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Jorge Dezcallar

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Recuperar la iniciativa

El núcleo duro del independentismo ha optado por el cuanto peor mejor, por el martirio por la causa y por la decisión de pagar el precio que sea preciso

Foto: Ilustración: Raúl Arias.
Ilustración: Raúl Arias.

Acabo de pasar unos días intensos en Barcelona con motivo del lanzamiento de mi libro 'El anticuario de Teherán' (ed. Península) y los he aprovechado para mantener muchos contactos, incluyendo aquellos con representantes de casi todos los medios de comunicación de la capital catalana, en torno del llamado 'procés'. Mis conclusiones son desalentadoras.

El cansancio ciudadano es evidente, pero el núcleo duro del independentismo ha optado por el cuanto peor mejor, por el martirio por la causa y por la decisión de pagar el precio que sea preciso, incluido el de pasar 10 o 20 años en las tinieblas exteriores de la Unión Europea, el euro, Schengen y lo que haga falta a la espera de tiempos mejores... Porque están convencidos de que al final llegará un día en el que saldrá el sol. Y si entre tanto se empobrece el país y la convivencia se hace aún más irrespirable, pues qué le vamos a hacer, es el precio a pagar para llegar a la Arcadia feliz, Cataluña se separará de España y habrá valido la pena.

Los catalanes somos muy malos a la ofensiva pero demostraremos lo buenos que somos resistiendo

Como me decía un interlocutor 'indepe', “los catalanes somos muy malos a la ofensiva pero demostraremos lo buenos que somos resistiendo”. Es lo que hay: desobediencia ciudadana y alteraciones del orden público a cargo de la CUP y de los autodenominados comités de defensa de la república (esa 'república' que no tuvieron el valor de proclamar); radicalización de las propias bases con mensajes de odio como el del monumento erigido en la plaza del 1 de octubre de Girona, y continuar mareando la perdiz en Europa en busca de una mayor implicación internacional en forma de bien (o mal) intencionados mediadores, mientras tratan de ganar la simpatía de una opinión pública internacional que les va siendo progresivamente más favorable.

Foto: Cargas policiales en las protestas en Barcelona. (EFE)
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No conviene engañarse sobre este punto. Todo lo que ayude a internacionalizar el conflicto les beneficia, e insistirán por ese camino. No he encontrado ninguna señal de debilidad en este grupo altamente motivado, como no sean los desacuerdos internos en sus filas, que no son pocos.

Como me decía otro independentista: “¡Cómo puede haber distensión si les van a condenar a 15 años de cárcel!”. La suya es una visión que tiene el mérito de movilizar a muchas voluntades como solo las utopías con mensajes simples pueden hacerlo. Frente a ella, se opone la sequedad del Código Penal, porque el Gobierno central no ha sido capaz de poner encima de la mesa un proyecto de país en común capaz de ilusionar al personal.

Más que un problema entre la Generalitat y el Gobierno, entre España y Cataluña, como a los independentistas les gusta presentarlo, estamos ante un problema catalano-catalán que los propios catalanes deben resolver y en el que ningún mediador internacional puede intervenir porque con un 50% de la población a favor de la independencia y un 50% en contra, no se va por la fuerza a ningún sitio como no sea a una guerra civil. Es un problema aparentemente irresoluble. Y cuando las cosas son así, resulta aún más necesario ponerse a trabajar todos juntos para encontrar una solución.

Foto: El nuevo semanario catalán 'La República'se estrenó con una entrevista a Puigdemont el pasado sábado 28 de abril. (EFE) Opinión
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En Mallorca, decimos que “no hi ha cap loco que apedregui sa seva teulera” (ningún loco tira piedras a su tejado), y eso es exactamente lo que se está haciendo en Cataluña desde hace ya demasiado tiempo. No hay más remedio que hacer política porque, además, los catalanes contrarios a la independencia (que ya no están callados y que pagan por ello el precio de ser acosados y llamados fascistas y traidores) se sienten abandonados por el Gobierno central. Así me lo han dicho varios interlocutores. Y mientras todo esto pasa, nadie parece mandar en la Cataluña del 155, no se toman decisiones en despachos decorados con lazos amarillos, nadie se moja, todo se aplaza y como consecuencia no se gobierna.

El gGobierno del señor Rajoy ha confiado en los jueces para que le resuelvan el problema. Esto es cómodo y puede ser necesario a la vista de los delitos e infracciones cometidos por el 'procés', pero tiene inconvenientes: el primero es tener que escuchar acusaciones de politización de la Justicia; el segundo, tener que respetar las decisiones que tomen los jueces y que uno no controla (como ha pasado en Schleswig-Holstein), y el tercero es que favorece una renuncia a hacer política por parte de Madrid mientras los jueces deciden, con el resultado de que en este asunto la única política, al margen de su bondad, se hace desde Cataluña.

Foto: El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en el Congreso. (EFE)

Y esa es precisamente la razón por la que en la opinión pública extranjera (no en los gobiernos, bien 'trabajados' por el Ministerio de Asuntos Exteriores) comienzan a ganar terreno las tesis de los independentistas, que ahora tratará de corregir una iniciativa de la Cámara de Comercio de España. Cuando uno deja un espacio sin ocupar, no puede quejarse si otro lo rellena. Y que los independentistas estén consiguiendo simpatías crecientes en algunos países es malo por dos razones: porque daña la imagen de España en el mundo y porque esos países, que son democráticos, no pueden ser insensibles a medio plazo a sus opiniones públicas.

Otra consecuencia indeseable de esta 'judicialización de la política' es que la decisión alemana ha sido un torpedo en la línea de flotación del proyecto europeo, porque el espacio Schengen pierde sentido en ausencia de confianza entre sistemas jurídicos homologables.

Foto:  El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont (d) charla con la portavoz de Junts per Catalunya, Elsa Artadi. (EFE)

En castellano, decimos que dos no bailan si uno no quiere. El refranero tiene razón. Con los independentistas radicales será muy difícil si no imposible llegar a acuerdos, porque no quieren, porque la legalidad no se discute, y porque ya han optado por el martirio cuando lo que los catalanes necesitan —y que a los 'indepes' no les gusta escuchar— es un Gobierno en la Generalitat dirigido por alguien sin problemas con la Justicia que ponga fin al 155 y que sea capaz de defender ante Madrid con fuerza y dentro de la ley los intereses, deseos y aspiraciones de los catalanes. De todos y no de la mitad.

Ojalá sean capaces de formarlo antes del 22 de mayo para evitar nuevas elecciones. Pero mientras tanto, el Gobierno no puede esperar con los brazos cruzados, hay que restar apoyos al separatismo y eso solo se puede hacer con un proyecto ilusionante de futuro para España que atraiga a esa parte importante de catalanes que están hartos tanto del 'procés' como de la parálisis de Madrid y preocupados por el rumbo desnortado de un Parlament que no respeta ni a sus propios asesores legales.

El tiempo juega a favor de más radicalización y no de menos. Eso solo favorece a los independentistas

Y también hay que recuperar imagen en el mundo con una campaña eficaz ante la opinión pública internacional que comience por explicar cosas tan sencillas como que el problema es esencialmente entre catalanes, que no se puede obviar a la mitad de la población catalana (a ninguna de las dos) y que en una democracia —y la española lo es— nunca es democrático violar la ley y desobedecer a los jueces. No basta responder que la ley prohíbe esto y lo otro, sino que hay que poner ideas y propuestas atractivas encima de la mesa. Repito, no para negociar lo innegociable sino para atraer a los indecisos y para ayudar a los muchos catalanes que quieren seguir siendo españoles como sus padres y sus abuelos.

Aunque no dé resultados con los independentistas, una propuesta gubernamental en este sentido tendría al menos dos ventajas: recuperar la iniciativa llevando el debate al propio terreno y, en segundo lugar, colocar ante el mundo la actitud intransigente y no dialogante en el debe de los independentistas y no del Gobierno de Madrid. No serían triunfos menores. Es la hora de la Política con mayúsculas. A ver si en el Gobierno se enteran, porque el tiempo juega a favor de más radicalización y no de menos. Y eso solo favorece a los independentistas.

Acabo de pasar unos días intensos en Barcelona con motivo del lanzamiento de mi libro 'El anticuario de Teherán' (ed. Península) y los he aprovechado para mantener muchos contactos, incluyendo aquellos con representantes de casi todos los medios de comunicación de la capital catalana, en torno del llamado 'procés'. Mis conclusiones son desalentadoras.

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