El vómito etarra

Mis inicios periodísticos -22 años- fueron en el País Vasco. ETA y sus terminales talibanes estaban en su máximo esplendor. Tuve que cubrir el asesinato de mi editor Javier de Ybarra y Bergé, al que torturaron hasta el paroxismo y el vómito.

Si soy sincero ni yo ni ninguno de los periodistas de mi generación abrigábamos esperanza alguna de poder certificar el final de ETA en el ejercicio activo del oficio. Esto es en teoría porque tengo para mí que ha desmantelado la estructura física pero en modo alguno el hilo que levantó hace décadas entre una parte de la sociedad vasca y su brazo asesino. Ese hilo permanece perenne y aún más fuerte que antes. Existen guetos (Alsasua como prueba), existe el rechazo si no te mimetizas con lo 'abertzale'; existe una marca diferenciada entre unos y otros; existe una diáspora de más de 400.000 vascos que han tenido que irse de su tierra.

Solo hay que ver qué portavoces ha elegido ETA para anunciar el “final” armado. 'Josu Ternera' y la sanguinaria 'Anboto'. El relato del odio continúa vivito y coleando; el rictus terrorista -que desprecia cuanto ignora- está a la orden del día, permitiéndose el lujo de mirar a las víctimas por encima del hombro.

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Responsables de esos 60 años de terror y asesinatos no solo son los que apretaban el gatillo o activaban las bombas. Era un entramado mucho más amplio: unos por miedo y otros por convicción respecto a la "opresión" del País Vasco.

Un País Vasco que hoy ya no aporta ni un euro a las arcas del resto de España para pagar siquiera una pasarela del aeropuerto de Sondica. El más estulto de los jefes de Gobierno que ha tenido España (Zapatero) se dejó llevar por el 'buenismo' y capotó en su propia incompetencia en un tema como este. Pero también es verdad que Rajoy no ha hecho otra cosa que seguidismo respecto a la política que heredó.

¡Luego se extrañan!