En el país de los tertulianos

Mi amigo y sin embargo colega Julio Somoano —todavía tiene que explicar alguien cuál fue su pecado para que le subieran al cadalso— ha hecho unas declaraciones en clave asturiana (por los picachos, las nieblas y las mañanas de sol) sobre la "España de los tertulianos" al socaire de la publicación de su libro 'La vida es pacto'.

Siempre le dije (y le digo) al director de 'El Debate de la 1' que es un magnífico estratega pero un pésimo táctico. Lo mantengo.

Es verdad que España es un país donde tienen mucho éxito las tertulias radiofónicas y televisivas sobre cualquier asunto; es un hecho cierto. Viene en el ADN de nuestra propia cultura popular desde los casinos de provincias a las mesas camilla con el brasero encendido.

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También Miguel de Unamuno, Ortega y Gasset, Gregorio Marañón hacían tertulias. De café y de cotos universitarios. Por la larga experiencia que ya atesoro en este campo tengo que escribir y escribo que va mucho entre los que 'tertulean' con información fidedigna y lecturas y aquellos que hablan como si sacaran conclusiones sin tener la más mínima premisa. Son pan para hoy y hambre para el día siguiente.

Se ha extendido una especie que ha hecho fortuna teniendo en cuenta el débil andamiaje intelectual que embarga a la sociedad española. Dice esa especie que todas las opiniones son respetables. Niego la mayor. Son respetables si las opiniones parten de hechos verdaderos y demostrados; lo contrario, al final, resulta una caracolada.

Desgraciadamente a diario desfilan multitud por onda corta y canales TDT.