La última responsabilidad de Gallardón

Otro de los ministros a los que reverberan los oídos es el ínclito e inabarcable Alberto Ruiz-Gallardón. Con sonidos de gaviota naturalmente.

¡No se habla de otra cosa! Conozco la vieja ambición del que fuera alcalde de Madrid y presidente de la CAM. Está en su derecho, faltaría más. Pero ha cometido tantos errores (el principal ningunear al partido, él, que fue secretario general de AP con 27 años), ha cambiado de orientación en tantas ocasiones, que es difícil creerle algo.

Pero en esta ocasión creo que dice la verdad. No es que de ‘motu proprio’ la cartera de Justicia sea su “última responsabilidad política”, es que le van a tirar por la ventana con viento fresco a la menor oportunidad. Al presidente del Gobierno llevan tiempo calentándole la cabeza con los requiebros de su “querido amigo” Gallardón, si bien el gallego se ajusta las gafas y calla cuando le van con algún chisme ‘ad hoc’ y ‘ad hominem’.

Sin embargo, enfrentarse al poder soberano de la Oficina Central tiene su aquél y mucho más en los tiempos aciagos que corren. La cita ante el impasible Pablo Ruz de los tres últimos secretarios generales (saltándose al bueno de Ángel Acebes, en realidad éste nunca se enteró de nada) está ahí y ni siquiera el éxito parlamentario de Rajoy (que lo tuvo) cambia nada al respecto.

Bien es cierto que en su favor se puede decir que por vez primera el partido en el gobierno ha sido abierto en canal en sede judicial y esto, desde el punto de vista histórico, más allá de la mera coyuntura política que pasa a velocidad de crucero, es un input de gran importancia democrática. Pero, quizá, los que tienen que hacer el ‘paseíllo’ no opinan lo mismo y tiene su relevancia si alguno(a) de ellos todavía tiene poder para decidir o influir ante el que lo tiene.

Para más inri, es muy probable que los JJOO 2020 se adjudiquen a la ciudad de Madrid y una ‘sobrera’ política de quita y pon como es Ana Botella pueda ondear la bandera de los anillos con todo lo que ello significa.

Ya lo dijo el clásico: es más importante caer en gracia que ser gracioso.

Y en política mucho más.