser sustituido por un miembro de su partido que convocar elecciones anticipadas para que la legislatura se prolongase y, en un cálculo fallido, proteger a la Unión de Centro Democrático (UCD) de una debacle electoral.
Lo que ocurrió fue que Calvo Sotelo resultó un dignísimo presidente del Gobierno, pero no pudo evitar que la formación centrista se desplomase. Las elecciones del mes de octubre de 1982 las ganaron los socialistas con 177 diputados obtenidos por el PSOE de Felipe González y 25 por el PSC, con una suma que no se ha repetido: 202 escaños. Alianza Popular, segunda fuerza, llegó a 107 diputados y UCD solo logró 11.
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Pedro Sánchez está llevando a su partido a un descalabro electoral de proporciones ya advertidas por las encuestas. Nada tendría de particular que el PSOE repitiese bajo su liderazgo su registro electoral más escuálido: 85 diputados, que fueron los que logró en las elecciones de junio de 2016, con menos de cinco millones y medio de votos que supusieron el 22,62% de los emitidos.
Al presidente del Gobierno y secretario general del PSOE le están sugiriendo, en privado y públicamente, que se comporte como Adolfo Suárez: su marcha de la Moncloa es más beneficiosa para España y para el PSOE que su permanencia. Esa ha sido la tesis del editorial de The Economist de la semana pasada y ese el consejo que le han ofrecido desde las páginas de El País firmas tan poco sospechosas de connivencia con la derecha como las de Javier Cercas e Ignacio Sánchez Cuenca, ambas muy representativas y solo impugnadas por los abajofirmantes ‘almodovarianos’.
Sánchez ya sabe que no es posible aprobar, seguramente tampoco presentar en el Congreso, los Presupuestos Generales del Estado para 2026; ya sabe también que sus proyectos de ley más importantes tampoco prosperarán y que las contrapartidas que prometió a sus socios secesionistas son tan inviables como la financiación singular de Cataluña, la delegación de competencias en materia de inmigración a la Generalitat de Salvador Illa o la pronta (quizá imposible) amnistía de los líderes del proceso soberanista catalán condenados por malversación (Junqueras) o acusados de ese delito (Puigdemont). Tampoco será posible que la Unión Europea apruebe la cooficialidad del catalán en las instituciones comunitarias.
Sánchez ya sabe que no es posible aprobar, seguramente tampoco presentar en el Congreso, los Presupuestos Generales del Estado para 2026
Pedro Sánchez es consciente —o debiera serlo— de la muy alta probabilidad de que el fiscal general del Estado sea condenado por revelación de secretos; que es posible que su mujer se siente en el banquillo en un juicio oral acusada de apropiación indebida y, quizá, por algún otro ilícito penal, lo mismo que su hermano por tráfico de influencias en la Audiencia Provincial de Badajoz. No se le escapa al presidente que las instrucciones de las causas contra Ábalos, Cerdán y Koldo, y en la Audiencia Nacional, contra Pardo de Vera y Herrero, adquirirán un volumen mucho mayor del que ahora ofrecen. Sabrá también Pedro Sánchez de la desmoralización de los magistrados del Constitucional que avalaron la ley de amnistía. Podrían ser desautorizados por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea también en la sentencia que revocaba la de los ERES de Andalucía de la Audiencia Provincial de Sevilla y sobre la que pende otra cuestión prejudicial que examinará el TJUE.
Por fin, Sánchez será muy consciente de que ‘sus’ candidatos-ministros en Madrid (Óscar López), Aragón (Pilar Alegría), Andalucía (Montero), Morant (Comunidad Valenciana) y Canarias (Víctor Ángel Torres), están llamados a ser severamente derrotados en una operación táctica del PP (adelantar las autonómicas en esas comunidades) que dejaría al PSOE y al Gobierno en una situación dramática. Por fin, Sánchez es lo suficientemente despierto para entender que el contexto internacional le es por completo adverso debido, no solo a sus errores, sino también a la instalación de tendencias políticas incompatibles con las suyas. Sobre esto debe reflexionar en La Mareta.
Quizá la gran diferencia entre Sánchez y Suárez es que el socialista está todavía a tiempo de evitar una debacle electoral de su partido, aunque no una derrota. Es verdad, sin embargo, que la suya es una herencia yacente que solo un legatario aventurero aceptaría, aunque lo hiciese a beneficio de inventario. De no ser así, y como también le han aconsejado quienes pueden hacerlo, tendría que convocar elecciones y asumir su fracaso. Pero que no lo dude: el Sánchez de 2025 está en la misma tesitura que el Suárez de 1981 porque, como ha declarado el abogado del fugado, Gonzalo Boye, "nadie quiere hacerse una foto con él". Y esa afirmación, viniendo de quien viene, lo dice todo.
"Hay momentos en la vida de todo hombre en los que se asume un especial sentido de la responsabilidad. Yo creo haberla sabido asumir dignamente durante los casi cinco años que he sido presidente del Gobierno. Hoy, sin embargo, la responsabilidad que siento me parece infinitamente mayor.