La misa clandestina de Felipe VI

El pasado domingo 22, cien horas después de ser proclamado Rey, don Felipe había convocado al grueso de la Familia Real a una misa en la capilla de La Zarzuela que fue oficiada como corresponde a tenor de la jerarquía católica por el cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela.

Se trataba de una ceremonia religiosa “privada” que, junto a la ausencia de símbolos religiosos en su jura ante el Congreso de los Diputados por vez primera en la larguísima historia de la Monarquía hispánica, ha encendido los ánimos de los sectores más acendradamente católicos de la sociedad española que recuerdan que el Rey en España siempre fue “Su Majestad Católica”.

Don Felipe, quizá aleccionado o fuertemente aleccionado por quien puede, prefirió ampararse en la oficial laicidad del Estado y en este aspecto su proceder no tiene peros. Se le reprocha también que mientras todos sus movimientos desde que fue proclamado han sido televisados en directo, de la misa en Palacio no se han distribuido imágenes, ni fotos, ni ná. ¡Están encendidos! Pero el Monarca de 46 años no es tonto. En cierta medida tiene que repetir el juego de su padre cuando al recibir el título por parte del Movimiento Nacional tuvo que hacer juegos malabares para transitar al final por su propia senda. Ya ha pedido audiencia a Su Santidad Francisco, que gustoso acogerá en su seno a la pareja real, y específicamente, al Rey de Jerusalén.

Los jerarcas católicos no han dicho ni pío al respecto. Pero ello no quiere decir que su malestar no pueda describirse. Clandestinidades, dicen, ni una más. Lo del yugo y las flechas en su escudo tiene su aquel, aunque fueran desde hace seis siglos una parte simbólica de los Reyes fundadores de la cosa. Don Felipe, que tiene en El Quijote uno de sus libros de cabecera, no olvida la advertencia cervantina: “Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho…”.

¿Bagatelas? ¡Bagatelas!