Lo de Cospedal

Me resulta muy difícil entender el comportamiento de algunos dirigentes políticos, sobre todo, cuando llevan tiempo en coche oficial y deberían saber cómo se sustancian los escándalos en una sociedad libre y democrática cuando te han pillado/grabado: la fuga acelerada hacia sus habitaciones particulares.

Es el caso de María Dolores de Cospedal. Si hubiera anunciado su marcha al minuto siguiente de haberse conocido sus conversaciones con Villarejo se hubiera evitado algún sonrojo y, además, hubiera coadyuvado a quitar peso a su nuevo jefe y daño al partido en el que ha sido durante una década la primera ejecutiva ante la ausencia de Mariano Rajoy.

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Agencias

No me gusta ejercitarme en lanzada a moro muerto, ese ejercicio tan hispano desde tiempo inmemorial. De modo que intento ponerme en la piel de la manchega para entender su comportamiento. Comprendo su coraje ante el cierre de su carrera de tal guisa. Pero cuando uno se sube a coche oficial sabe a lo que se expone; no es precisamente una recién llegada.

El 'affaire' me permite acto seguido una reflexión acerca de la perdurabilidad 'in eternum' en los cargos públicos. Recuerdo una larga conversación —posterior a su dimisión— con el presidente Adolfo Suárez en la que pregunté al abulense acerca de qué se arrepentía más durante su lustro al frente de aquel gobierno de "penenes" que pilotó el milagro de la Transición.

—De no haberme retirado a tiempo… Me tenía que haber ido voluntariamente una vez aprobada la Constitución…

También Felipe González ha dicho algo parecido. Creo que la tarjeta de golpes en la carrera política de la abogada del Estado a lo largo de 15 años le hubiera tenido que aleccionar acerca de hacer mutis por el foro cuando comprobó que no tenía el favor de la militancia popular. Si lo hubiera hecho ahora podría dormir más tranquila.

¡La condición humana! ¡Siempre la condición humana!